XVII

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Hongjoong estaba decidido a no dar respuesta alguna a aquella osada carta que le fue entregada a escondidas, proveniente del puño y letra del príncipe. No es que no muriera por tomarse el tiempo en expresar sus propios deseos en papel como el propio heredero había hecho, si no, más bien, le dió un arrebato infantil al leer dicha carta, como si hubiera algo sin sentido adentrado rebuscadamente entre líneas.

Suspiró pesadamente, era la quinta vez que leía aquel escrito, como si quisiera descifrar las intenciones de su remitente.

[...]

Por otra parte, la semana del príncipe fue otra bastante distinta, ya que aquella mañana de tonos ocre y luces pastel se tiñó levemente de un pánico irracional por parte de Seonghwa al ver que una carta fue enviada expresamente para él, hasta el punto de ser prácticamente desechada en el interior de su alcoba.

Utilizando un sofisticado abrecartas de plata, deshizo el sello de lacre y olor a lavanda que contenía el importante mensaje en papel que al parecer debía enviarle Yeosang.

[...]

Estimado Park Seonghwa, dada mi visita a su castillo con motivo de la celebración de su cumpleaños, me temo que para este sábado debiéramos discutir un tema de suma relevancia, puesto que turba mis noches y mi calma diaria se ve afectada en sobremanera por la negligencia del manejo de este asunto que debo comentarle.

Debo avisarle de que estaré frente sus murallas este mismo sábado. Hoy siendo un inquieto jueves de enero.

Esta carta se podría considerar como una advertencia, puesto que tengo todo lo necesario para partir en este preciso instante, pero le daré esos días de margen para que prepare mi llegada.

Nos veremos pronto.

Se despide de manera concisa,

Yeosang.

[...]

Seonghwa sostuvo la carta entre sus manos, helado ante lo que acababa de leer; si su memoria no le traicionaba, Yeosang pertenecía a la familia Kang, con la que su padre había mantenido un estrecho contacto hasta cinco años después de que él mismo naciera. Y, por supuesto, era obvio que estaban invitados a la ceremonia.

Resoplando, se preguntó por un instante si Hongjoong podría estar leyendo su carta como él leía el escrito por parte del heredero de los Kang, un golpe de desilusión al percatarse del paso del tiempo y la ausencia de respuesta alguna en su buzón.

De igual manera, los aburridos días pasaron lentos para el de cabellos oscuros, hasta que el ansiado sábado llegó.

A media mañana ya se podía escuchar el traqueteo de una carroza a caballos en el camino frente al palacio que se desperezaba en el llano horizonte.

Su rostro afilado como ceraunia impasible ante la acogedora bienvenida que procuraron los mayordomos del rey, buscando con la mirada al individuo que deseaba ver en esos momentos.

Impaciente, pidió ser guiado hasta la habitación donde reposaba Seonghwa -quien, tranquilamente, leía una obra dramática en la sala de estar principal-.

En el momento en el que vio la cabellera rubia del otro asomarse apresuradamente por la puerta y más tarde hacia su persona, supo que algo estaba ocurriendo, y que nada podía hacer para detener al otro.

Como era de esperarse, Yeosang, con anillos y todo, plantó una dura bofetada en su mejilla de piel de porcelana, dejándola roja por la abrasión.

Los guardias que custodiaban dicha sala se alertaron demasiado tarde, dando por hecho que el rubio venía simplemente a tratar temas relativos al cumpleaños del príncipe de manera pacífica, completamente confundidos cuando ese no fue el caso.

A la vista estaba que eso no terminaría bien cuando uno de estos guardianes colocó su mano en el hombro, amenazador.

Seonghwa se apresuró a detener esta situación.

- Lo lamento, caballeros, pero merecía ese azote en su totalidad, ahora, si nos disculpan, realmente apreciaría si nos dejaran unos instantes a solas.- Trató Seonghwa, convenciendo a sus sirvientes de que no despericiaran un ápice de su tiempo en preocuparse por él.

Finalmente se retiraron, cerrando las grandes puertas de madera tras de sí, para no volverlas a abrir hasta que el príncipe saliera de dicha habitación.

- Muy bien; ahora, por favor, tome asiento.- Comenzó el heredero, con paciencia.

Al ver al otro desplomándose con resignación sobre el sillón frente a él, procedió a mirarlo analíticamente.

- ¿Le importaría decirme qué motivo podría justificar esa agresión?- Interrogó paciente el de cabellos oscuros, dejando de lado formalidades como la casta o la jerarquía y el hecho de que hubiera sucedido en su propia vivienda.

El rubio se rió amargamente.

- He hablado con uno de sus sirvientes, es todo. Opino que es todo lo que se merece de mi parte.- Respondió, gélido como un iceberg.
Seonghwa suspiró, recostándose en su propio asiento.

- Entonces supongo que podría dejar de proponer un enigma en forma de respuesta e ilustrarme revelando de una vez con quién habló usted que lo llevó a cometer dicha ofensa.- Dijo con tono airado.

- Oh... ¿Acaso usted no lo sabe?- Preguntó con altanería.

- ¿Saber el qué, exactamente?- Dijo, admitiendo su derrota para que el otro le contase más sobre el tema.

Yeosang se recostó sobre el sillón en el que se sentaba, su semblante cambiando totalmente en el momento en el que suspiró profundamente.

- Verá, estuve hablando con uno de sus sirvientes.- Comenzó.- Pero me parece increíble, incluso osado, que usted no sepa nada acerca de él, de cómo se siente. ¿No se supone que es su mayordomo más leal, con el que más confianza tiene?- Planteó el rubio.

- ¿Qué insinúa?- Respondió el otro, fastidiado por tanto secretismo.

- A Yunho le gusta usted.-

Un momento, ¿Qué...?

- ¿Cómo se sentiría usted si viera a la persona por la que su corazón late viéndose con otro hombre?- Continuó el rubio.- Y aún así usted deja que Jeong le vista cada mañana. Es usted un descarado.- Finalizó.

Seonghwa tardó unos minutos en recobrar el aliento, cada palabra que decía el otro desequilibraba un poco más su visión de amistad con el otro.
Tendría que hablar con él esta noche.

[...]

El modista (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora