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Seonghwa estaba descansando esa mañana en su terriblemente cómoda cama, las cortinas aún cerradas favorecían al durmiente rostro del príncipe a mantenerse exactamente así, durmiente.

Sus aposentos blancos y grisáceos daban un aspecto pulcro y limpio en contraste con su ostentoso lecho y muebles, este decorado obviamente con los más finos tallados que se pudieron crear, esas tablas de madera clara que fueron complementadas con un simple bañado en oro muy estético, típico de la época.

Entre suaves almohadones, una pluma se precipitaba sobre el recto y definido puente de su nariz, destacando sus masculinos y delicados rasgos.

De repente, un sonoro abrir de puerta se pudo apreciar, Yunho dejándose ver por esta con sus ropas de diario; el joven heredero, Park Seonghwa, arrugando la destacada nariz al notar el ruido justo en su descanso mañanero, sabiendo que este sería interrumpido. Abrió los ojos incluso antes de que el joven Jeong siquiera tomara el aire necesario para gritarle que levantara su real culo de la cama.

Este prácticamente se abalanzó sobre las cortinas de pesada tela que impedían entrever siquiera la luz del exterior, abriéndolas de un manotazo y tirándolas a los extremos opuestos.

- Es hora de levantarse, mi señor.- Dijo este alzando la voz, sabiendo que de otra manera, el de cabellos azabache no batiría siquiera una de sus oscuras pestañas para abrir los ojos.

El joven heredero puso una mano en su frente, sus tímpanos resintiéndose con el tono tan alto y desagradable que había utilizado el otro, quién todavía seguía haciendo ruidos a su alrededor para hostigarlo a despertar.

Frunció el ceño.

- Muy bien, Yunho, ya voy.- Respondió finalmente ante el llamado.

Este tendió unas zapatillas frente a él, el de sangre azul se las puso y se levantó, dándole permiso para vestirlo.

- Hoy tendrá que salir usted de caza con su majestad.- Dijo este, decidiendo la ropa para dicho evento, dejándola colgada en una percha.- Pero por ahora, he escogido este atuendo, complementado con los gemelos con grabado de escudo.- Pronunció de manera perfecta, enseñándole de la misma forma cada prenda frente sus críticos ojos.

- Bien, parece adecuado. Llevaré el reloj de bolsillo también, sácalo de la caja de pino barnizado alemán.- Murmuró con voz dormida, dejando que su empleado de confianza colocara las telas sobre él.

Seonghwa se dejaba hacer mientras miraba algún punto hacia el jardín al que daba su ventanal, pensando en el buen día que hacía como para desperdiciarlo cazando animales que no necesitaban para alimentarse, o ropa importada desde otros exóticos lugares solo para impresionar a las nobles familias aliadas a la monarquía. Ni siquiera le veía el sentido a tener empleados que lo vistieran cada mañana.

Era absurdo.

El de tez blanca miró un momento el anillo en su mano izquierda, apretando como siempre su anular. Aquella misteriosa piedra violeta adornando dicha joya.

Y una vez listo, ya completamente vestido y preparado, el joven Park salió de sus aposentos, dejando atrás su zona de confort para bajar las blancas escaleras de mármol hacia lo que para él era el infierno.

El desayuno con su progenitor, el monarca Park, el justo.

Aunque de justo no tenía nada, según la forma de ver que tenía Seonghwa.

Se apoyó en el pasamanos de madera noble de sus escaleras, descendiendo por estas a paso firme, pero no apresurado, y llevando consigo ese aire amable que le acompañaba a todos lados.

La luz de la mañana que se abría paso por los vidrios detrás de él dejaba un ambiente casi celestial a su paso, llegando así hasta el final de la escalera bañado en blanco.

Una vez estuvo frente al comedor, uno de sus empleados abrió la puerta para él, Seonghwa asintiendo a modo de agradecimiento. Se sentó frente a su padre y vió de reojo como le ofrecían un poco de pan y todo tipo de pastas.

Vió como algunos de sus mayordomos entraban apresuradamente por la puerta de atrás con charolas de comida, un joven, vestido de blanco y negro le sirvió el té, el joven Park le devolvió la sonrisa al ver que este se acordó de echarle dos de azúcar y un poco de leche.

- Saldremos sobre las 10 y terminaremos a las 12 y media, más vale que traigas algo de lo que me pueda sentir orgulloso. Llévate a Artemisa contigo.- Dijo refiriéndose a su rifle de caza, únicamente utilizado para este tipo de eventos.

- Por supuesto, padre.- Se obligó a sí mismo a decir, a pesar de que le gustaría debatir el porqué con "su majestad".

La percepción de su padre cambió para él desde que su madre los dejó al intentar traer al mundo a lo que sería su hermanito. Aunque, Seonghwa admitía que, de haber tenido un hermano, él hubiera desertado inmediatamente después de que este cumpliera los quince años.

[...]

Seonghwa llevaba el rifle en brazos a duras penas, estaba en mitad del bosque, tirando hacia la profundidad de este, cuando divisó un ave de buen tamaño.

Suplicó un perdón silencioso, dados que sus guardias estaban observando todos sus movimientos; es decir, si él no disparaba, lo harían ellos y le comentarían a su padre entre bambalinas lo inútil y blandengue que era su hijo.

Por la mirilla, divisó a dicho espécimen, siguiéndolo.

Pero, realmente no quería hacerlo cuando disparó.

[...]

El faisán aún sangrante fue llevado por sus guardias a las cocinas, donde su cocinera tailandesa haría una maravilla con él. Sin embargo, el de cabellos azabache tenía demasiado revuelto el estómago como para siquiera asistir a la comida de ese día.

Subió a sus aposentos, que eran el único lugar en donde podía estar seguro y cerró la puerta tras de sí.

Como todo un niño malcriado que se encerraba en su mundo cuando las cosas no le salían como quería, sacando la peor parte de su personalidad.

Miró la joya que transportaba a todas partes en su dedo anular, apretándolo.

Pronto sería su cumpleaños, y él era muy consciente de lo que pasaba en esas fechas, como para fastidiarla ahora.

Giró su anillo al rededor de su dedo en un gesto nervioso, a medida que se sentaba en la cama, dándole vueltas al asunto.

Ese anillo tenía un nombre para él: "La muerte Violeta", lo llamó, pues, la piedra que culminaba la joya de un color amatista estaba embrujada desde que la pusieron en su dedo.

Cada día que pase, ese maleficio se volverá más fuerte, hasta terminar con la vida del poseedor de dicha alhaja.

La causa de esta enfermedad era desconocida, pero algunos sospechaban que afectaba directamente al corazón al conectar con el dedo anular; de todos modos, los rumores eran sólo eso, rumores.

Aunque era cierto que cada día que pasaba, Seonghwa se sentía más drenado de energía, como si ese dichoso pedazo de metal adherido a su dedo fuera un parásito.

Acabó durmiéndose en medio de todos esos pensamientos a pesar de que fuera tan solo mediodía.

El modista (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora