II

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Yunho miró contrariado al príncipe que todavía dormía en la cama desde el día anterior.

- Desde luego, le das la mano y coge el brazo entero.- Dijo entre dientes, quitando las sábanas de encima del joven príncipe a la fuerza, puesto que este no se movía.- Joven amo, tiene usted que entender que son pasadas las nueve y cuarto de la mañana; este comportamiento es irresponsable por su parte pues llevo más de un cuarto de hora repitiéndole que se levante.- Dijo este, estresado.

Una de sus manos fue a parar al descubierto rostro del príncipe para arrebatar las telas que lo protegían del frío de la mañana, encontrándose su piel fría y pálida, a excepción de sus labios, que para ser rosados de manera natural, estaban a penas color melocotón hoy.

El castaño se temió lo peor y luego de darle ligeros golpes en la mejilla para reaccionara, su nariz comenzó a sangrar. Primero unas gotas, luego a borbotones.

Tenía que avisar al médico de la corte, y rápido.

El castaño salió corriendo como si su propia vida dependiera de ello, alertando a un ayudante que allí había para que buscara al doctor a toda prisa mientras él avisaba a su Majestad.

- ¡Su alteza! ¡Está ocurriendo de nuevo!- Dijo el castaño sin darse el lujo siquiera de tomar aire entre palabra y palabra.

[...]

- Su Majestad, su hijo ha sufrido de otro ataque, está en reposo, puede que despierte mañana en el mejor de los casos.- Dijo el doctor.- Cada vez se están volviendo más frecuentes, y, honestamente no he visto nada parecido en toda mi carrera; lleva así desde los 16 años. Tiene usted que hacer algo pronto, no le queda mucho tiempo si continúa de este modo.- Sentenció.

El monarca asintió, dejando que se fuera con el maletín en mano.

Llamó a un consejero para que le ayudara en la toma de esa decisión que podía salvar a su hijo.

Mientras hablaba con su empleado, dirigía cautelosas miradas hacia la cama en la que estaba postrado su pálido retoño.

- Majestad, ¿Está usted escuchando la solicitud que le estoy proponiendo?- Pregunta el otro, viendo la mirada distraída de su monarca.

- Perfectamente.- Dijo el mayor de cabellos azabache, dando por finalizada la conversación.

Estaba decidido, organizaría una reunión con las familias nobles más poderosas y las familias reales de otros reinos para casar a su único hijo, quien no podía ser consciente de nada de esto en su estado actual.

Igualmente el padre del chico notificó a las familias más nobles e importantes con las que les interesaría establecer lazos.

Después de todo, Seonghwa tendría que tener descendencia con alguien, y estar encerrado como el monstruo que era ya no era válido como opción.

La planificación del evento consistía en un gran baile en la más amplia de las salas de palacio, la decoración siendo de un ostentoso dorado contrastado con un sobrio blanco.

Sería recordado gloriosamente por las generaciones futuras y probablemente recogido en los libros de historia del reino.

O bueno, eso era lo que el mayor Park quería, aunque no fuera precisamente la razón por la que su hijo sería recordado.

El rey se sentó en su escritorio, con papel, pluma y tintero empezó a elaborar las invitaciones para dicho evento sin perder un minuto.

El padre de cabellos azabache mandó a uno de sus trabajadores entregar las cartas que previamente había escrito personalmente. Añadió que si no le daba tiempo a entregar algunas, que precisara de las ayudas de otros carteros locales con un decreto real.

Este se despidió y salió de manera urgente del reino, con ayuda de algunos otros ayudantes.

[...]

Pasaron tres días hasta que Seonghwa volvió a ver el techo de sus aposentos, hambriento y desorientado.

Debido a su estado de su ausente criterio, dejó que cuidaran de él, para que poco después volviera a caminar en sus dos piernas, sosteniendo su propio peso, siendo independiente en cuestión de horas.

[...]

Un muchacho pelirrojo llamado Hongjoong estaba caminando por las callejuelas de los alrededores de la ciudad por la que se movía hasta llegar a su taller, en donde confeccionaba los más elegantes trajes que la gente adinerada pudiera desear.

Su piel del tono de la leche se dejaba ver tan poco que los rumores no tardaban en dispersarse, cuando en realidad él se pasaba día y noche haciendo encargos y aceptando nuevas tareas, su popularidad subiendo de igual manera.

Se dice que podía hacer un atuendo único para cada individuo que lo hacía ver como un ángel caído del cielo una vez lo llevaban puesto.
Tal vez esta comparación se debía al hilo de oro que a menudo utilizaba con las familias más nobles.

Llegó a su preciado taller, donde el suelo de madera y el olor a tintes era el significado de hogar para él.

Acababa de comprar telas de su mejor exportador, Jung Wooyoung, quien tenía su tienda en las cercanías de la capital; el cual además le hacía precio por ser amigos de infancia. Hongjoong sonrió al recordar a su castaño amigo, el cual anteriormente usaba gafas.

Llegó a su lado del departamento, decidido a terminar un último vestido para una condesa de tierras lejanas.

Añadió su firma en un bordado interior, contemplando su obra finalmente.

Miró el otro lado del departamento donde antiguamente convivía con su querido hermano de otra madre, el joven Choi Jongho, el cual era su secretario y aprendiz. Probablemente cuando Hongjoong no estuviera, el taller sería suyo, ya que no ha tenido descendencia ni tampoco tiene otra cosa de valor que dejarle como legado.

Pero en estos momentos estaba en un viaje por su primer encargo y volvería pronto.

El pelirrojo suspiró, pasando una mano por su cabello en señal de frustración y llevó a cabo el proceso de transporte del vestido que tanto quería la caprichosa condesa.

[...]

Cuando volvió a su casa, no sólo unas cuantas cartas lo estaban esperando, si no que tres empleados de la casa real de un reino desconocido lo estaban aguardando.

Era majestuoso, sí, pero a los ojos de Hongjoong no eran más que unos pandilleros encargados de robar el dinero de la gente en forma de impuestos a cambio de una nula protección.

Apartó sus pensamientos una vez estos le vieron llegar, interrumpiendo lo que fueran sus cavilaciones cuando uno de ellos habló.

- Buenos días.- Empezó, haciéndole una seña a uno de sus compañeros para mandar sacar un decreto real de su bolsa.

Oh no.

El modista (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora