XXII

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San estaba terminando sus encargos pasados, entre ellos una espada para un ridículo noble que siempre vestía de un amarillo hortera. Ganas le dieron al herrero de lanzarle el metal puro a la cara por impaciente y arrogante, pero, de alguna forma, logró contenerse.

Los gemelos que recientemente había encargado el modista seguían incompletos, apenas eran unas pequeñas y brutas pepitas de oro.

De cualquier manera, San era consciente de que era más que capaz de terminarlos a tiempo, puesto que el pelirrojo había puesto tanta confianza en él para el trabajo. Sin embargo, todavía no estaba preparado para hacer el segundo encargo que le había encomendado Kim.

Indudablemente, ese delicado -y detallado- anillo sería lo que más trabajo le llevaría. Este siendo tan pequeño y tan frágil que el herrero se cuestionaba si pedirle ayuda a sus compañeros de oficio.

Casi pareciera que Hongjoong tuviera algún motivo especial para encargar algo así, San había sido su amigo desde que ambos comenzaron a trabajar para el negocio familiar, y, lo cierto es que nunca le había visto hacer algo así.

Se preguntó brevemente el motivo en cuanto trabajaba.

¿Cuáles serían las verdaderas intenciones detrás de ese inocente anillo de oro?

San retrocedió un paso, dubitativo, en cuanto formuló una posible respuesta. Sonrió enternecido con su conclusión, y de repente supo por qué Hongjoong nunca se interesó por las condesas a las que servía, o por qué a sus veinte todavía no contaba con una esposa.

Solo quedaba esperar y ver. Apostaría con Wooyoung más tarde.

[...]

El pelirrojo estornudó. Alguien debía estar hablando -o pensando- mal de él.

Llegó cansado pero satisfecho a su vivienda, tirando sus botas en pleno recibidor, para luego llevar a cabo las cosas que normalmente hacía acompañado por un hogar vacío y sus propios pensamientos. Wooyoung, quien había estado de paso, encontró un lugar estable donde podría extender su negocio en el centro de la ciudad. Hongjoong pensaba que eso quizás se debería a la insistencia de cierto herrero carismático que cautivó a su lindo amigo.

Pensó en el poco tiempo que quedaba para la fecha acordada de entrega, sintiéndose realizado al notar lo que habían avanzado, pero por otra parte, la posibilidad de que tal vez jamás volvería a ver en persona al menor de los Park lo entristecía. Por eso mismo en un principio no quiso involucrarse con un cliente.

Después de todo, sus proyectos eran una oportunidad única.

Y aún así, no quiso asimilarlo.
Puesto que le fue inevitable encariñarse con el dulce Park Seonghwa, que se pegó a él desde un principio como la miel, seduciéndolo con su suave aroma y su dorado color.
Recordó cuando sus ojos se cruzaron por vez primera, y, en un profundo silencio se preguntó a sí mismo hacia dónde lo llevaba eso.

Tras una contradictoria corriente de pensamientos, llegó a otra interrogante que resumía todo lo anterior: ¿Se arrepentía?

Y, con una sonrisa, supo responderse.

Hizo la cena.

Repasó la condición del príncipe, sin darse cuenta, mientras miraba un calendario cercano. Hacía ya un tiempo que no lo había visto desmayarse, rebobinando a lo que se había sentido como su introducción en donde, en lugar de estrechar sus manos, Hongjoong sólo pensaba en lo malo que le ponía verlo tan pálido, débil y sin fuerzas y su anillo tan asfixiante, cortándole la circulación. Por ese motivo, decidió pagar a mayores otro encargo para San.

Llámalo intuición, demencia, u obsesión, pero de algún modo no podía dejar eso como estaba.

Pensó que eso sería un más adecuado regalo de despedida, creyó que dos besos en las mejillas quizá sería demasiado.

Rió ante el pensamiento del heredero abochornado.

[...]

Seonghwa bajó las escaleras hacia aquella sala multiusos donde se celebraría la reunión. Si no estaba equivocado, oía el piano ser tocado.

Aquello le pareció tan extraño que decidió ir a investigar, sabiendo que no cualquier atacante podría haber entrado a escondidas al palacio sin ser detectado.

No se le pasó por la cabeza que algo grave podía pasar al abrir aquella puerta.

Sus ojos se abrieron como platos.

[...]

1,2,3… 1,2,3…

Seonghwa repitió aquellos pasos hasta que sus pies no tropezaron.

Su salud había estado mejorando considerablemente, así que supuso que había sido aceptada la propuesta de instruirlo en el baile, ya que la habilidad que tuviera en ese campo permitiría expandir más el abanico de posibles prometidas.

Pero el príncipe -que contaba con dos pies izquierdos- tropezaba aún lamentablemente frente los ojos críticos del maestro.

¡Nadie le había notificado que ese día tendría una lección de baile!

— Deténgase. Repita los últimos pasos de nuevo.— Dijo el instructor.

Seonghwa contó los pulsos al compás de aquella imaginaria música que le impulsaba a bailar.

1,2,3… 1,2,3…

— Muy bien. Probaremos a bailar en pareja; ponga su mano en mi cintura, yo representaré el papel de dama.— Dijo, con tono airado.

Colocó una mano del príncipe en su cuerpo y apoyó la otra en la suya, agarrándola como quien toma un valioso objeto de oro.

Sin embargo, cuando comenzaron a moverse, la mente del heredero ya se había evadido a otro lugar, vagando por este, como normalmente hacía.

Y ese lugar, como era de esperarse, llevaba el nombre de Kim Hongjoong en el cartel nomenclador.

[...]

A menos de un mes de la celebración, todo el pueblo se había enterado del evento. A pesar de que todas -y todos- fantaseaban con asistir al evento, sólo unas pocas afortunadas obtenían en mano la invitación.

Las ancianas murmuraban sobre el tema, aconsejando a las muchachas más jóvenes que tenían posibilidades de conseguirla.

Al rededor de un centenar de herederos de familias nobles y acomodadas se presentarían en palacio el 3 de abril.

El negocio de Wooyoung iba viento en popa debido a la necesidad de lujo que ese evento causaba, querían lucir sus mejores galas en el salón de baile del castillo, y, como se esperaba de él, Wooyoung no ponía reproche alguno. Lo mismo le pasaba a San, a quien ya le llegaban encargos de variados tipos de joyas.

Normalmente, las damas serían escoltados por un varón joven de su familia, o; como último recurso, familia lejana.

Emma, a pesar de tener una invitación, no quería asistir.
Su primo Yeosang -quien la escoltaría a la corte- se preguntó brevemente cuál sería el motivo.

El modista (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora