Capítulo 8. ¡Sálveme doctor!

2.6K 157 4
                                    

"El destino a veces puede ser cruel, pero de repente puede regresarte todo lo que te ha quitado".

—¡Ya basta Beto! Iremos contigo y punto —nos subimos al auto con Renata sin darle tiempo de nada.

—¡Entiendan que es peligroso! Vamos a enfrentarnos a gente que no sabemos cómo reaccionarán, les he dicho que en los rescates las quiero fuera —lo veo desesperado, sabe que perderá esta batalla.

—No somos unas niñas, no haremos nada estúpido entre más personas vayan es mejor y lo sabes —dice Renata en tono conciliador.

—¡Me lleva un carajo! —abre la puerta furioso y se sube al auto.

Vaya que tiene carácter y así luce más guapo de lo que es, nunca he visto enamorado a mi amigo, aunque, es un rompecorazones. Quizá no le ha llegado la chica indicada, le cae una llamada y contesta con el altavoz del auto.

—Todo listo Beto, buenas noticias la policía nos acompañará esta vez —le dice Julio, uno de los voluntarios del refugio.

—Copiado Julio, estaremos ahí en cinco minutos —corta la llamada y respira aliviado.

—Ves, todo estará bien —le digo contenta.

—Necesito que se queden en el auto hasta que tomemos el control del lugar, yo les aviso por el Walkie talkie —saca dos de la guantera y nos da uno.

—¡Sí, señor! —decimos las dos al mismo tiempo y se le escapa una sonrisa.

Llegamos al lugar, es un taller automotriz. Es grande y luce descuidado, nos quedamos a unos metros de la entrada, Beto junto con la Policía y tres voluntarios del refugio entran al lugar, cinco minutos después nos indica que podemos entrar. El lugar es un chiquero y huele espantoso, al llegar al patio vemos la triste realidad, cuatro perros pitbull en jaulas lucen enfermos, golpeados y delgados. Al vernos, su reacción es de miedo y ni siquiera nos ladran, se nota que estos perros fueron utilizados como perros de pelea, definitivamente hay humanos que no deberían existir. Me duele el corazón ver animales en ese estado, con mucha precaución les colocamos una correa y los sacamos de ahí.

—¿¡Quién les autorizó entrar a aquí!? —nos grita un hombre con apariencia de guardia.

—Dele al dueño esta nota y quítese del camino —Beto le pone la nota en el pecho al pequeño hombre y lo hace un lado como si de una hoja se tratara.

De vuelta en el refugio, hemos bañado y alimentado a estos desdichados perritos, pero sobre todo les damos mucho amor. Beto luce tranquilo y nos da las gracias por el apoyo, paso dejando a Nata a su casa y yo me dirijo hacia la mía.

Noto que una camioneta color negro me sigue, acelero un poco ya estoy a unos cinco minutos de mi hacienda y casi anochece. Intento llamar a Beto, pero la llamada no cae el carro se me acerca más y me golpea en la parte trasera. Acelero todo lo que puedo pues la calle es de tierra y no de pavimento en esta zona, diviso el desvío que une la hacienda de doña Regina y la mía, sin dudarlo me meto.

Nerviosa pienso en qué hacer y no me fijo que hay un hoyo a mi izquierda, caigo en él y trato de salir, pero es imposible intento poniéndole la doble, pero no logro. Veo por el retrovisor y el auto se para a una cuadra de donde estoy, se bajan dos hombres que nunca había visto, sin dudarlo me bajo del auto y corro con todas mis fuerzas huyendo de ellos. Escucho disparos a mi espalda y me deslizo, me levanto como puedo y sigo corriendo como loca sin detenerme, alguien me atrapa y yo comienzo a golpearlo para tratar de soltarme.

—¡Tranquila! ¡Tranquila! ¡Estas a salvo! ¡Mírame! ¡Edith, mírame! —es él, es Armando.

—¡Y-y-yo, yo, me vienen siguiendo! ¡Ayúdeme! —le pido presa del pánico.

Torbellino de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora