Edith es una mujer joven dedicada a su familia y a su hacienda. Nunca le intereso conocer el amor, sin embargo, cuándo este toca su puerta no imaginó que su vida se convertiría en un torbellino.
Armando es un médico prodigio y millonario, pero el a...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
"Un gesto tan simple como una sonrisa, tiene el poder despertar un corazón dormido".
Entro muy temprano a la cocina, ya todos están comiendo y se hace un silencio sepulcral al verme.
—¡Buenos días y provecho! —les digo a todos.
—¡Buenos días, señorita Edith! —contesta la mayoría.
Observo que no hay espacio en el comedor está lleno, molesta sigo de largo hasta llegar al comedor familiar, no me gusta comer sola. Papá y yo, siempre desayunábamos juntos, me siento y clementina me sirve el desayuno, no para de hablar no sé cómo lo hace.
Más tarde trabajando en las caballerizas estoy dándole instrucciones a Marcio, cuándo veo a Ignacio a lo lejos que viene con Raúl. Se ve guapísimo lo miro rápidamente; viste un jean oscuro, camisa azul y botas negras, su pelo negro corto peinado hacia atrás y esa barba que adorna de manera perfecta su cara, mirarlo por horas resultaría tan fácil.
—¡Hola Edith! ¿me muestras los caballos? —directo al grano, sin un buenos días ni nada. Sonrío mientras mastico una hojita de menta.
—¡Buenos días! Por supuesto, sígame —le indico con la mano.
Luego de ver todos los caballos, elige unos cuantos y le confirmo que por la tarde estarán en su hacienda agradeciéndole por la compra.
—¿Siempre eres así? —pregunta de golpe y yo sonrío.
—¿Así? ¿Así cómo? —me molesta su pregunta, pero no lo demuestro.
— Fría, actúas como si te hiciera perder tu valioso tiempo —parece que a alguien le gusta demandar atención.
—Así son los negocios, fríos, por eso siempre los hago bien —me ve de una manera que me inquieta, decidido se acerca mucho más de lo debido y yo no me muevo de mi sitio.
—Tienes razón Edith, tal vez si no hablamos de negocios te conozca un poco más —su boca me incita a darle un beso y saber cuál es su sabor.
—No sabía que estaba interesado en conocerme —digo sin más, aunque, en el fondo debo admitir que me alegra.
—¿Tú no a mí? —pregunta en tono de coquetería.
—Bueno, quizás, es bueno conocer a tus clientes —contesto sonriendo.
—¡Vaya! Al fin una sonrisa —siento calor en mis mejillas.
—¡Raúl, bienvenido! —expresa mi madre, mientras camina hacia nosotros.
—¡Un gusto doña Laura! Tienen una hacienda muy bonita —se da la vuelta para saludarla.
—¡Gracias, hijo! ¿Ya tomaron café? —café, justo lo que necesito.
—Aún no, pero me gustaría ¿eres amante del café? —me pregunta interesado.
—La verdad no soy amante del café, pero un día como hoy me ayudará a mantenerme despierta —él se asombra, supongo que es raro que no sea amante del café y más siendo hacendada, pero la verdad es que ni yo misma entiendo porque no lo soy, es decir, su sabor me gusta, pero podría vivir sin tomarlo. Va a decirme algo cuando mamá se adelanta y lo interrumpe.