Capítulo 25. Dos son mejor que uno

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Edith caminaba de regreso a su hacienda con su corazón hinchado de felicidad, tenía el amor del hombre que amaba, se casaría con él y ahora formarían una hermosa familia. Sentía la brisa que golpeaba su cuerpo, cerró sus ojos por un momento agradeciéndole a la vida, se apresuró un poco más tenía que hacer la cita con el ginecólogo.

Faltaban unas dos cuadras para llegar, de lejos miraba su casa, saludó a uno de los guardias haciéndole señas con la mano. De repente, escuchó el quejido de un animal, parecía un cachorro se desvió un poco hacía dónde provenía el sonido; eso la alejó unos metros del camino y al estar cerca, alguien puso un pañuelo en su boca sosteniéndola fuertemente, intentó luchar unos segundos, pero fue en vano sus ojos comenzaron a cerrarse sin poder evitarlo.

A lo lejos, el guardia se percató y comenzó a hacer disparos al aire intentando ahuyentar a los secuestradores, pero estos rápidamente la subieron a un caballo y salieron a toda prisa. El guardia corrió con todas sus fuerzas mientras mandaba señales de alerta a los demás, quienes en seguida corrieron hacia el lugar. Cuando los secuestradores llegaron a la carretera, un coche los esperaba dejaron el caballo y huyeron a toda velocidad. El guardia se tomó su cabeza y solo vio el polvo que dejaban.

"Hacienda Ibarra"

Todos los empleados estaban asustados al escuchar los gritos de Armando, estaba completamente perdido, rompiendo todo a su paso con una ira que nadie se atrevía a contener. Miguel no podía controlarlo, pero necesitaba hacerlo. Necesitaba que fuera el Armando frío que conocía para poder traer a Edith sana. Las cosas volaban por el aire, la sangre corría por los puños de Armando.

—¡Armando por favor! ¡Cálmate! —gritaba Miguel.

—¡Los voy a matar! ¡Malditos! —golpeaba un espejo, lazándolo por los aires.

—¡Por eso mismo! Tenemos que recuperarla, yo te ayudaré —lo tomó de los hombros con toda la fuerza que tenía —¡Mírame! ¡MI-RA-ME! —lo obligó y él se detuvo —cada minuto cuenta, Armando cálmate —él comenzó a llorar desconsolado, aferrado a su amigo.

—¡Tú no entiendes! —decía agitado entre sollozos, mientras caía rendido con una rodilla al piso —¡Ella es mi vida! —su mirada reflejaba el más inmenso dolor —La necesito —Miguel lo abrazó —no podré vivir si la pierdo —lloró en los brazos de su mejor amigo desahogándose.

"Hacienda Ríos"

—¿¡Qué!? —gritaba Guillermo, al escuchar el relato del guardia.

—Señor, corrí lo más que pude, pero no los alcancé —informaba asustado al ver la mirada de Guillermo, quién furioso lo agarró por el cuello y lo acercó a su rostro.

—¿Corriste lo más qué pudiste? —apretaba sus dientes con ira —si algo llega a sucederle, ¡pagarás con tu vida! —gritó y lo lanzó a una silla —¿¡DÓNDE CARAJOS ESTABAN LOS DEMÁS!? —clamó con furia, tirando los papeles del escritorio, quince hombres bien armados llegaron a toda prisa.

—¡Señor! Cado uno estaba en su sitio de trabajo —contestó el jefe de seguridad.

—Entonces, ¿cómo demonios me explican el hecho de que ella estaba sola? ¡Respondan! —los tres guardias personales de Edith bajaron la cabeza.

—¡Disculpe señor! Es que ella nos pidió que nos mantuviéramos lejos, quería caminar a solas y eso hicimos. Cuando escuchamos los disparos, estábamos cerca pero no llegamos a tiempo —Guillermo perdiendo la cabeza, le dio con su puño en el rostro.

—¡Acaso no fui claro! Que, aunque ella les dijera cualquier cosa. ¡Jamás la dejaran sola! Que al menos que estuviera con Armando, les dieran un poco de privacidad, ¿¡lo dije!? —pasó una mano por su cabello intentando serenarse.

Torbellino de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora