Epílogo

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"Edith"

Intento verme mis pies, pero es imposible mi panza gemelar de siete meses no me lo permite. Mis dos varones están creciendo fuertes y sanos, estoy tan feliz. El pobre de mí bello esposo no duerme de los nervios, el más mínimo quejido de mi parte lo pone en alerta, así que trato de mostrarme lo más relajada posible.

Todo el embarazo ha sido muy tranquilo, no he presentado ningún problema. Sin embargo, los tendré por cesárea debido a mis defensas bajas, Armando ha insistido que es lo mejor para los tres. Está loco por ser papá, ya me acostumbré a las charlas matutinas de todos los días entre padre e hijos. La habitación de los bebés la ha pintado tres veces, porque luego el color no le parece. Pasa pocas horas en el hospital por estar conmigo, ha disfrutado tanto de este embarazo como yo, lo que me hace inmensamente feliz.

—¿Amor? —toco la puerta del despacho y entro.

Esta con una llamada, habla en alemán y camina hacia mí con el teléfono en la oreja; me besa rápidamente continuando con la llamada, me siento y lo observo. Esta más en forma que nunca, debido a la ansiedad que le causa el nacimiento de sus hijos, hace ejercicio en la mañana y en la noche para liberar el estrés, tiene los brazos más fuertes, su espalda ancha bien marcada, solo de verlo y me da calor. Nota mi mirada y se ríe de lado colgando su llamada.

—¿Le gusta lo que ve señora Ibarra? —pregunta seductor.

—¡Me encanta! —remojo mis labios con mi lengua, el abre su boca ante mi acto. Se acerca despacio, caminando como todo un adonis y baja su rostro para quedar frente a mí.

—Tengo secos mis labios, me gustaría remojarlos con su lengua. ¿Me permite? —yo me mojo, pero otra parte al escucharlo y asiento nerviosa.

Besa mi labio inferior y luego mete su lengua en mi boca, yo la encuentro con la mía, luego paso mi lengua por sus labios lamiéndolos con descaro. Gruñe y me carga, me sorprende que aún con todo el peso de nuestros bebes no le cuesta nada levantarme, me coloca delicadamente sobre su escritorio acariciándome de manera cariñosa y me besa.

—Vamos a hacerlo muy despacio, ¿de acuerdo? —sonrío, desde hace un mes que cuando hacemos el amor me trata como si fuera a romperme, sé que se contiene por el embarazo.

—De acuerdo —digo acariciando su barba tupida de varios días, me excita sentir como me raspa la piel con ella.

Me besa febrilmente acariciando con sus manos mi abultado estómago. Se coloca en medio de mis piernas, quita mis bragas y se las guarda en el bolsillo de su pantalón. Sus dedos tocan mi hinchado clítoris y gimo, no puedo moverme, pero me abro más de piernas para él. Continúa haciendo círculos con sus dedos en mi clítoris, mis pechos están terriblemente sensibles y el sostén me estorba.

Él parece leerme el pensamiento, baja la parte de arriba de mi vestido y me lo quita, mis pezones se ponen erectos ante el frío, pero los besa suavemente lamiéndolos con su lengua caliente. Siento enloquecer por el cúmulo de sensaciones que me hace sentir, sin poder soportarlo más me corro tomándolo del cuello, temblando alrededor de sus caderas.

De prisa se baja los pantalones junto con el bóxer, coloca su erección en la entrada de mi húmeda vagina, nos miramos sin siquiera parpadear, poco a poco se va introduciendo en mí y yo muero de placer. Se mueve lento de adentro hacia afuera, me besa desde mi hombro hasta mi oreja, sé que quiere hacerlo más fuerte.

—Un poco más fuerte. ¡Por favor, amor! —me observa, lo piensa y piensa —no pasará nada, por favor, ¡te necesito! —pido presa de mi lujuria, él maldice entre dientes y comienza a moverse más rápido y fuerte.

—¡Sí, sí! ¡Así mi amor! —no para, unos minutos bastaron para que mis piernas temblaran ante el inminente orgasmo, lo escucho rugir viniéndose dentro mío.

Torbellino de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora