Capítulo 17. Nosotros dos

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     —Don Armando —dijo el alcalde nervioso, tratando de alcanzar su abrigo para tomar su celular.

—No, no. Será mejor que tome asiento, seré breve no se preocupe —al ver que Armando se le acercaba, el alcalde retrocedió unos pasos y cayó de golpe en la silla que estaba atrás de él.

—Verá, no me gusta que me visiten sin avisar, tampoco que me amenacen y mucho menos que atenten contra mi vida —dijo mostrándole una pistola táctica FNP-45 con un silenciador Osprey, el alcalde comenzó a temblar de miedo.

—¡L-l-le pido una disculpa! No volverá a suceder —decía casi implorando.

—Por supuesto que no volverá a suceder y una recomendación, cuándo vayan a asustar a alguien o a matarlo, investiguen bien a quién se enfrentan antes. Yo no soy un hombre rencoroso, tampoco me gusta matar alcaldes, así que haremos algo simple —. Notificaba cruzándose de brazos, mientras el secretario gritaba en vano con la mordaza —las dos personas que mandaron a hacer la misión están muertas y eso señores es culpa suya, tampoco es como que vayan a hacer falta en la ciudad —el alcalde rogaba porque alguno de sus guardaespaldas se le ocurriera entrar —. Ahora alcalde, vamos a quedar claro en dos cosas, número uno; no quiero su jodido trasero cerca de mi hacienda o de la hacienda del par, ya que el río cruza en ambas —lo miraba directo a los ojos —y dos; nunca me habían herido y ahora tengo una marca en mi brazo, es pequeña, pero me pone de mal humor saber por qué y por quién la tengo.

—Mire podemos arreglar esto de otra manera, somos caballeros, gente de dinero —intentaba lograr algo.

—¡Shuuuu! Usted no es caballero y a mí no me interesa el dinero, así que, entonces tendré que herirlo para que recuerde que a mí no se me toca sin consecuencias —el alcalde sentía todo en cámara lenta, Armando apuntó su pistola y le disparó en la rodilla, el alcalde comenzó a gritar como loco por el dolor y Armando le metió un pañuelo en la boca —¡Ya, ya! No morirá, por esta vez, pero cuando cojee recuerde no meterse conmigo. Y si intenta vengarse asegúrese de no fallar, porque si no, vendré por usted y no será tan sencillo como hoy, ¿todo le ha quedado claro? Asienta si es así —el alcalde lloraba por la herida en su pierna, afirmó con su cabeza.

—¡Muy bien señor alcalde! Ahora espere cinco minutos y les habla a sus guardias —sacó el celular del abrigo del alcalde y se lo acercó —. Si voy saliendo y los veo correr antes de los cinco minutos, quedo por entendido que tendré que regresar —sin más, cerró la puerta y se marchó.

Armando subió a su auto y arrancó, su celular comenzó a timbrar era el jefe de seguridad de su hacienda.

—diga —contestó con el Bluetooth del coche.

—Don Armando, dos mujeres quieren ingresar a la hacienda; una dice ser su madre Marcia y otra su novia Rebeca —Armando no podía creerlo, ¡cómo se le podía joder la noche en unos segundos!

—Déjenlas pasar, llego en unos minutos —cortó la comunicación, su enojo iba en aumento. Hasta dónde era capaz de llegar su madre, pensó.

Las dos esperaban en la entrada de la hacienda mientras el guardia hablaba, todo a simple vista se miraba lujoso, tal y como a ellas les gustaba. El guardia dio la orden al chofer que pasaran, Rebeca miraba con asombro la impresionante entrada.

—¿Tus suegros eran ricos? —preguntó Rebeca, Marcia hizo una mueca.

—Sí, lo eran, pero no tenían clase. Siempre odié este lugar —expresó observando que algunas cosas habían cambiado, la hacienda se miraba más elegante.

—¿Por qué? Todo aquí es hermoso —el auto se detuvo.

—Odio el campo, su gente y el olor a ganado —contestó Marcia despectiva, bajaron del auto, en la entrada Meche y dos muchachas del servicio las recibían.

Torbellino de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora