LA CENA.

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Rayita.

Formas de colores que giraban en espiral. Era como estar dentro de un caleidoscopio gigante. Mi mente estaba fundida en esos colores brillantes. Según yo, estaba mirando al techo. Al de esa habitación con candelabros de cristal. Pero no deja de moverse. También me recordaba al techo de la cueva en la que estuve. Con todas esas piedras siendo iluminadas por la luz.

Después, le acompañó un aroma. Que entró como tentáculo por mi nariz hasta tocar mi cerebro. Hace rato que siento que tengo una sensación amarga en la lengua. Y la garganta seca. Todo ese movimiento quiere hacerme devolver el estómago, pero poco a poco, los colores se van haciendo más opacos hasta apagarse.

—Vamos... vamos—cantaba una voz.

Regresaba ese olor de nuevo. Abrí los ojos, aunque no sabía si los tenía abiertos antes. Y ahora no hay colores brillantes, hay obscuridad. Y ese penetrante aroma a ajenjo que me ha traído de golpe a la conciencia y que incluso puedo saborear.

Hincada, con las manos en la espalda. Con el cuello torcido hacia atrás. No sé si es de día o de noche, solo puedo sentir un punzante dolor cerca de la nariz. Me palpita el labio superior y tengo cubierta la cabeza con algo que me raspa la piel. Siento mi cuerpo como si estuviera a punto de pescar un resfriado.

O es solo un malestar general de pies a cabeza. Uno a uno, llegan los recuerdos. Y todo parece un sueño. De cualquier forma, el dolor físico no se compara con el emocional. Para ese no hay remedio. Para ese no tengo cura.

—_______ —canta mi nombre. Descubre mi rostro y la luz punza mi cráneo a través de mis ojos. —Debes estar muy incómoda estando así. Ayúdenla.

Hay más de un par de manos que se ponen a desatarme. Son grilletes de metal. Conectados en manos y tobillos. Los separan unos de otros y puedo erguir mi espalda. Y luego, me acomodan en un sillón. Tengo las rodillas entumidas.

—Así está mejor ¿no es así? —vuelve a decir. —Mira nada más como te dejó ese idiota.

Acerca su mano a mí y yo me aparto por reflejo. Él se detiene.

—Tranquila... no voy a hacerte más daño. Y te pido una disculpa. Yo no ordené que te hicieran tan cosa. Pero... creo que después de todo lo que han pasado hasta aquí, supongo que tienes sed y hambre. Gypsy... por favor.

La mujer que lo acompañaba estaba aquí también. Tomó un cuenco de una mesa y me lo pasó. Obviamente dudé en lo que traía. Y lo rechacé.

—Me hubiese decepcionado si lo hubieses tomado a la primera. —él sonríe, y se acomoda su blanquecino cabello detrás de la oreja. —sé, desde la ultima vez que nos vimos, que eres muy perspicaz.

>> ¡¿La última vez que me vio?!<<

Le hizo un gesto a la mujer y ella tomó un poco, dejando la marca de su labial en el tazón. Y como no pasó nada, no pude evitar flaquear ante un poco de agua. Y no me arrepiento, incluso si es lo último que tomo en la vida. Tenía unos toques de limón y menta. Pero me arde el labio cuando lo bebo.

—¿sabes porque estás aquí? —yo niego —estás aquí, por quiero que trabajemos en un proyecto juntos. Uno en donde tú tienes un papel muy importante. Te lo explicaremos más adelante, por ahora, solo quiero saber si estás interesada en esto y en mantenerte con vida.

—¿Me matará si digo que no? —mi voz es un graznido ronco.

—Bueno, si bien no es tan importante si vives o mueres, no podría dejarte ir. No después de saber que eres la mujer de Potter. Y ahora que sabes dónde estoy...

PACTOS INESCRITOS {H.P, D.M. Y TU}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora