Capítulo 7: 5:30 a.m

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—Te has vuelto un monstruo —el susurro de la voz de mi hermana quedó en el aire. Nuevamente recordaba los gusanos de humo levantándose de manera imponente. Volví a ver los cadáveres de muchas de personas en las calles. Los sanguinarios soldados del Anillo Rojo abrían fuego, fusilando a cada persona que pudieran encontrar. Yo simplemente estaba derrotado, sometido por Carnifex. No era capaz de hacer nada.

Cerré mis ojos en ese momento de desesperación otra vez, hubiera preferido no hacerlo. Dos disparos y otra vez ocurrió la tragedia que me sigue azotando hasta el día de hoy.

Volví a abrir mis ojos nuevamente. Mi pecho subía y bajaba repetidas veces. Nuevamente yo sudaba frío como el hielo. Me costaba un poco, pero a los segundos finalmente me calmé. Me pasé la mano por la cara tratando de quitarme la lagaña, y me dí cuenta de las lágrimas que cubrían mi rostro.

—Un día a la vez, un día a la vez —susurré, lleno de frustración.

Tras unos segundos de espera, me levanté. Me fijé en el reloj, eran las 5:30 de la mañana, por lo que caminé hasta el baño y me quedé viendo mi reflejo... Estaba sucio, el sucio reflejo de mi alma. Las cicatrices surcaban mi cara, cicatrices hechas en los experimentos. Ahí estaba la quemadura que me hizo el cara cortada de Himeya, la cual poco a poco iba sanando.

¿Cómo pasé de ser el alegre doctor del hospital, a este asqueroso... repulsivo... ¡Sucio y miserable despojo humano!?

—Eres un monstruo —Un hipócrita, un asesino. ¿Cómo puedo hacerme llamar "doctor" si todos los días despojo de su vida a alguien.

Me tranquilicé un poco mientras me empezaba a cepillar los dientes. Cerré mis ojos y nuevamente ahí estaba Amalia, mi hermana. Fue mi culpa que ella tuviera que sufrir tanto, fue mi culpa. No puedo hacerme llamar "su hermano" sí dejé que eso le ocurriera. Mi padre, mi madre, mi hermana, y el pedazo de mierda de mi sobrino... Todos llamándome monstruo...

El simple hecho de saber que soy un monstruo me duele... Pero a veces el mundo necesita un monstruo para acabar con otro mucho más grande... Por eso yo soy el que debe ensuciarse las manos, el que se las debe manchar de sangre para acabar con los criminales.

Tras acabar de cepillarme los dientes, volví a mi habitación y me puse mi camiseta, luego me vestí el chaleco de kevlar, finalmente los pantalones y mi preciosa gabardina. Faltaba algo, mi pasamontañas.

—Himeya, debo admitir que eres fuerte —susurré con una sonrisa leve mientras veía mi pasamontañas. Una buena parte de este quedó quemado, más exactamente la mitad de la cara, y ahora tuve que reemplazarlo por una tela roja, aunque me gusta variar un poco mis colores.

Con el pasamontañas en mano salí, el jet seguía su curso hacia nuestro próximo destino... Nuevamente las dudas me atormentaron... ¿Cómo puedo confiar en Castel? Perfectamente podría traicionarnos. Su falta de sed de venganza y la poca información que tiene lo hace realmente peligroso. Y antes de darme cuenta, ya estaba sentado, con una taza de café en mano y esperando que alguien, despertara con tal de distraerme un poco, seguramente Hyrik sería el primero. 

Contrario a lo que pensaba Krieg, el primero en despertar fue el muchacho rubio, aunque no parecía del todo despierto pues, como un zombi, caminó hacia el baño arrastrando sus pies. Castel salió del pequeño pero equipado cuarto con el rostro húmedo y el cabello revuelto. Al abrir uno de sus ojos con pereza vio al hombre sin su máscara, cosa que no le hizo gracia a Yasser.

—¿Qué pasó Doc? ¿Debemos levantarnos temprano? —preguntó dejandose caer en un asiento, la comodidad lo abrazó pero no volvería a dormir porque tenía preguntas que debían ser respondidas.

El hombre no contestó, simplemente le daba una mirada seria y fría. Castel suspiró para sacudir su cabello desordenado, «tengo público difícil», pensó.

Iniciativa Caídos: Ciber-Amenaza™Donde viven las historias. Descúbrelo ahora