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Los inquisidores revisaban casa por casa, puerta por puerta, vigilando tejados y callejones. En el sur, las fuerzas de Aldara Flamir retrocedían hacia las murallas. El Sumo Inquisidor Benev comandaba a los hombres en su contra, cerrando un círculo en torno a su núcleo de resistencia, arrebatándoles el terreno calle a calle en escaramuzas de fuego y plomo.

En el distrito mercantil, los ciudadanos se encerraban en sus casas. Sarai veía algunos rostros curiosos en las ventanas mientras que ella y el resto del escuadrón del capitán Mansleigh avanzaban en busca de brujas e istenos rezagados. Aquella zona ya les pertenecía a ellos; solo quedaban escaparates saqueados, periódicos pisoteados, carteles y manchas de sangre y pólvora.

–Los exploradores dicen que las brujas de la luna han dejado la zona –decía Mansleigh–, pero no os confiéis. Tened los ojos bien abiertos y ante cualquier sospecha, informadme.

Sarai se sentía inquieta. Vanna Darco le había ofrecido quedarse en el cuartel, dirigiendo y supervisando los movimientos de cada escuadrón con ella.

–Las brujas opondrán resistencia, pero van a retirarse. No les queda más remedio. La ciudad será nuestra en menos de dos días –estimó, la primera vez que puso las manos sobre un mapa en el despacho de Alexandria Felisse, que se había convertido en sala de operaciones.

Le había echado una mirada significativa a Sarai, que aún seguía con la ropa del Baile del Crepúsculo y restos de polvo en el pelo, pero no le dirigió la palabra hasta que ella y el resto de los Sumos Inquisidores no hubieron organizado las fuerzas de la Orden. Entonces fue cuando se acercó, lejos de la atención del resto de presentes.

–Me alegro de que estés bien –dijo. Cuando Sarai la veía, condecorada y llena de cicatrices, veía a una leyenda esculpida en piedra. Y no había dejado de pensar en ello desde que le contaron que era su madre, no había dejado de pensar que las brujas de la luna habían matado a su familia. Pero también en que esa mujer era una completa desconocida, demasiado importante como para estar delante de ella–. Me aterraba haberte perdido en esa explosión. De ser así, hubiera quemado a todas las brujas yo misma con mis propias manos.

La perspectiva de ser una Darco la había abrumado y honrado a partes iguales, la había aterrado de una manera que nunca antes había parecido posible. Y estar en aquella sala con ella todo el día solo la hacía estar más alterada. Pensaba en la explosión y en Nyssara Umbra diciendo su nombre, entrando en su habitación y mirándola desde encima, cuerpo contra cuerpo, y en cómo su rostro reflejó, por segunda vez en tan poco, el mismo terror que ella sentía. Pensaba en Benev y en el tacto de sus dedos largos sobre los hombros, que la guiaron a través de la sala y la dejaron en aquel lugar que se convirtió en escombros, humo y cadáveres. Los nombres que pronunció en ese momento se pronunciaron después para reconocer sus muertes.

Mattheus Hawth estaba muerto y Amelia se incorporó a las filas aun llorando por él. Kraus estaba muerto y Sarai, tras ver cómo sacaban sus restos calcinados del Salón cubiertos de una sábana, no sintió nada más que un extraño vacío en las entrañas.

Cada minuto en la misma habitación que Vanna Darco la hacía querer gritar que tenía que haber muerto en esa columna de fuego igual que ellos, que lo habría hecho de no ser por la bruja que debería ser la primera en querer abrirle la garganta en dos.

En el momento en que los altos mandos se retiraron hasta el cuartel para organizar la contienda, cuando Theodus Benev la vio con vida, sonrió.

–Me alegro tanto de verte, jovencita. Y pensar que aquel fuego podría habernos matado a los dos.

Sarai sintió un escalofrío, bilis en la garganta. Y se repitió que el Sumo Inquisidor Benev nunca le haría daño, que su madre le había pedido que la protegiera, que se preocupaba por ella; pero quiso evitar que la tocara.

En un momento en el que nadie se fijaba en ella, fue hasta los calabozos. Ninguno de los guardias que quedaban en el edificio le preguntó qué hacía y por qué, bastó con su rostro para que la dejaran pasar. Caminó hasta el fondo de aquellos pasillos húmedos hasta las celdas más oscuras, donde la luz del sol no llegaba, encendió una lámpara de aceite y se quedó en pie junto a una celda, mirando fijamente a aquel bulto oscuro que había reconocido como Stoleas.

–Estamos en guerra –dijo.

Aquello suscitó una reacción de él. Levantó la cabeza, y la miró entre sus mechones castaños, con una mezcla de desprecio, dolor y cansancio.

–Me sorprende que sigas viva, entonces. ¿A qué has venido? ¿A decirme lo equivocado que estoy?

Aquella pregunta era demasiado acertada, como todas las que hacía siempre. Incluso desde el fondo de la celda, encogido sobre sí mismo, con una camisa medio abierta por la que asomaban vendajes mal colocados. Y Sarai simplemente se quedó allí delante, en silencio.

Stoleas no parecía malherido, pero sí indefenso, enfadado y muchas otras cosas más que se perdían a la luz temblorosa de aquella lámpara.

Sarai intentó expresarse, encontrar palabras para externalizar lo que le rondaba la cabeza, lo que le pesaba en los hombros y le tiraba en el estómago y le ardía en la garganta, pero no encontró la forma ni la fuerza de voluntad. Todo parecía un error frente a esa celda. Incluso estar ahí.

–No lo sé –confesó–. Marlena Sunli está viva, creo. Escapó viva de la Sala del Crepúsculo –dijo antes de marcharse.

Tras esa visita pidió que la dejaran salir con otros soldados. Dijo que quería ayudar, que su apellido no la hacía menos inquisidora y aquel era su deber. Benev felicitó su buen espíritu, como siempre. Vanna Darco asintió con la cabeza y miró a la autoridad de aquel edificio, la Alta Inquisidora Felisse, que fue quien le dio un puesto con el capitán Mansleigh.

Su escuadrón patrullaba parte del centro norte de la ciudad. Revisaba que las zonas conquistadas se mantuvieran así mientras otros iban por delante ganando terreno a las brujas de la luna.

Se movían de día, porque era más seguro, y cuando empezó a caer el sol, Mansleigh dio la orden de regresar al cuartel. Sarai caminaba en la retaguardia, vigilando cada rincón, con su sable y pistola en la cintura y el nuevo peso de un rifle sobre la espalda. Se concentraba en ellos a cada paso, y en los adoquines bajo sus botas y los civiles tras los cristales de sus casas. Se separaba un poco del grupo para comprobar las sombras en las trastiendas y las callejuelas estrechas que pasaban. Hacía lo que le habían enseñado, mecánicamente, en un intento de acallar sus pensamientos.

Entonces fue cuando la vio, perseguida por un reguero de sangre y la luz roja del atardecer, y todo se detuvo por un segundo. Miró hacia atrás un momento, comprobó que nadie del escuadrón miraba hacia allá y ni siquiera se detuvo a tomar una decisión. Se adentró en la calle y la bruja cayó inconsciente en sus brazos.

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BUENO. Pues eso 👀. Ya queda nada para que acabe este "primer libro" y de verdad he tardado demasiado pero cada segundo ha merecido la pena.

Estos caps estaban hechos para actualizarse juntos, no podía ser de otra forma.

Tierra de Fuego y SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora