15

89 9 69
                                    

La capital también tenía días soleados. Desde que había puesto un pie en ella, Sarai solo había experimentado lloviznas intermitentes y cielos encapotados. Aquel día, sin embargo, había salido el sol en todo su esplendor, y el agua se evaporaba lentamente de los charcos a los lados de la calzada. Los carruajes y coches motorizados levantaban nubes de polvo. Los pájaros piaban en los techos, cantándole al sol.

El ladrillo y la piedra hacían de Ardid una ciudad calurosa a aquella hora del mediodía, y Sarai se preguntó cómo sería en verano. Los veranos de Ferye eran húmedos y tormentosos, y cargaban el ambiente de olor a tierra mojada. Siempre le habían gustado. Quizá era lo mismo en Zelai. Torre Quemada y Ardid no estaban tan lejos, después de todo; ambas estaban cerca de las fronteras. La distancia solo era un día de viaje en calesa.

Stoleas le había puesto al día sobre los descubrimientos que había hecho con Marlena Sunli. Un hombre Munbath acusaba a Alexandria Felisse de enviar mercenarios a apuñalarle y robarle su dinero, algo que, si le preguntasen a ella, diría que es muy poco creíble. Y además habían encontrado escritura de las brujas de la luna en el cuaderno del difunto inquisidor Jaguar. Al final, todo se reducía a aquella bruja con sus dagas y sus gestos arrogantes y su séquito de encapuchadas.

Sarai esperaba con ansia a que llegase el momento de cruzar espadas con ellas de nuevo.

Ahora no estaba de servicio, sino que acudía al lugar donde el Sumo Inquisidor Benev la había citado. Sentía un hormigueo nervioso en las puntas de los dedos y el estómago. El Sumo Inquisidor no había dado ningún detalle, solo escribió que quería hablar con ella. ¿De qué quería hablar? ¿Sería algo importante? Theodus Benev en persona no habría enviado una nota para reunirse con ella si no fuera algo importante. No podía haberla invitado a comer sencillamente para preguntar cómo le iba el trabajo en la capital. No tendría sentido, no siendo una recluta cualquiera a su cargo.

A menos que no lo fuera. ¿Acaso iba a decírselo? ¿Iba a decirle que era su padre? Eso no podía ser. Lo habría dicho antes. El Sumo Inquisidor era viudo desde hacía casi veinte años. Lo hubiera dicho, y Sarai se habría ahorrado las vejaciones y bromas de sus compañeros. Pero, aun así, no podía evitar pensar en ello.

Si no, ¿qué querría decirle? ¿Sabía algo sobre las brujas de la noche, quizá? ¿O era que iban a trasladarla de nuevo? ¿Y si tenía una prueba que pasar y no la había pasado? ¿Y si la devolvían a Torre Quemada?

Sarai tragó saliva y caminó un poco más rápido; no quería llegar tarde. Quería saber qué quería el Sumo Inquisidor Benev de ella.

Recorrer la calle que llevaba al restaurante la transportó al pasado, una semana atrás, cuando una de las inquisidoras bajo el mando directo de Benev la escoltó escaleras arriba en Torre Quemada sin que ella supiera lo que la esperaba arriba. Como si aun siguiera allí y temiera encontrarse con la mano dura de Mikel Kraus, se detuvo frente al cristal de una tienda para meter la camisa por debajo del cinturón, limpiarse las mangas y recogerse el pelo de nuevo.

Luego continuó hasta la puerta del restaurante y se detuvo allí, tal y como le habían indicado. Por el reloj de la plaza de enfrente supo que llegaba con unos minutos de antelación, justo como había querido.

Un carruaje de color azul oscuro se detuvo en la puerta cuando ella ya llevaba un tiempo allí. Primero bajó una inquisidora que Sarai ya conocía, y sujetó la puerta para Theodus Benev. Vestía un traje color índigo en lugar de su uniforme militar de la Orden, aunque aún llevaba sus medallas en la solapa, y una capa lustrosa con patrones florales blancos.

—Somara, quédate en la puerta —ordenó.

—Sí, Su Eminencia.

Benev se aproximó a la puerta del establecimiento, y con ello a Sarai.

Tierra de Fuego y SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora