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La torre se alzaba a un lado del camino, como un gran guardia dispuesto a interrogar a los transeúntes, con sus ladrillos de piedra proyectando una larga sombra que oscurecía el paisaje. Era un lugar viejo, frío y lúgubre, que olía a humedad la mayoría del tiempo, porque el agua y el viento se filtraban por las paredes ausentes de argamasa. Había ardido durante la última guerra, y algunas zonas aún conservaban las marcas de los lametones del fuego, sobre todo en la parte trasera. El muro que daba al patio de entrenamiento estaba cubierto por una película negra, disimulada por las dianas y postes con sacos de paja que servían de objetivo para los novatos. Sin embargo, ya se llamaba Torre Quemada mucho antes de que eso sucediera. Recibió ese nombre la primera vez que una bruja del sol la hizo arder, cuando no era una torre de entrenamiento ni un cuartel de la Orden sino una prisión para las de su especie.

El Alto Inquisidor Kraus se detuvo junto a la ventana al escuchar el sonido inconfundible de cascos de caballo sobre piedra y vio cómo el carruaje rodeaba a los reclutas que practicaban esgrima y se aproximaba al establo. Este también había sido pasto de las llamas durante la guerra, pero tras la firma de la paz habían construido uno nuevo, más espacioso. El coche fue a detenerse frente a su propia calesa, que se hallaba a resguardo en el interior. Los caballos relincharon, alertados por el ruido. Algunas cabezas se giraron; otras continuaron lanzando estocadas.

Kraus se apartó de la ventana y bajó otro escalón, y otro más, con la vista al frente. Se cruzó con dos novatos y estos le dedicaron una reverencia agachando la cabeza antes de continuar su camino.

Cuando pisó el salón principal su ayudante, un joven menudo e inquieto llamado Willhem Santagar, se aproximó a él desde el otro lado de la sala.

-El Sumo Inquisidor Benev ha llegado, señor.

-Lo sé -gruñó Kraus, haciendo un aspaviento con la mano-. Lo he visto llegar por las ventanas.

Santagar retrocedió, agobiado.

-Sí, señor. Lo siento, señor. ¿Lo llevo a sus aposentos?

-Acompañarás a sus sirvientes para que dejen el equipaje y luego traerás té a mi despacho.

Santagar hizo una reverencia corta y rápida.

En cuanto el Sumo Inquisidor Theodus Benev entró en la torre, acompañado de dos lacayos, Santagar se acercó con pasos cortos y rápidos, haciendo reverencias, y a Kraus le recordó a un pájaro picoteando migas del suelo. Acto seguido, se marchó con los lacayos de Benev escaleras arriba para mostrarles el camino.

El Alto Inquisidor Kraus unió las manos delante del cuerpo.

-Theodus.

Benev se acercó con una sonrisa.

-Mikel, te veo saludable, como siempre.

Era un hombre fornido, de brazos anchos y mandíbula cuadrada, con el cabello largo salpicado de canas y una perilla triangular que solía acariciarse cuando estaba pensando. Kraus había estado a sus órdenes durante la guerra por un tiempo, antes de ser ascendido a Alto Inquisidor, y después de aquello pelearon codo con codo en el campo de batalla hasta la paz. Theodus era un buen comandante, implacable con sus enemigos, y Kraus respetaba eso, pero nunca había llegado a simpatizar con él. Sonreía demasiado, con una sonrisa falsa y oscura. Un líder no necesitaba sonreír. No necesitaba fingir e intentar ser popular. Necesitaba infundir respeto y miedo.

-Tú has envejecido -respondió, seco.

Benev soltó una carcajada potente.

Kraus había derrotado a las tropas de la bruja Aldara Flamir en combate, y sin embargo, Benev había sido quien se había llevado el reconocimiento por la victoria y se había colocado como miembro del Consejo de la Suprema, mientras que a Kraus lo habían relegado a vivir en la Torre más vieja y húmeda, rodeado de niñatos que jugaban a las peleas y que jamás serían tan buenos soldados como él y sus compañeros lo fueron en su día.

Tierra de Fuego y SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora