Sarai tuvo una noche agitada, llena de brujas que se movían como sombras acechantes, doblando la oscuridad a placer. Ella intentaba enfrentarlas, pero no veía más que negro a su alrededor, aunque sabía que estaban allí. Las escuchaba reírse en voz baja, escuchaba el roce de sus capas y el tintineo de sus armas. Las sombras olían a humedad y a madera; la aplastaban y le quitaban el aire, ralentizando sus movimientos. Y se hizo el día cuando vio un destello acercarse a su garganta y sintió el frío del acero.
Se incorporó y se llevó una mano al cuello, intacto, y la bajó hasta dar con su colgante. Frotó el hueso y se sacudió el miedo del cuerpo, ceñuda, y musitó una maldición entre dientes. Pensó en la bruja esbelta, mirándola con una chispa de diversión desde arriba. Un embrujo de sueños era un truco estúpido y no iba a acobardarla.
No encontró a Stoleas en el comedor cuando bajó a desayunar, así se sentó sola. Se tomó su tiempo para llenarse el estómago, esperando a que apareciera, pero el inquisidor no hacía acto de presencia. Esperó algo más de tiempo y decidió que iría a su habitación a despertarlo. No le costó más que una pregunta averiguar qué puerta tenía que tocar, y esperó tras ella con los brazos cruzados.
El inquisidor abrió con el chaleco sin cerrar y se pasó los dedos por un lado de la cabeza.
—Buenos días.
—Es tarde —apuntó Sarai.
—Sí, lo es —Stoleas abrochó los botones del chaleco y se ajustó el cinturón—. ¿Has dormido bien?
Sarai tardó un poco en procesar aquella pregunta.
—Lo suficiente.
Lo cierto era que ella había tenido bastantes horas de sueño, y no podía decir lo mismo de su compañero, que lucía unas bolsas oscuras bajo los ojos.
—Me alegro, porque yo he dormido más bien poco —confirmó—. Vamos al cuartel antes de que Mansleigh decida que llego tarde al interrogatorio.
Sarai descruzó los brazos y se tragó el comentario que iba a hacer sobre su predisposición a madrugar. Había olvidado los informes.
Asintió con la cabeza y retrocedió un paso para dejar salir a Stoleas. Este comenzó a caminar y ella le siguió.
—¿Qué, te has levantado con la cabeza más fría?
—He soñado con brujas.
—No me extraña, después del día que tuvimos ayer.
Sarai secundó el comentario con un gruñido.
—¿Has pensado en lo que hablamos? —preguntó Stoleas mientras bajan a la entrada del edificio.
—Sí.
—¿Y?
Stoleas la buscó con una mirada expectante. No podía decir que no lo había pensado, pero tampoco le había hecho cambiar de opinión.
—Voy a confiar en ti. No en ella. Las Sunli hicieron arder Torre Quemada y la mitad de las aldeas de los alrededores. Mataron a miles. Son unas sanguinarias.
Stoleas suspiró.
—Tú ni siquiera habías nacido entonces. Y ella seguramente tampoco.
—Eso no importa.
Frotándose las sienes, el inquisidor aceleró el paso y la dejó atrás. Sarai le alcanzó con unas zancadas. Escapaba a su comprensión cómo un hombre como Stoleas de Montealto trabajaba bajo el mando directo de la Alta Inquisidora Felisse. No parecía muy buen luchador —aunque se las había arreglado con las brujas de la luna—, tampoco era de buena familia y simpatizaba con el enemigo a espaldas de la Orden.
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Tierra de Fuego y Sombras
FantasyDespués de una guerra que parecía no tener fin, la nación de Uneris firmó la paz con sus enemigas, las brujas del sol y la luna. Tras el arreglo de fronteras y territorios, la ciudad de Ardid fue designada capital neutral y se convirtió rápidamente...