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Sarai agradeció el gabán del uniforme al enfrentarse a la noche húmeda de la ciudad, pero le pareció de sobra en el calor de la cervecería. Estaba llena de unerisanos, muchos de ellos con cicatrices o prótesis. Supo reconocer por sus rostros y sus heridas que eran veteranos de guerra, ya sin uniforme a causas del daño que habían sufrido o su edad. Había un hombre con una pierna de madera junto a la barra, riéndose escandalosamente mientras hablaba con el tabernero, y a su lado una mujer menuda con una capucha de lana basta sobre la cabeza, ocultando quizá las quemaduras de una bruja del sol.

—Déjame hablar a mí —le susurró Stoleas, sentándose en un taburete.

El tabernero dejó de reírse y les dedicó una sonrisa adornada con el brillo de un diente de metal.

—Bienvenidos al Pozo del Guerrero, ¿qué puedo ofreceros, jóvenes? —los miró alternativamente, deteniéndose en Sarai— ¿Novata? ¡Ja! Se te nota, estás más verde que los campos de Estal. Tengo algo perfecto para celebrar eso. —Antes de que pudieran decir nada, el hombre empezó a llenarle una jarra de cerveza.

Stoleas carraspeó.

—Estamos de servicio.

—Ya, bueno, ¿pero eso desde cuando os impide beber un poco? —El tabernero puso una jarra delante de cada uno con otra sonrisa.

—Estamos buscando a una mujer —atajó Stoleas, sin tocar la jarra. Su compañera, sin embargo, no quiso rechazar la hospitalidad del hombre.

—¿Con qué aspecto? Porque eso define a un cuarto de mi clientela.

—Buena pregunta. Inusual, quizá no muestre la cara. Debe ser alguien que no venga mucho.

—No sé, inquisidor, no ayuda mucho.

—Una bruja —intervino Sarai, aunque eso le ganase una mirada de reproche de Stoleas.

—Ninguna ha pisado este establecimiento, que yo sepa —el tabernero hizo una mueca—. Y créeme, lo sabría. Ninguna persona de las que ves por aquí les tiene mucho cariño a esas criaturas.

Stoleas apoyó los brazos en la barra.

—Todavía no sabemos si es una bruja, pero es una posibilidad. Escúcheme, un inquisidor ha desaparecido, y sabemos que esperaba encontrarse con una mujer aquí.

—¿Un inquisidor? ¿Qué aspecto tiene?

—Alto, mandíbula cuadrada y rubio. Se llama Jaguar, Graham Jaguar.

—¿Un tipo de sangre isleña con acento de Durr?

—¡Sí! Ese.

El tabernero sacudió la cabeza.

—Sé quién es, pero no lo he visto hablar con una mujer nunca. Entró una vez y se llevó a mi socio, Jeremy Goodwill, un buen tipo. Luego siguió viniendo, pero solo se sentaba allí, justo en aquella esquina del fondo, y pedía cerveza hasta entrada la madrugada. Sin hablar con nadie, fumando de esa pipa suya. Rarito hasta para ser de Durr. Ah, pero no le digas eso al resto de mis clientes durrdos, ni se te ocurra —susurró, en tono de confidencia, para finalizar.

Stoleas se rascó detrás de la oreja. Se giró hacia Sarai.

—Jeremy Goodwill estaba acusado de agredir... —se corrigió—: de participar en una pelea con una Raygast de por medio. Pero no había pruebas, así que fue puesto en libertad poco después. Quizá sepa algo —se volvió de nuevo hacia el tabernero, que estaba ocupado llenando otra jarra para el hombre de la risa potente. La mujer encapuchada pasaba un dedo por el borde de su jarra—. Goodwill debió regresar un par de días después, ¿cierto?

Tierra de Fuego y SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora