Sarai se despertó inquieta de nuevo. Tenía suficientes cosas en mente como para estar pensando en una bruja de la luna, sin embargo, era en lo que estaba pensando. Al menos esta vez no había soñado con ella. Solo se había despertado mirando el corte que tenía en el antebrazo izquierdo, que escocía cuando lo limpió y vendó de nuevo antes de vestirse. No era muy profundo, pero sí largo, y le dolía al mover la mano. Marlena Sunli había usado algo de magia curativa en él, pero no había servido de mucho.
-No puedo hacer mucho más -había dicho-. Lo siento, no es mi especialidad.
Sarai había permitido que lo hiciera con desgana, consideraba que ya se había expuesto a suficiente magia en una sola noche. Luego le dio las gracias de forma escueta. Stoleas, por supuesto, había insistido en que aceptara. Él había salido mejor parado, pero tampoco estaba intacto.
Mientras los dos cuerpos negociaban por la custodia que la bruja a la que habían logrado atrapar, él se pasó la mitad de la noche hablando con la Sunli. A Sarai le seguía escamando lo bien que se llevaban esos dos. Había algo más que un difunto amigo en común entre ellos, estaba segura. Una parte de ella deseaba no tener razón, pero empezaba a sospechar que su mentor se estaba acostando con la bruja. No tenía certeza de que le atrajeran las mujeres igual que los hombres, pero había algo que iba más allá de la simpatía cuando la miraba, y eso era obvio. Y de todas las personas que podía haber escogido para tener eso, lo que fuera, había escogido a una bruja del sol. Al menos era una que no era demasiado desagradable.
Alguien tocó a su puerta.
-¿Estás lista, novata?
Sarai resopló. Parecía que lo hubiera invocado con sus pensamientos.
Se acercó y abrió la puerta al inquisidor, que se alisó el chaleco y la saludó con un gesto de la cabeza. La bruja había logrado sanar la mayor parte de la magulladura que tenía en la mejilla, lo suficiente como para poder llevarla descubierta, aunque su cara aún estaba un poco hinchada.
-Buenos días -respondió ella.
El inquisidor parecía algo más contrariado que de costumbre, y Sarai se preguntó qué había hecho esta vez para que estuviera molesto con ella. Le echó una mirada de hastío y se puso el gabán del uniforme antes de salir por la puerta. Notó que todavía olía a lluvia y a agujas de pino, lo mismo a lo que olía aquella bruja de la luna. Aspiró el olor por inercia. Le recordaba a los bosques alrededor de Torre Quemada, en primavera, cuando se escapaba allí para entrenar con tranquilidad. Se enfadó consigo misma y con el mundo, porque la brujería no debería poder oler a casa, y especialmente no la de ella. Las brujas de la luna le habían arrebatado todo lo que tenía antes de que lo tuviera, antes de que existiera. Habían matado a la familia de Vanna Darco, y con ella, también a su familia. Habían hecho que la enviaran a Torre Quemada como una chica que no cargaba más que su nombre. No tenían derecho a quitarle el recuerdo de lo más parecido que tenía a un hogar.
Volvió a visualizar a la bruja, sus ojos oscuros y profundos, y esa sombra de sonrisa que se escondía detrás de un pañuelo negro. En el tono susurrante y burlón de su voz, que hacía que le hirviera la sangre y le cosquilleara el estómago. Y en la convicción que le arrugó el ceño cuando dijo Nosotras no hemos matado a nadie.
No podía creerla. O no estaba diciendo la verdad, o no sabía qué habían hecho las suyas.
-¿Cómo está tu brazo? -preguntó Stoleas.
-Bien. No duele mucho.
-Me alegro. ¿Y el resto?
-Estoy bien -gruñó Sarai. Se acarició el brazo por encima del gabán y devolvió la vista a su compañero, que caminaba a su lado, solo para descubrir que no la miraba-. ¿Y tú?
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Tierra de Fuego y Sombras
FantasiaDespués de una guerra que parecía no tener fin, la nación de Uneris firmó la paz con sus enemigas, las brujas del sol y la luna. Tras el arreglo de fronteras y territorios, la ciudad de Ardid fue designada capital neutral y se convirtió rápidamente...