32

115 8 54
                                    

Sarai no era médico, pero había aprendido muchas cosas en Torre Quemada. Algunas se las había visto hacer a Amelia; cerrar heridas era una de ellas, aunque lo cierto era que las brechas, punzadas y cortes de un recluta no podían compararse con la puñalada que Nyssara Umbra tenía en el abdomen. Varias veces pensó que la bruja iba a morir. Cuando entró en aquel edificio cargando con ella, en busca de un sitio donde atenderla y esconderse; cuando la acostó en la cama y pensó que se desangraría antes de que encontrase utensilios para coser y fuego, cuando le cerraba la herida a toda prisa, sin pensar, y no dejaba de ver rojo por todas partes. Le comprobó el pulso muchas veces hasta que despertó para asegurarse de que su corazón no había dejado de latir. Se preguntó aún más veces qué había hecho y por qué. Se sentía increíblemente estúpida. Había actuado sin ninguna clase de plan en mente, sin saber siquiera cómo de grave era aquella herida ni qué haría con la bruja una vez recobrara la consciencia.

Necesitaba que Nyssara Umbra estuviera viva, ni siquiera sabía muy bien la razón. Quería escucharla, quería que le explicase qué estaba pasando. Necesitaba que le dijera por qué se había arriesgado a advertirla y salvarle la vida en medio del Baile del Crepúsculo. Necesitaba verla en pie frente a ella, viva, con una sonrisa de medio lado y una burla en la punta de la lengua.

Era una bruja de la luna, una Umbra de entre todas. Se suponía que debía odiarla. Deberían odiarse mutuamente. Pero era lo único estable que le quedaba, el único clavo ardiendo al que podía aferrarse. Ponerla a salvo y empaparse de sangre cerrando aquella puñalada debería ser la mayor estupidez de su vida, y, sin embargo, era lo único que tenía sentido.

Acostada a su lado todas las señales de que estaba viva eran demasiado evidentes. Su calor corporal, su brazo contra la espalda, cada pequeño movimiento en el colchón, el leve quejido cuando le tiraban las costuras de su herida. El olor de su magia, que la rodeaba como un manto, desapareciendo lentamente con el paso de las horas. Saber que estaba respirando casi en su nuca, desnuda de cintura para arriba, la hacía sentir demasiadas cosas a la vez. Enmarañaba sus pensamientos. La mantuvo tensa toda la noche, incluso cuando cayó rendida al sueño. Y cuando abrió los ojos de nuevo, sabiendo que solo había dormido un par de horas como mucho, le sorprendió descubrir que todavía seguía allí, un poco más cerca, con la mejilla contra su hombro.

No había aprovechado la oportunidad para escapar. Seguía dormida, murmurando en sueños, y la luz del sol le bañaba la piel y el cabello de tonos cálidos. Sarai la observó durante un momento, analizando las líneas de su rostro, los tatuajes que le subían por el cuello. Nunca la había mirado detenidamente. No había tenido muchas oportunidades, y no había querido. Era más fácil si solo era una bruja detrás de una máscara, o una Umbra, y no esto. Una chica de su edad que había visto morir a su madre. Verla así la hacía demasiado... humana.

Se preguntó de nuevo por qué estaba allí, por qué la habría salvado, qué iba a hacer ahora con ella. La respuesta tampoco debería tener sentido, pero era la única que tenía.

Se levantó con cuidado y se sacudió la ropa antes de cruzar a la otra habitación de la casa. Buscó en la despensa y encontró algo de pan y fruta que se había dejado el anterior inquilino. La bruja estaría débil y hambrienta, seguramente.

–Umbra –dijo, en voz alta, al regresar. Se acercó a la cama y lo pensó dos veces antes de tocarle el hombro–. Despierta.

Nyssara Umbra gruñó por lo bajo y Sarai insistió un poco hasta que abrió los ojos.

–He encontrado algo de comida –la informó.

Nyssara Umbra contestó a eso con una sonrisa perezosa, y Sarai decidió cortarla antes de que dijera nada.

–Me voy de vuelta al cuartel general de la Orden. ¿Crees que puedes moverte?

Ante eso, la bruja se incorporó apretando los dientes.

Tierra de Fuego y SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora