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En el patio, el aroma de los pinos y las flores del bosque se mezclaba con el de las nubes de polvo y arena, el metal, la pólvora y el sudor. Los ruidos de la naturaleza quedaban opacados por gruñidos, choques de acero romo, estallidos de disparos y el sonido de los impactos de los protectores acolchados contra la tierra. A la caída del sol, los aspirantes a inquisidores habían cesado de lanzarse tajos y disparar a las dianas para congregarse en torno a dos de sus compañeros, enzarzados en una pelea. Nadie sabía bien cómo había comenzado, y eran pocos los que se preocupaban por averiguarlo.

Sarai se echó hacia atrás para abrir espacio entre ella y su contrincante, y los reclutas que cerraban el círculo la empujaron hacia delante mientras se la animaban a combatir. El adversario se llamaba Isaiah, sin apellido, igual que ella. Era rápido, pero menos resistente; Sarai sabía muy bien cómo luchaba. Bloqueó su ataque con la hoja de la espada de entrenamiento y este se rió. Tenía una sonrisa desigual por los dientes que se había roto en otras peleas. Un grupo de jóvenes, encabezado por Lukai Manslaigh, coreaba su nombre.

Sarai contraatacó lanzando unos mandobles pesados e Isaiah se escurrió por un lado y probó una estocada rápida. Sarai agarró la espada roma y le asestó un golpe en la muñeca para obligarle a soltarla. Isaiah siseó de dolor y Sarai se adelantó un paso para evitar que pusiera distancia entre ambos. El círculo pareció cerrarse un poco. Otro grupo de reclutas gritaba su nombre.

Sarai le clavó la espada en el costado a Isaiah y esta rebotó contra el protector, pero le desestabilizó. Antes de que pudiera reponerse le asestó una patada en la rodilla.

—Retíralo.

Isaiah rodó por el suelo y recuperó su espada. Se apartó un bucle rubio de la frente con un soplido.

—¿Acaso he dicho una mentira? Vamos, Sarai, tienes que reconocerlo. Eres su favorita, algo tendrás que hacer para serlo. Y todos sabemos que le tienes mucha... devoción.

Sarai descargó un tajo vertical y los aceros chocaron. Isaiah ejecutó una finta y la terminó con una estocada. Sarai retrocedió a trompicones y un brazo la agarró por detrás.

—¡Ahora! —gritó una voz.

Sarai lanzó un codazo a ciegas y acertó en la nariz del cómplice, que se tambaleó con un gemido. El público abucheaba por la intromisión, y Sarai tiró del tercer combatiente y lo lanzó contra su adversario. Isaiah y el Lukai Mansleigh se convirtieron en una bola de extremidades en el suelo. Sarai le pateó la espalda a Lukai y su frente chocó con la de Isaiah. Después le agarró del cuello de la camisa y tiró de él para separarlos. Cuando lo hubo puesto en pie, le propinó un cabezazo y lo empujó hacia la multitud, que abrió un hueco para dejarlo pasar y luego cerró el corro de nuevo. Se oyeron risas y volvieron a corear el nombre de Sarai.

Isaiah se puso de nuevo en pie, con el uniforme cubierto de polvo. Escupió en el suelo y esquivó el siguiente ataque inclinándose a un lado. Luego se agachó y rodó.

—¡Pelea, Isa, no seas gallina! —gritó una voz del círculo.

Isaiah encadenó varios golpes que impactaron contra los brazos desprotegidos de Sarai. Se agachó para evitar un mandoble demasiado amplio y le pisó un pie. Sarai perdió el equilibrio y cayó con una rodilla en el suelo. Isaiah se llevó la espada al hombro. Sarai le escupió en las botas embarradas y le embistió, agarrándole las rodillas, y ambos cayeron al suelo.

Sarai soltó la espada y trepó hasta sentarse a horcajadas sobre el estómago de su adversario. Isaiah interpuso su arma y forcejearon por la empuñadura; los reclutas coreando sus nombres. Sarai consiguió arrebatársela y lanzó la espada al borde del círculo. Levantó el puño y su adversario se protegió con los antebrazos mientras intentaba escaparse de debajo.

Tierra de Fuego y SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora