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Nyssara dejó que sus tíos y las dos nuevas brujas de su aquelarre se acomodaran en las habitaciones de invitados de la residencia Umbra. Los observó desde la entrada, pasando la mirada del uno al otro según quién tenía la palabra. Debatían sobre la necesidad de convocar un Cónclave. Ambos estaban de acuerdo en que era necesario, pero su tía Silena advocaba por un acercamiento mucho más directo y agresivo, mientras que su tío Astra insistía en el poder y deber de las matriarcas para tomar una decisión.

—¿Tú qué piensas, Nyssa? —A Nyssara le tomó por sorpresa que su tía la interpelara antes de que ella misma decidiera intervenir.

—Que no podemos dejarles salirse con la suya —contestó. No llevaba sus dagas, pero le hubiera gustado apoyar la mano en el pomo de una para enfatizar sus palabras. Se cruzó de brazos—. El Cónclave estará bien para que todo el mundo esté informado, pero me da igual la decisión de las matriarcas. Sé lo que tengo que hacer.

Silena lo reafirmó con un gruñido.

—Nyssa, la decisión de las matriarcas es definitiva —insistió Astra Darkai, sentado en la cama— Estoy seguro de que serán sensatas y buscarán una forma de actuar.

Su esposa cuestionó la frase con los ojos, sin decir nada. Nyssara bufó.

—Si todas se comportan como madre, van a dejar que nos aplasten otra vez. No ha hecho nada, se ha callado y ha seguido adelante como si esos humanos no hubieran... —Nyssara inspiró para serenarse y tiró de su mejor sonrisa— Pero es la única de esta familia que se sentará sin hacer nada.

Algo cambió en la postura de Silena Umbra al oír eso, se irguió más y los músculos se relajaron alrededor de su boca, aliviando la expresión de enojo.

—Tía Aracne estará a punto de llegar —comentó Nyssara—. Reunámonos en el taller, cuatro horas después de la cena, cuando la luna esté bien alta. Para entonces madre ya estará en su habitación.

—Lo haremos. Astra, no me importa cómo lo hagas, pero tienes que convencer a mi hermana de convocar un Cónclave urgente.

Su marido asintió, con una mirada pesada.

—Lo sé.

Cuando Nyssara pisó el taller, se encontró que era la última en llegar. Su tía Aracne acoplaba cables en el interior de un artefacto metálico con forma de caja. Silena hablaba con sus sobrinas, Amarys y Raveena, y las dos brujas neonatas que había traído consigo desde Blaen estaban de pie, varios metros separadas de ella. Nyssara las conocía, se llamaban Faith y Genova. Faith era una granjera de un pueblecito de Ferye que huyó de casa y cruzó la frontera en cuanto sintió la llamada de la Fuente. Genova, por otra parte, era una huérfana criada en una torre de entrenamiento de inquisidores en Durr. Desertó y encontró a su tía después de manifestar su conexión por la primera vez. Su porte, que antes le había parecido simplemente un tanto rígido, muy unerisano, ahora le recordaba al de aquella inquisidora a la que había enfrentado en casa de Goodwill. Solo que aquella inquisidora era más alta y fuerte, y tenía el cabello negro como el ala de un cuervo y los ojos del color de la tierra bañada por la luna. Y era su enemiga.

Aracne Umbra levantó la vista de su trabajo y divisó a Nyssara.

—¿Ya estamos todos? Perfecto.

Pero Nyssara había notado que su tío Astra todavía faltaba. Se aproximó a Silena y preguntó por él.

—Fue a hablar con tu madre sobre la reunión de matriarcas. La mantendrá distraída —respondió ella.

Nyssara saludó a sus primas y a las dos nuevas brujas con un gesto y volvió a girarse hacia su tía.

Tierra de Fuego y SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora