La casa estaba en silencio. El silencio era su estado natural, en cierta manera, pero ahora había demasiado silencio. Solo se podía escuchar el crujido de la leña en la chimenea, lamida por el fuego, y el sonido amortiguado de los pasos de Nyssara, que caminaba en círculos por el salón.
Su madre la miraba sin decir nada, sentada en una butaca con las manos sobre el regazo. Ya le había dicho todo lo que tenía que decirle, así que ahora solo la estaba castigando con aquella presencia regia y aquel interminable silencio.
A Nyssara le molestaba el corte de la pierna, los puntos le tiraban un poco de la piel con cada paso, pero no podía estarse quieta. También sentía una molestia el hombro, ahora que se había enfriado. Aquella llave de la inquisidora le había hecho daño.
Nyssara le dedicó un pensamiento, de entre todo el caos de su cabeza, a ella. Debían tener más o menos la misma edad, lo que significaba que era una inquisidora novata. Se había quedado con su nombre. Era un nombre estúpidamente unerisano, Sarai. Igual que Nyssara era un nombre isteno con siglos de antigüedad, uno que había llevado también la madre de su madre y muchas otras mujeres que fueron brujas de la luna, y también las que no lo fueron. Sin embargo, ambos compartían la misma raíz. En el idioma de su gente, en el que ya apenas se hablaba, Nyssara significaba «Hija la noche». Se preguntó de qué era hija aquella inquisidora, entonces. Se preguntó en qué momento la tomaron la palabra prestada unos de otros. Seguro que su padre lo sabría.
Miró a su madre otra vez, y esta le devolvió la mirada. Era su mirada de matriarca, no la de madre. Nyssara las había aprendido a diferenciar muy bien. Este no era un asunto personal; no la había decepcionado sólo como hija, sino como miembro del clan. Nyssara apretó los dientes.
Quería marcharse. Quería correr hasta el cuartel general de la Inquisición y buscar a Faith y traerla de vuelta, o si no estaba allí, al cuartel del Cuerpo de Defensa. Había estado a punto de hacerlo, pero su madre la había detenido, y mientras ella estuviera pendiente no tenía oportunidad de escaparse.
—Si no tienes nada que decir, madre, me marcho. Voy a ver cómo está Amarys.
Arlentia Umbra le hizo un gesto con la cabeza.
—Adelante. Yo seguiré esperando a tu tía. Baja en cuanto hayas terminado.
Silena y Astra se había marchado poco después que ellas, y aún no habían regresado. Según había calculado Nyssara, no podrían tardar mucho más en llegar. Su tía Aracne le había explicado el plan que tenían, por dónde iban a entrar y cómo, qué iban a coger y cómo iban a sacarlo y dónde iban a ocultarlo hasta poder traerlo por partes a la residencia Umbra sin provocar sospechas. Si todo iba bien, deberían regresar alrededor de la próxima media hora. Y todo iría bien, porque se trataba de la Loba Gris y su marido, Astra Darkai, que también era un prodigio en su manera.
Sin darse cuenta Nyssara se adentró de más en el pasillo y llegó hasta la puerta del taller de Aracne Umbra. Estaba cerrada, y dentro estaba interrogando a aquel espía al que habían traído, Jeremy Goodwill. La propia Aracne había dicho que sería difícil hacerle hablar.
Nyssara escuchó un grito amortiguado por la puerta y se dio media vuelta. Le hubiera gustado estar ahí dentro también, ser ella quien le interrogase, escucharle confesar que atentó contra la vida de su madre igual que atentó contra la de Solaire Raygast y obligarlo a lamentarlo. Pero Goodwill era un antiguo espía, y aquello era un trabajo para su tía Aracne. Después de todo, para ella era tan personal como para Nyssara.
Corrigió su rumbo y subió a la habitación de la pequeña de sus primas, que descansaba en cama. Su hermana estaba sentada en el borde, conversando con ella, y su padre estaba de pie junto a ambas.
ESTÁS LEYENDO
Tierra de Fuego y Sombras
FantasyDespués de una guerra que parecía no tener fin, la nación de Uneris firmó la paz con sus enemigas, las brujas del sol y la luna. Tras el arreglo de fronteras y territorios, la ciudad de Ardid fue designada capital neutral y se convirtió rápidamente...