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El alba se hizo esperar. Sarai tenía un nudo en el estómago que no la dejaba conciliar el sueño, y había pasado la noche peleando con la almohada y escuchando las respiraciones y ronquidos de otras reclutas.

En cuanto vio clarear el cielo por la ventana saltó de su catre y se sacudió para salir del duermevela en el que llevaba horas sumida. Se aseó, se vistió con la camisa menos desgastada que tenía y limpió sus botas hasta que el cuero recuperó un poco del brillo que solía tener cuando estaban nuevas.

Hacer maletas no le había costado, ya que no tenía muchas pertenencias. Solo las mudas necesarias y el colmillo de lobo que llevaba colgando del cuello. No se podían tener muchas pertenencias en Torre Quemada sin correr el riesgo de que alguien te las robara, ya fuera por su valor o simplemente por gusto. Ni siquiera los reclutas con buen apellido tenían más que algún recuerdo de su familia o algún adorno fácil de esconder.

Bajó las escaleras, dejando al resto de reclutas dormidas en la habitación, y se presentó en el salón principal, donde se hallaba la escolta de Benev, acompañada del propio Sumo Inquisidor y del Alto Inquisidor Kraus.

Kraus, sentado de frente a la escalera con una jarra de cerveza, fue el primero en verla e hizo una mueca. Además de la inquisidora Somara había otros dos charlando entre sí mientras tomaban el desayuno. Más apartados había dos hombres jóvenes, poco más mayores que Sarai, que tenían aspecto de sirvientes. Benev estaba en el lugar de honor, junto a Kraus y rodeado de su gente, igual que lo había estado durante la cena la noche anterior.

Sarai se detuvo en medio del salón con los hombros rectos, sin saber qué debería hacer. El Sumo Inquisidor le hizo un gesto con la mano.

-Siéntate.

Sarai bajó la cabeza en un asentimiento respetuoso.

-Sí, Su Eminencia.

-Come algo antes de marcharnos -Sarai volvió a asentir y el Sumo Inquisidor se giró hacia uno de sus subordinados-. ¿Dónde está Lazarus?

Parecía a punto de recibir una respuesta cuando el hombre en cuestión terminó de bajar las escaleras a toda prisa, precedido por el eco de sus pisadas.

-Lamento la tardanza, señor.

Benev le lanzó una mirada severa y Sarai oyó a Kraus murmurar algo sobre disciplina entre dientes, pero no pudo distinguir las palabras del todo. El inquisidor recién llegado tomó asiento junto a Sarai. Alzó la vista y se fijó en que tenía una cicatriz en el mentón.

-Espero que no estuvieras durmiendo, inquisidor.

-No, señor. Tenía un mensaje que entregar a mi hermana. Mis disculpas.

-Ese es trabajo de los mensajeros, no el tuyo -el tal Lazarus bajó la cabeza con pudor ante el reproche de su superior-. ¿Está todo dispuesto para la partida?

-Sí.

El Sumo Inquisidor asintió con solemnidad, dando por terminada la conversación, y Kraus volvió a murmurar algo. Después de un silencio pesado, la conversación de los inquisidores de Benev se reanudó y Sarai dedicó toda su atención a intentar llenarse el estómago, aunque sentía que iba a rechazar cualquier cosa que le metiera.

***

Puesto que la estancia del Sumo Inquisidor se había reducido a una noche había descargado poco equipaje, y sus sirvientes habían vuelto a recolocarlo con la salida del sol. El de Sarai cabía todo en un petate que Santagar le había proporcionado, y un inquisidor lo subió junto a las demás maletas al coche de caballos en el que viajaría.

Tierra de Fuego y SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora