24 - Dépaysement

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"Dépaysement: Desarraigo, desorientación. El sentimiento de no pertenecer al país de uno."

Al momento mismo de salir del control en el detector de metales con su mochila azul marino firmemente agarrada, Lan Huan comenzó a arrepentirse de su decisión. No sabía en qué momento le había parecido un buen plan y, a decir verdad, ya no estaba tan seguro de que lo fuese. Las llamadas perdidas de su tío, de su hermano e incluso del que había creído que era su mejor amigo, sin embargo, le impulsaron a seguir adelante.

Aquello era una mala idea, sí, pero no peor que quedarse.

Tratando con todas sus fuerzas mantenerse inamovible en su decisión, Lan Huan se quedó plantado en el sitio, respirando hondo para vencer a los nervios mientras la marea de gente dispuesta a tomar el mismo avión —u otro por completo distinto— seguía derramándose a su alrededor en todas las direcciones posibles. Inspiró y expiró una, dos, tres y cinco veces, hasta que los latidos sordos de su corazón comenzaron descender en lo frenético de su ritmo. Cuando dejó de sentirse como si estuviera a puntito de sufrir un infarto, fingió la mejor de sus sonrisas. Así. Piensa que tú también eres uno más de todos esos viajeros que se marchan de vacaciones a algún destino exótico o paradisíaco. Sí, podría funcionar. Salvo que su billete, el que apretaba con tanta fuerza entre sus dedos que estaba a segundos de arrugarse y a minutos de quebrarse, era solo de ida.

Daba igual. Podía hacerlo. Necesitaba hacerlo. Tenía que hacerlo.

Tenía que marcharse sin mirar atrás.

Aunque, la verdad, habría estado muy bien —o muy mal, todo depende del prisma que se use— que mirase atrás en ese preciso momento. Se habría ahorrado un golpe, pero también habría evitado su destino con ello. A sus espaldas, un chico no mucho más joven que él, de unos veintipocos, miraba absorto a la pantalla de su móvil, comprobando la puerta de embarque e ignorando las llamadas y los mensajes furiosos de su madre. No tenía fuerzas para hacerles frente, no al menos hasta que no saliese del país. Tampoco a los de su hermano deseándole suerte o a los de su hermana tratando de convencerle de que había otra salida. No la había. No para él. Si se quedaba, se ahogaría. De su padre, como siempre, no sabía nada. Poco le importaba a ese hombre que su hijo estuviese a punto de marcharse casi a la otra punta del mundo con poco más que lo suelto y sin cambio de yuan a euros. Menos mortificado y más resignado de lo que quizá debería haberse sentido, Jiang Cheng contuvo un bufido mientras arrastraba la ligera maleta tras él. Solo había cogido lo esencial. Fue justo en ese instante cuando se chocó con Lan Huan.

No se conocían de absolutamente nada, no por lo menos en aquella vida. Pero se miraron. Y, de alguna forma, se entendieron.

-Ah, perdona. -Masculló Jiang Cheng con el ceño fruncido-. No miraba por dónde iba.

-No, tranquilo, yo debería haberme quitado del medio. ¿Estás bien?

Lan Huan se refería al golpe, que en realidad no había sido nada. Porque se refería al golpe, ¿verdad? Era imposible que con solo una mirada se hubiese percatado de los bordes enrojecidos en los ojos de Jiang Cheng, de lo azules que parecían sus iris en contraposición o de la amargura que pesaba en el fondo de su corazón, hermana gemela de la suya propia.

-Sí, claro, ¿tú?

-Eso creo. -Por megafonía, ambos escucharon un aviso. El avión de las doce y media de la noche con destino a Grecia despegaría en tres horas-. Parece que me espera un buen rato hasta el embarque. 

-¿Tú también? El que acaban de anunciar es mi avión.

-¿En serio? -Su interlocutor asintió solo una vez, con una convicción que no llegaba a sentir del todo como suya-. ¿Cuál es tu asiento? Quizá estemos cerca.

Aunque no las tenía todas consigo, porque ese tío parecía de los que viajan en primera clase y él se había pillado el billete en turista más barato que pudo encontrar, le mostró la aplicación que dominaba la pantalla táctil de su teléfono. Lan Huan dio su mejor esfuerzo por ignorar el aviso de "AA Mamá, llamada entrante" que flotaba por encima del pdf. Jiang Cheng no hizo ningún comentario al respecto mientras le mostraba su asiento. Como tampoco parecía tener la más mínima intención en contestar, supuso que se hallaban en situaciones similares.

Una huida. Una huida en toda regla. Y, como lo entendía, no hizo comentarios al respecto.

-Te parecerá rarísimo, pero nos sentamos al lado. -Le dijo, ofreciéndole una sonrisa suave mientras le enseñaba el billete arrugado que había impreso a toda prisa en la papelería de debajo de su casa antes de coger un autobús con destino al aeropuerto-. ¿Ves? Tienes la ventanilla justo a mi lado.

-Qué suerte la mía. -Se mofó. La arruga entre sus cejas nunca llegó a atinar a disolverse, pero se suavizó solo un poco en presencia de la media sonrisa que complementó su burla-. No me puedo creer que esté haciendo esto.

-Yo tampoco. Compré el billete ayer de madrugada, casi no quedaban.

-Creo que debí coger el último libre en el metro de camino hasta aquí. Ni siquiera miré el destino, solo elegí uno que estuviese muy lejos.

Quizá esperaba de Lan Huan una mirada de desaprobación como las de su madre o las de su padre, pero no la obtuvo. Nada más lejos de la realidad. Lo que consiguió fue un asentimiento lento, una mirada de comprensión pura. Una necesidad compartida pesando en sus pulmones y dificultando cada aliento como si fuera el último.

-Cualquiera habría valido mientras estuviese en otro continente, ¿verdad?

-Sí.

Los dos se miraron de nuevo, esta vez sintiendo que ya se habían visto antes. Sabían de lo que hablaban sin necesidad de decirlo, sin tener que clarificarlo metiendo las manos en espinos. El uno con una maleta ligera y el otro con una mochila a la espalda. Fugitivos de sus propias familias, de las vidas que los lastraban en dirección a un abismo sin fondo. Algunos pueden llamarlo huir. Otros, empezar de cero. A ellos les daría igual, porque sabían que eran lo mismo.

-¿Sabes lo que vas a hacer cuando llegues a Atenas?

-Ni idea. -Jiang Cheng se encogió de hombros-. Menos volver, cualquier cosa. Y supongo que tú también estás en las mismas.

-Nuestros billetes son solo de ida, así que sí. Era una decisión arriesgada pero... no podía no tomarla.

Frente a él, su interlocutor asintió. Su gesto inmediato fue tenderle la mano.

-Jiang Cheng.

Lan Huan esbozó una sonrisa, la primera sincera que le surgía en meses, mientras estrechaba aquella elegante mano desnuda. No parecía de los que visten joyería, de todas formas. Jiang Cheng, Jiang Cheng. Bonito nombre. Podría acostumbrarse a decirlo. 

-Lan Huan, es un placer.

-Curiosamente, lo mismo digo. -Habló con esa misma media sonrisa afilada que Lan Huan sentía que podría llegar a adorar con el tiempo. Sus manos estaban heladas, pero no quería soltarlas-. ¿Te apetece tomar un café o algo en lo que esperamos al embarque? Tenemos un buen rato por delante.

-Claro, vamos.

Sus dedos se separaron, pero algo dentro de sus corazones no lo hizo. Cinco minutos después, charlaban de quiénes habían sido delante de un té humeante y un café solo muy cargado, ambos servidos en vasos de plástico a un precio mucho mayor del que deberían tener. Dos horas y media después, se subían juntos al avión, todavía enfrascados en una larga charla sobre las vidas que abandonaban y las que querían comenzar, los sueños que hasta aquel día no se habían permitido reclamar y los caminos que necesitaban construir.

Diez horas tras el despegue, aterrizaron en Atenas. Cuando se bajaron juntos del avión, ambos supieron que habían dejado de estar solos.  

Inefable [XiCheng] [Mo Dao Zu Shi fanfic]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora