27 - Karelu

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"Karelu: Las marcas que dejan las sábanas sobre la piel."

Cuando Jiang Cheng volvió con las bolsas del supermercado en una mano y las llaves en la otra, su piso todavía seguía en silencio, invadido por la quietud de los que aún no han despertado. Bufó para sus adentros, pero sus labios se torcieron en una media sonrisa plagada con los tintes del inevitable cariño que sentía por su compañero. La ternura de saberle dormido. Con un poco de suerte, y estaba más que seguro de que la tendría, le daría tiempo a bajar a comprar algo de desayunar antes de que Lan Huan se despertase.

Y vino. No les quedaba vino y se había olvidado de traer.

Intentando hacer el mínimo ruido posible (porque el plástico no le ayudaba a ser lo que se dice silencioso) Jiang Cheng dejó las bolsas sobre la encimera de la cocina. De ellas solo sacó el par de congelados que había cogido en el súper, decidió que el resto ya lo organizaría luego. O lo organizaría Lan Huan probablemente, porque él ya no sabía dónde dejaban las latas y dónde los botes de vidrio. Su pareja tenía toda la cocina montada en un orden determinado, y Jiang Cheng había aprendido con el paso de los años que se desorientaba muchísimo cuando por algún casual le cambiaba sin querer las cosas de sitio. No se enfadaba y tampoco montaba un drama, pero verle buscar desesperado las especias dejó de ser divertido la quinta vez que ocurrió y se les quemó la pasta. Desde entonces, tomó la resolución de permitir que fuese su esposo el que se encargase de gestionar la compra. Y punto.

Aprovechando el sigilo de los calcetines sobre el parqué del suelo, Jiang Cheng avanzó hacia la puerta de su habitación compartida. Todavía seguía a oscuras, mientras el resto del apartamento se bañaba con los rayos del sol primaveral que no les prometía más que un bonito cielo azul en pleno mayo. En la cama, bajo mantas y sábanas, distinguió un bulto de respiración pausada, constante, y sonrió al verlo. Negó con la cabeza para sí mismo antes de volver a entornar la puerta a sus espaldas, ponerse las botas y coger las llaves. Confiaba en que, para cuando volviese con algo de desayunar, Lan Huan ya se habría despertado.

Teniendo en cuenta sus antecedentes familiares, descubrir que su pareja era, de hecho, un dormilón de cuidado, fue toda una sorpresa. Sí, las enseñanzas ancestrales de su tío y su puñetero muro de reglas (que de cuatro mil llegó a ascender ante seis mil antes de perderse en el olvido) le ordenaban acostarse a las nueve y levantarse a las cinco de la mañana, al amanecer. Así debía actuar todo Lan, supuestamente para descansar una cantidad de horas moderada y necesaria, sin caer en la pereza, y resultar productivo el resto del día. Sorprendentemente acorde a la cultura del esfuerzo cuando todavía no existía como concepto. La noche estaba prohibida, porque con la noche viene el libertinaje. Siempre le resultaría curioso, porque mucho tiempo atrás ellos solían coincidir de noche. Porque su historia empezó una noche. 

De todas formas, poco le costó a Lan Huan deshacerse de aquellas enseñanzas. Le gustaba dormir sus ocho horitas reglamentarias, sí, pero nadie diría nada si empezaban a las doce o a la una y acababan un rato más allá del amanecer. Y Jiang Cheng, como ave nocturna que siempre fue, tampoco planeaba quejarse. Al fin y al cabo, nada le gustaba más que despertar y ver a su esposo dormir así, pacífico y feliz a su lado. Nunca creyó que nadie pudiera ser feliz a su lado, pero a Lan Huan le encantaba llevarle la contraria. Solía hacerlo a besos y tachándole cosas de la lista de la compra, y Jiang Cheng no lo confesaría, pero le gustaba. Le gustaba demasiado para su propio bien.

A no demasiada distancia del apartamento que alquilaban, un par de cruces más abajo en la misma calle, había una cafetería a la que solían ir a desayunar. La dueña ya les conocía y sabía que sus favoritos eran siempre los mismos: dos croissants, zumo de naranja, un café con leche para Lan Huan y uno solo muy cargado para Jiang Cheng. Cuando no se aparecían por allí los dos juntos, porque siempre iban los sábados y los domingos, solía dejar preparado ese mismo pedido, esperando a que uno de los dos —por lo usual Jiang Cheng— se pasase a recogerlo. Y lo hizo. Aquella mañana fue justo como las demás, con él pagando la cuenta detrás del mostrador de cristal y madera clara y una bolsa reciclable con el logo de la cafetería lista para que se la llevase. Desde detrás de la caja registradora MianMian, la dueña (una muchacha joven y muy avispada, como lo fue en todas sus otras vidas) le sonrió mientras pasaba la tarjeta de crédito de Jiang Cheng por la máquina y metía en la bolsa tres sobrecitos de azúcar exactos, dos blancos para Lan Huan y uno de azúcar moreno para él.

-¿Cómo está Lan Huan? Pensaba que hoy ibais a venir los dos.

-Yo también, pero ya sabes cómo es. Cuando se le pegan las sábanas no hay dios que le despierte.

-Me recuerda a mi gato. -Rio MianMian-. Cariñoso y dormilón.

-Un poco, la verdad. -Jiang Cheng puso los ojos en blanco, porque imaginarse a Lan Huan con bigotes le daba risa-. En fin, nos vemos, MianMian.

-Nos vemos. Hasta luego, Jiang Cheng, pasa un buen día.

De buen humor, la chica siguió atendiendo tras la barra. Y Jiang Cheng volvió a recorrer el mismo camino de vuelta a su casa, está vez amparado por el olor del café caliente y de la mantequilla tostada. Distraído, comprobó su móvil mientras subía. La verdad, nunca entendería del todo esos aparatejos. Demasiado rebuscados para su gusto, aunque útiles en ciertos momentos. Lan Huan le había insistido hacía años que deberían comprarse un par para comunicarse cuando estuvieran lejos —cosa que en realidad no pasaba muy a menudo, solo cuando decidían tomarse uno o dos meses para viajar por su cuenta— y mezclarse con la gente de aquel siglo. Al final, acabó por aceptar, algo a regañadientes, aunque nunca llegó a tener más de dos o tres números en la agenda. Ni más que necesitaba. Total, solo lo usaba para hacer alguna llamada de vez en cuando y para jugar a algún juego estúpido cuando se aburría.

Suspiró. En su muñeca, mientras abría la puerta, el sol hizo resplandecer una cinta blanca y unas nubes celestes que exhibía sin reparos gracias a la manga corta.

-Buenos días. -Saludó Lan Huan, bostezando. Acababa de salir del baño, sin camiseta, gotas de agua en las puntas de algunos mechones cortos y con todo el lateral de la cara y el torso cubierto de marcas rojizas, las arrugas de las sábanas. Todavía se frotaba los ojos, pero cuando Jiang Cheng le mostró la bolsa de su cafetería predilecta pareció despejarse con mayor rapidez-. Oh, has traído desayuno. 

-Sí. ¿Qué se dice?

-¿Te quiero y eres el mejor? 

Jiang Cheng dejó escapar un bufido, una risa. La bolsa con el desayuno se apoyó casi por arte de magia encima de un mueble del salón en cuanto Lan Huan rodeó con ambos brazos la cintura ajena y lo atrajo hacia sí. Si esperaba resistencia de algún tipo, no la obtuvo. Solo un gruñido juguetón y la amenaza de un mordisco.

-¿Y cómo se dice? -Le picó, sabiendo que el brillo en los ojos de su pareja no mostraba nada más que cuánto le quería. 

La indirecta estaba clara y era bastante directa, como todas las que mandaba Jiang Cheng en realidad. Y Lan Huan ante sus deseos no podía hacer nada más que no fuera obedecerle. Así acunó entre sus manos aquel rostro inmortal que tanto adoraba, con el que tantas aventuras había vivido, y lo besó como un viento cálido que lo envuelve todo en la sensación de seguridad, de hogar. Con cuidado, con suavidad, con el sabor de los dulces sueños todavía presente en su lengua. La de Jiang Cheng sabía al primer café que se había tomado aquella mañana, antes de salir a hacer la compra. Le encantó. Siempre le encantaría, desde ese primero que compartieron, ese que sabía a sal, hasta el último que se diesen, que no sabían cuándo llegaría. 

Tampoco necesitaban saberlo. Con ser conscientes de que les quedaban cientos de miles, una eternidad de besos entre medias, les bastaba y les sobraba.

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¡Hey!

Después de esta pequeña bombita de fluff doméstico, vengo a hacer un poco de spam. Lo siento, era necesario. Una cosita muy, muy rápida, que tampoco os quiero entretener. Como sé que os gusta el angst (no intentéis negarlo, que nos conocemos) he empezado a publicar un fanfic no muy largo. XiCheng, por supuesto. A todos los que Druxy os supo a poco, os invito a pasaros y a darle una oportunidad. La temática es distinta, pero tienen un toque parecido. Se llama Shuoyue, actualizo cada sábado y lo podéis encontrar en mi perfil. De momento lleva dos capítulos, empecé a sacarlo la semana pasada. Si os pasáis, no os olvidéis de comentarme qué os ha parecido y si os ha gustado cómo va hasta ahora.

Nos leemos~

Inefable [XiCheng] [Mo Dao Zu Shi fanfic]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora