4 - Petrichor

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"Petrichor: el olor a lluvia que queda en el suelo."

-Oh, líder de secta Jiang, pensé que sus mañanas no empezaban tan pronto.

-Y no lo hacen, pero sería una descortesía dejar a mi invitado vagar por el Muelle en soledad, ZeWu-Jun. -Habló Jiang Cheng, saludándole con una media sonrisa. Por una vez, no se encontraba dibujado en su rostro ningún rictus amenazante. Los dos sirvientes que estaban por ahí y que les habían obligado a mantener las agobiantes formalidades no tardaron en desaparecer al ver la imponente figura de su líder. Huyeron acobardados, por supuesto, porque para ellos cualquier expresión que exhibiese sería feroz. Solo Lan XiChen, que le conocía a la perfección, supo distinguir que en realidad estaba de bastante buen humor-. ¿Me permites invitarte a dar un paseo?

-Será un placer, WanYin.

Los dos líderes de secta se permitieron el intercambio de una sonrisa cómplice, encantada, antes de que sus pasos los condujesen rumbo al vagabundeo por el Muelle del Loto. Por la noche llovió, y ahora el olor invadía cada resquicio, cada esquina, se impregnaba en cada tablón de madera, combinándose con la perenne fragancia a flores del lugar. Para Lan Huan era una estampa memorable, un sitio hermoso que empezaba a considerar su hogar. A su lado, Jiang Cheng no podía evitar sentirse orgulloso. En días como aquellos, el Yunmeng que había reconstruido se erigía orgulloso entre las nubes de lluvia, recordándole a su infancia quemada con una caricia amable. Nunca sería igual que antes, pero conservaba su esencia, su lema. Nostálgico, sí, pero satisfactorio.

Quería creer que, después de tantos años intentándolo, por fin lo había entendido.

Aquella mañana, Jiang WanYin debía tener un lugar en concreto en mente. Mientras paseaban en silencio, el temible líder de Yunmeng Jiang condujo a su invitado a un lugar apartado, prohibido para todo el mundo menos para él: el palacete de su madre. Desde los bancos de madera, los líderes contemplaron el lago de lotos en flor que se extendía ante ellos, resplandecientes flores rosadas todavía cubiertas por la suave bruma matinal, engalanadas con las perlas que el rocío había dejado sobre ellas. Lan XiChen sonrió, atreviéndose por fin a tomar la mano de su acompañante. Jiang Cheng apretó sus dedos entre los propios, como si buscase fuerza antes de atreverse a mirarle.

-Sé que quieres hablar conmigo de algo, WanYin. No te contengas, por favor.

-¿Acaso lo he hecho alguna vez? -Masculló el líder Jiang.

-No te caracterizas por ello, desde luego. -Concedió Lan Huan con una risita. Aunque puso los ojos en blanco, en realidad a Jiang Cheng le encantaba oírle reír. No acostumbraba a escucharse su trino desde el incidente en el templo de GuanYin, pero él en privado cada vez podía disfrutarlo más a menudo. Cuando recibió un tierno beso en la sien, se obligó a respirar hondo, aspirar el aroma de la lluvia y organizar sus ideas.

-¿Estás seguro de todo lo que hiciste anoche? -Cuestionó.

-¿Anoche?

-Me entregaste tu cinta de la frente.

-Ya lo he hecho más veces. Suele acabar en tus manos cada vez que cultivamos juntos

-Lo sé, pero anoche fue distinto. -Los tormentosos ojos de Jiang Cheng se clavaron en el eterno remanso de calma que eran los de su compañero. Parecían buscar respuestas que el otro no tenía-. No dejaste que te la quitara. Me la entregaste. En mano.

Con cierta lentitud deliberada, Lan XiChen asintió, confirmando sus palabras. Sus manos se dirigieron al pulcro nudo que ataba su cinta para, segundos después, desatarla. Repitiendo sus acciones pasadas, la colocó sobre la palma extendida de un intrigado Jiang WanYin.

-¿Así? -Susurró ZeWu-Jun, tan bajo y tan dulcemente que Jiang Cheng pensó que lo había imaginado. Casi por impulso, su voz también descendió a un mero suspiro.

-Sí. Justo así. ¿Por qué?

-Sabes lo que significa esto en el clan Lan, WanYin. Te entrego mi corazón, te lo entregué hace tiempo.

El líder de secta Jiang contemplo el lazo blanco entre sus manos, admirando los exquisitos patrones de nubes. Por la noche no acostumbraba fijarse en la delicadeza de los bordados, y de día solía estar más concentrado en no resultar demasiado obvio en su atracción hacia el líder de Gusu Lan. En aquel momento, sin embargo, su entera atención la tenía aquella cinta. La observaba como si fuese el tesoro más valioso que jamás había sostenido. Y, al cabo de algunos instantes de silencio, sonrió.

-No puedo darte mi corazón de esta forma, XiChen. -Comenzó, llevándose la blanca tela a los labios y posando un casto beso sobre las nubes. Si no le hubiese contemplado directamente, si no estuviese vislumbrando su mirada, Lan XiChen habría temblado a causa de sus palabras. Algo le hacía intuir que no acabaría con el corazón roto, y menos cuando el temido Sandu ShengShou acarició su rostro con infinito cuidado, como jamás haría con nada más-. No hay una tradición similar en mi secta, así que no puedo corresponder a este regalo. Pero... puedo darte mi confianza, mi fuerza.

La mano que le había acariciado sostuvo entonces una de las suyas, entrelazando sus dígitos. Zidian resplandeció, pero sus rayos no tuvieron nada de violentos. Asombrado, Lan Huan contempló como el anillo se traspasaba a su dedo, brillando en violeta, lleno de poderosa energía espiritual. La conciencia del arma rozó la suya propia, instintiva y arcana. Susurró directamente sobre su núcleo dorado, y una corriente de energía malva pareció recorrer todo su cuerpo para entrelazarse con su prístino qi. Por unos instantes cerró los ojos para asumirla. Volvió a sentir el lazo en su frente, atado con cuidado y mimo, justo cuando la sensación de metal en sus manos se desvaneció. Cinta y anillo retornaron a sus respectivos dueños.

-WanYin, ¿qué significa esto?

-Zidian te reconoce como su segundo maestro. -Susurró Jiang Cheng, justo antes de presionar sus labios sobre los contrarios en una efímera caricia-. Si alguna vez lo necesitas, podrás usarlo.

-¿Por qué?

-Porque fue la única forma que se me ocurrió para entregarte mi corazón.

Inefable [XiCheng] [Mo Dao Zu Shi fanfic]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora