20 - Tarantism

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"Tarantism: La necesidad de sobreponerse a la melancolía bailando."

Los rayos de luna caían sobre aquel estanque dibujando un perfecto círculo de argento, iluminando con su caricia los pétalos de lotos y las hondas en la superficie. La brisa nocturna silbaba entre las hojas de los árboles, flotando como el cántico del bosque mismo. Jiang Cheng alzó la vista al cielo nocturno, su rostro luminiscente atravesado y bañado por el suave resplandor que parecía dispuesto a teñirlo todo de plata fundida. Suspiró. Tiempo atrás, siglos incluso, sus ojos se habrían sobrepuesto a ese tinte con la forma de los mares. Ahora no eran más que los espejos de un fantasma, tan incorpóreos y trasparentes como el resto de su ser. Solo un reflejo, un espíritu perdido entre dos mundos, incapaz de asentarse en ninguno. Un alma en pena flotando en mitad de un estanque de flores de loto y nenúfares sin abrir.

Esperando. Siempre esperando. Llevaba eones esperando.

Y... ¿a qué esperaba? Ni él lo sabía. Lo supo una vez, al principio, cuando el fin de sus días como cultivador dio paso al comienzo de sus días como espectro. De ese principio hacía ya demasiado tiempo, tanto que lo había olvidado. ¿Era a alguien? ¿Era a algo? ¿O quizá ambas? Quizá podría estar aguardando incluso por otro fantasma como él, pero lo ignoraba. Sus recuerdos se desvanecieron hace ya tanto... De su vida pasada, su vida como humano, lo único que quedaba era su nombre y una reminiscencia que le atormentaría día y noche hasta el maldito instante en el que su alma se evaporase: la canción conjunta de un xiao y una campana de plata.

El chasquido de las hojas bajo unos pasos humanos ni siquiera fue una aproximación necesaria. Ni un aviso. No los necesitaba de todas formas. Podría percibir cualquier presencia en un radio de varios metros. Aquella en concreto, la sentiría aunque estuviese a kilómetros de él. Porque eran como imanes que se atraían el uno al otro. Dos polos opuestos que no podían dejar de buscarse, ni en la vida ni en la muerte.

Unos ojos color miel enmarcados en un rostro de jade pulido. Una mirada inocente que la vida no había manchado de pesar, de dolor. Incluso contra su voluntad, una sonrisa nostálgica se abrió paso a lo largo del rostro de Jiang Cheng. No era muy grande, porque los siglos de melancolía le habían hecho olvidar eso también. Aun así, el rostro del chiquillo se iluminó al verle. No tendría más de quince años; los últimos resquicios de inocencia, los remanentes que todavía le permitían ver a criaturas como él. Tampoco parecía temerle lo más mínimo, porque sonrió al avanzar en su dirección, hacia la orilla del lago. 

-¿Eres un hada? 

Voz dulce, que todavía no ha madurado. La pubertad aún no había hecho estragos en esa luz que latía en su pecho. El concierto de xiao que siempre sonaba en su cabeza se intensificó. Como si con sus palabras ese niño de jade se hubiese convertido en el solista que le faltaba a su orquesta. Mas la implicación pronunciada le hizo fruncir el ceño. 

-¿Acaso parezco un duende con las orejas puntiagudas? -Se mofó.

-No, pero eres hermoso. 

-¿Y?

-Las hadas lo son. -Sentenció el niño con una enorme sonrisa-. Y brillas. Las hadas también brillan.

Jiang Cheng parpadeó, aunque lo hacía solo por el recuerdo instintivo. Una rendija de humanidad que todavía tenía grabada a fuego en el cerebro. Luego bufó, pero ese bufido era en realidad una risa.

-¿Tienes nombre, mocoso?

-Sí. -Asintió-. Soy Lan Huan, ¡encantado!

-Ven, Lan Huan.

Le extendió la mano, una mano translúcida a través de la cual los rayos de luna penetraban. El niño, Lan Huan, la observó confuso durante algunos segundos. Aunque el estanque no era muy grande, todavía existía una distancia entre ambos cubierta de agua y flores. Una distancia sobre la que Jiang Cheng levitaba casi como si la ignorase, desdibujada su silueta incorpórea por debajo de las rodillas. Lan Huan pudo creer que estaba soñando. Quizá por eso el adolescente se atrevió a avanzar, a dar un paso al frente y tomar una mano que nadie más podría tocar. Solo la reencarnación de aquel intérprete de xiao. 

Y flotó con él sobre las aguas. 

Jiang Cheng sonrió. Como espíritu, el tacto le estaba prohibido. No sentía nada, o no debería haberlo sentido. El calor de la mano de Lan Huan recorrió todo su cuerpo ingrávido como si quisiese consumirlo, reducirlo a cenizas fosforescentes, a polvo de plata. La una sobre la otra, los dedos de ambos se entrelazaron como alguna vez lo hicieron antaño. Lan Huan vio túnicas violetas, un látigo restallando en el aire. Chispas por todas partes y unos ojos tan fieros como el mar embravecido. Contempló una espalda atravesada por la hoja de un espada justo ante su mirada y una sonrisa triste y ensangrentada que poco a poco quedaba vacía, perdida en el abismo de la muerte. Esa última caricia, el tintineo de la campana de claridad. Las palabras con las que alguna vez se despidió de él se perdieron bajo el sollozo de un joven. Dos grandes lagrimones cayeron rodando por sus mejillas, todavía rellenas con los últimos rastros de niñez. Jiang Cheng exhibía la misma expresión pacífica y resignada que cuando murió. Con esos dedos fantasmales secó su rostro, justo como alguna vez hizo antaño. Parecía querer decirle que, incluso aunque hubieran pasado miles de años, no se arrepentía de nada. Después, lo invitó a bailar entre lotos una canción que solo ellos podían escuchar. 

Inefable [XiCheng] [Mo Dao Zu Shi fanfic]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora