"Baisemain: un beso en la mano."
-¡Atrapadle!
-¡Qué no escape!
-¡Lo tenemos, lo tenemos!
Lan XiChen paseaba por las callejuelas de aquella próspera aldea costera que hacía unos días se había visto amenazada cuando escuchó los gritos de los pescadores. Más bien parecían cazadores —quién sabe si de apariciones nocturnas como él o de meras bestias del bosque— ante una presa especialmente fiera. Provenían de la playa, que no estaba ni demasiado lejos como para no escuchar ni lo suficientemente cerca como para oírlos a ese volumen. El joven viajero, trovador de vocación y cazador de monstruos por necesidad, frunció el ceño, curioso. Sus pasos inevitablemente se dirigieron hacia la cala, hacia los gritos. Antes de ser siquiera consciente ya estaba corriendo por las callejuelas del poblado, disculpándose cada vez que se chocaba con algún aldeano despistado y esquivando con pasmosa habilidad a los chiquillos que jugueteaban cantando macabras canciones de cuna en las calles. Ese hábil juego de pies suyo le había salvado la vida en más de una ocasión, sobre todo cuando los hados del destino le obligaban a desenfundar una de las dos fieles espadas que siempre llevaba a la espalda.
Su curiosidad siempre le hacía lo mismo: meterle en los asuntos ajenos. Y eso, le había dicho tantas veces su estricto tío, algún día le mataría. Ya le había supuesto alguna puñalada traicionera más de una vez, de manera demasiado literal, pero eso jamás lo confesaría en las escasas reuniones familiares que tenían lugar cada diez años más o menos. Como tampoco confesaría que más de una vez se habían aprovechado de su buena voluntad y de sus ganas innatas de ayudar. Quizá esta fuese una de esas ocasiones o quizá no, quién sabe. Preguntándoselo no llegaría a ningún sitio, por eso corría y actuaba. Al fin y al cabo, como todo el mundo sabe, ningún brujo ha muerto en la cama.
En la playa le recibió una extraña visión. Diez pescadores se arremolinaban gritando en torno a los restos de unas barcas rotas por alguna violenta tormenta, el pan de cada día en aquellas islas. Dada su furia y sus obvios deseos de acabar con la vida de la criatura que estuviesen acosando, Lan XiChen se atrevió a deducir que habrían cazado a una arpía o a un ghoul acuático intentando destrozarles las redes. Estuvo a punto de marcharse, y entonces escuchó el gruñido de la criatura atrapada, un siseo melodioso a la par que iracundo. Se volvió en seco. Varios hombres retrocedieron asustados y uno de ellos —un pescador grande y tosco que empuñaba un arpón— hizo la tentativa de lanzarse hacia delante. Otro bramido le detuvo. El cazador tomó entonces la decisión de intervenir. Una sirena era demasiado para esos pobres insensatos que no sabían a lo que se enfrentaban. Ni aun herida podrían con ella.
O con él.
-Buenas gentes, ¿qué ocurre aquí? -Intervino conciliador, acercándose a los pescadores. Su repentina presencia amedrentó a más de uno tanto como los gruñidos de la sirena o más incluso, y eso era digno de mención. No cualquiera puede igualar el efecto de una voz imbuida en poder espiritual meramente saludando, pero su fama le precedía. Eso y el haber hecho un trabajillo por la zona recientemente.
-¡Oh, maese Lan, mirad! ¡Venid a ver esto, lo hemos cazado esta mañana!
-Lo encontramos atrapado en mis redes. -Gruñó el hombre con el arpón-. ¿Deberíamos matarlo?
El corro de pescadores se abrió para dejar paso a Lan XiChen. Los ojos del hombre se abrieron como platos al contemplar a la sirena. Hermoso, tanto como rezaban sus leyendas favoritas, de género masculino e indudable peligrosidad. Largos cabellos de alquitrán enmarcaban un rostro fino, de facciones afiladas y ojos tallados en amatista. Sus escamas eran del mismo violeta brillante que su airada mirada, tornasoladas y resplandecientes. De piel blanca como el jade, colmillos y uñas afiladas. Las membranas bajo sus brazos poseían todos los tonos del arcoíris y alguno más incluso, pero su tensión henchida hablaba de una posición de ataque. Estaba herido a la altura de la cadera, justo allí donde la piel se disolvía en escamas. Sangraba, pero la herida no parecía habersela hecho ninguno de los pescadores. Lan XiChen reconoció la forma de los dientes de un lobo, algo harto extraño teniendo en cuenta su procedencia marina. Se encontraba arrinconado entre las barcas, contemplándolos desde abajo con fuego desafiante en su mirada. Estaba pálido por el dolor de la herida, la sangre perdida y la falta de agua, pues el mar apenas lamía sus escamas, pero todavía se mantenía fiero y digno, dispuesto a luchar con todo lo que tenía. Lan XiChen tomó entonces la decisión de tranquilizar a aquellos hombres. Era la mejor manera de salvarlos de una muerte segura. Y, ya de paso, ayudar a tan bella criatura, pues su alma de poeta a duras penas podía resistirse a una visión semejante.
-Mucho me temo que os encontraríais ahogados en alta mar antes siquiera de saberlo si lo intentarais. O con la garganta desgarrada en cuestión de segundos.
-¿Qué insinúais, maese Lan?
-Que no debéis enfrentaros a él. -Declaró-. Tampoco es necesario, no os atacará si no le hacéis daño. Quizá lo mejor sería que regresarais a vuestras labores. Yo me ocuparé.
Algunos de los pescadores se miraron entre sí dubitativos. El cazador les parecía poca cosa, algo enclenque en el peor de los casos. Era porque no le habían visto sin armadura. Pero hacía pocos días había salvado al pueblo del guiverno que los amenazaba y que saqueaba sus reservas de arenques, así que no eran ellos quiénes para juzgar. Al final, cierta sabiduría colectiva les impulsó a obedecer. Y, en cuanto desalojaron la playa, Lan XiChen se lanzó a buscar entre sus pertenencias ese aceite de jara que sabía de muy buena mano que era casi milagroso para las heridas. Lo fabricaba una alquimista amiga suya y cada vez que se lo vendía lo hacía bajo el nombre de una hierba distinta. Mientras empapaba un pañuelo en la medicina, contempló por el rabillo del ojo como poco a poco esa brillante cola escamosa iba dividiéndose en dos largas y torneadas piernas blancas donde la lechosa piel se alternaba con brillantes escamas de amatista, fruto de la falta de hidratación.
-¿Por qué? -Masculló orgulloso su nuevo amigo, la sirena herida que todavía se mantenía alerta entre los tablones de madera rota.
-Oh, vaya, si hablas el idioma común.
-Pues claro. -Bufó-. ¿Por quién me tomas?
-Por una sirena. Y las sirenas no soléis ser comunicativas precisamente.
-Tampoco es que haya muchos interesados en comunicarse con nosotros. -Murmuró. Su voz era como una canción de amor cortés. Melódica, pero engañosa. Tan peligrosa como la más afilada de las espadas-. Eres un cazador, un brujo. ¿Por qué?
-Los habrías matado.
-En defensa propia. Y ellos a mí.
-Ahí tienes la respuesta. Prefiero evitar el derramamiento de sangre innecesario.
-Pensaba que los de tu clase se dedicaban a asesinar a monstruos como yo.
-Solo a los que hieren personas. Además, me gusta considerarme un buen samaritano. -Le respondió Lan XiChen con una amable sonrisa. En realidad debía admitir que el auténtico culpable de su actuación misericordiosa era lo cautivado que se sentía-. ¿Puedo preguntar tu nombre? -Cuestionó mientras se arrodillaba para curar sus heridas.
-Solo si me confiesas el tuyo.
Caballeroso, tomó la mano de la sirena. Su tez era suave como el jade pulido y blanca como el alabastro, pero aquí y allá se podrían vislumbrar pequeños conjuntos de escamas del mismo color violáceo que sus profundos ojos, justo como las de sus piernas. Estaban por todas partes: su pecho, su cuello, sus brazos... Estaban por todas partes y eran hermosas.
-Me conocen como Lan XiChen. Me llamo Lan Huan.
-Los humanos y sus extrañas costumbres. -Se mofó la sirena, justo mientras el cazador posaba los labios entre sus nudillos. El beso en el dorso de su mano le hizo sonreír sin saber por qué-. Soy Jiang Cheng.
-Encantado de conocerte, Jiang Cheng.
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Inefable [XiCheng] [Mo Dao Zu Shi fanfic]
FanfictionColección de one-shots XiCheng basada en un post que me encontré por Tumblr hace como mil años, cuando lo usaba. Porque si las palabras son tan variadas y hay tantísimas que no conocemos... ¿por qué no emplearlas para contar historias, lo que más no...