1 | El concurso

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¡Llego tarde! ¡Llego tarde!

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¡Llego tarde! ¡Llego tarde!

Corro, desenfrenada, por las calles del centro de Sevilla, tratando de esquivar a las personas que se cruzan en mi camino. Algunos me otorgan una mirada de desconcierto, otros con notable fastidio porque puedo provocar un accidente. No obstante, los ignoro porque hay un argumento razonable que defiende mi posición: estoy a punto de llegar tarde a mi trabajo y sus malas caras no evitarán la llamada de atención que me dará Eduardo, mi jefe.

Normalizo el paso cuando estoy a dos tiendas de llegar. Me tomo un momento para suavizar mi respiración y retomar mi ritmo cardiaco, el cual he acelerado por correr unas cuantas cuadras.

Me arreglo el cabello e ingreso como si fuera otra clienta más. Sin mirar a nadie, camino hasta el almacén donde nos reunimos con mis compañeros para dejar nuestras cosas antes de empezar las labores.

Empecé a trabajar en la cafetería La Esperanza para pagar mis estudios de la universidad. Sin embargo, después de haberme graduado hace unos meses, necesito seguir trabajando para poder ayudar a mamá a pagar las facturas del apartamento donde vivimos.

Dejo mi mochila en mi casillero y lo cierro, poniendo como medida de seguridad un pequeño candado rosa que siempre traigo conmigo. Me coloco el delantal negro que combina muy bien con el uniforme de la cafetería (un polo blanco que tiene detalles verdes en los bordes de las mangas y el cuello) y antes de salir, meto todo mi cabello dentro del gorrito de redecilla que usamos por protocolo.

—¡Toti! —Andrés entra en el almacén, tomando una expresión de alivio al verme.

Mi nombre es Celeste, pero mis padres y amigos cercanos me llaman Toti. La historia de aquel apodo se remonta a mi niñez, de manera específica a los años en que mis padres adoptaron un gato al que llamaron Toto. Claro que mi lenguaje no tan desarrollado de ese entonces, me llevaba a decirle «Toti» y eso enterneció a todos, por lo que terminó quedándose como una muestra de cariño al tratarme.

Andrés continúa hablándome:

—¡Qué bueno que llegas, mujer! Eduardo ha preguntado por ti y le he mencionado que estás ocupada en el baño porque estás... en tus días.

Golpeo mi frente con la palma de la mano en tanto que reprimo una risita.

Andrés es mi mejor amigo aquí en España. Lo conocí en la universidad cuando compartimos una mesa en la cafetería de aquella institución. Desde esa tarde, coincidimos varias veces e iniciamos una amistad que ha perdurado hasta hoy. Y es que amo a Andrés —a quien también llamo Andy—, porque tiene una personalidad muy peculiar. Es él quien se encarga de alegrar mis días con su locura.

—Vale —musito en medio de un suspiro—. Me demoré un poco porque tenía que mandar unos datos a la editorial.

Su rostro cambia de expresión enseguida.

—Y bien... ¿Cómo te fue? —pregunta.

Le muestro una sonrisa de oreja a oreja y me cubro la boca para darle suspenso al asunto.

ARIÁN © [Completa ✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora