7 | Mi sello personal

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Su verdosa mirada recae de nuevo sobre mis ojos y quita las manos del teclado de su laptop para adoptar una postura erguida en su asiento

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Su verdosa mirada recae de nuevo sobre mis ojos y quita las manos del teclado de su laptop para adoptar una postura erguida en su asiento. Me hace un gesto con la mano, invitándome a acercarme.

—¿Qué se le ofrece, Celeste?

Trago saliva y camino hasta detenerme a un lado del asiento que está frente al escritorio. Flexiono las rodillas para tomar mi mochila y colgármela en el hombro.

—Olvidé mi mochila aquí y regresé por ella —comento con timidez mientras él observa con detenimiento cada movimiento que realizo.

Arián, inexpresivo, hace un asentimiento de cabeza y vuelve a concentrarse en la pantalla de su laptop. Me percato que sus ojos brillan al reflejarse con la luz que proviene de la pantalla del dispositivo. Sin embargo, como dice mamá: «Los ojos son el espejo del alma», y los de Arián aún siguen denotando decepción y cansancio.

—Mmm... —musito y él levanta la mirada, acompañada de una gélida expresión. La verdad, no sé qué sigo haciendo aquí. Debería irme y dejarlo continuar con su trabajo, pero a la vez siento un poco de pena por él después de lo que acaba de suceder con su... bueno, la chica que vino a verle—. ¿Se encuentra bien?

«Por favor, que no reaccione mal, que no reaccione mal...».

—Así es —responde con seguridad y se encoge de hombros.

Sin convencerme del todo, hago un mohín con los labios y asiento. Su seca respuesta me ha dejado en claro que no tiene caso seguir preguntándole. No desea hablar sobre lo que pasó. Si bien es cierto, quise devolverle su ayuda, escuchándolo, mostrándome de una manera empática para platicar y así despejar ese clima tenso que ha adquirido su oficina durante los últimos dos minutos. En pocas palabras, quise ser todo oídos para él. Pero no sé por qué creí que yo sería la persona a la que Arián recurriría para contarle sus cosas.

«Es que eres ingenua!», espeto después de darme otro golpe mental de los que ya estoy acostumbrada.

Llevo mis manos a las tiras de mi mochila y las sujeto con fuerza.

—Vale, entonces... creo que ya me tengo que ir —canturreo mientras me vuelvo a despedir de él con un asentimiento de cabeza y emprendo el camino hacia la puerta.

Vale, Celeste, ahora sí, sales por esa puerta y tratas de no cruzártelo otra vez cuando vuelvas para reunirte con Tomás.

«Adiós, Ojitos bonitos».

Pero como si él pudiese leer mis pensamientos, antes de cruzar el umbral, su melodiosa voz me detiene de golpe.

—¿Acaso no le enseñaron que escuchar conversaciones ajenas es de mala educación? —pregunta desde su asiento.

Frunzo el ceño y giro sobre mis talones.

—¿Ah?

Niega con un movimiento de cabeza y se pone de pie.

ARIÁN © [Completa ✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora