29 | Ya no te creo nada

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A pesar de tener el alcohol recorriéndome por todo el cuerpo, me entra un repentino pánico

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A pesar de tener el alcohol recorriéndome por todo el cuerpo, me entra un repentino pánico. Arián ha venido por mí. Para platicar. Para intentar arreglar las cosas. Y lo peor es que está a solo unos metros de distancia de mis padres. ¿Y si ellos salen? ¿Qué les voy a decir? Presiento que estaré en la misma situación de esta mañana con Guzmán y eso suena nada bien si caemos en la cuenta de que estoy en condiciones de decir la pura verdad. ¿Acaso los borrachos no dicen la verdad? ¿O eran los niños?

Él se acerca con notable preocupación en el rostro y me aferro a los brazos que tengo sujetado a cada lado, aunque, por dentro, mi corazón me diga a gritos que me zafe y corra a abrazarlo y a decirle que lo he extrañado. Joder, qué impulso tan grande de hacerlo siento.

Pero eso solo sucede en mi interior.

—¿Qué demonios haces aquí? —Las gélidas palabras me salen por instinto y sé que mi orgullo se va a anteponer.

—Celeste, necesitamos...

—No, no, no, no, no... —Me llevo el dedo índice a los labios para indicarle que guarde silencio—. Tú y yo no necesitamos nada.

Arruga el entrecejo.

—¿Ha estado tomado? —le pregunta a Andrés.

—Nos descuidamos un segundo y ya se había tomado...

—¡Sí! ¡He tomado! ¿Y a ti, qué? —interrumpo, frustrada.

—Eh, será mejor que yo me vaya —dice Tomás, intentando librarse de mi agarre.

—No, no. Tranquilo. —Arián le da una mirada amable.

—No, no, tranquilo —imito su voz y me suelto de los brazos de mis acompañantes—. Deja de fingir con él. Sé que lo odias.

—¿Qué? No odio a Tomás —se defiende.

—Ah, ¿no?

—No —reitera.

—Pues, ya no te creo nada, Arián. —Camino un par de pasos para acercarme a él—. ¡No te creo nada, no te creo nada!

—Venga, Tomás, mejor hay que dejarlos solos —dice mi mejor amigo en voz baja, pero consigo oírlo.

—Eres un maldito capullo... ¡Un maldito capullo! ¡Un maldito capullo! —grito, comenzando a golpear a Arián en el pecho.

Él me detiene, tomándome de los brazos y forcejeo para poder soltarme. Sin embargo, termino rindiéndome cuando me convenzo de que su fuerza es superior a la mía. Un sollozo escapa de mis labios, llevándose con él lo último que me queda de fuerza.

—¡Vete, por favor! —pido en medio de otro sollozo y retrocedo un paso antes de volver a tener ese impulso de querer golpearlo—. ¡Vete de una maldita vez! ¿Qué acaso no ves que estoy así por ti? Porque no soporto la idea de que lo nuestro está roto.

ARIÁN © [Completa ✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora