23 | Dale vuelta a la página

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A veces la vida da un giro inesperado de trescientos sesenta grados y nos toca vivir aquellas situaciones que alguna vez idealizamos muy lejanas a nosotros

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A veces la vida da un giro inesperado de trescientos sesenta grados y nos toca vivir aquellas situaciones que alguna vez idealizamos muy lejanas a nosotros. Eso es lo que justo ahora me está pasando a mí. 

Hace un tiempo, le dije a Andy que se estaba volviendo una persona tóxica cuando cortaba y volvía con su enamorado cada dos semanas y terminaba creando cuentas falsas de Instagram para vigilar su actividad e intentar hablarle a modo de prueba para cerciorarse de que le fuera fiel. En mi caso, no me he vuelto una persona tóxica, claro que no, ni tampoco he creado cuentas falsas —porque no las necesito—, pero desde hace un par de días no paro de revisar el celular para ver si hay algún mensaje de Arián. Desde que discutimos delante de Tomás, no he dejado de hacerlo cada cinco minutos. Y temo que este sea un primer paso para convertirme en una versión mejorada de mi mejor amigo. «Tengo que prometerme a mí misma que no llegaré a ser una persona tóxica», pienso mientras bloqueo la pantalla de mi dispositivo.

Me cuesta procesar el hecho de que hayamos discutido. Y es que, todo sucedió de un momento a otro, lo nuestro iba pintado de color de rosa y quiero creer que todo es un sueño, que Arián y yo estamos mejor que nunca. No obstante, si todo hubiese sido un sueño, él ya me habría escrito o estaría visitándome para salir a dar un paseo por Triana. Joder, no pensé que lo extrañaría tanto, hasta llegar al punto de dejar mi orgullo a un lado y querer escribirle para preguntarle cómo está o si podemos hablar, pero no quiero molestarlo. Como dijo Tomás, él necesita tiempo para ordenar sus pensamientos. Necesita espacio. Y lo último que quiero es llegar a abrumarlo.

La escena donde me dijo que era una egoísta, se reproduce en mi cabeza cada vez que pienso en él y reflexiono si, de verdad, fue egoísta de mi parte, pedirle que me contase lo que había ocurrido con Tomás. Y tampoco fui capaz de preguntarle a mi editor algo al respecto, ya que suficiente tenía con haberle hecho pasar un mal momento aquella noche. No quise seguir incomodándolo si es que el motivo de su distanciamiento es algo de carácter delicado.

Si bien es cierto, esa misma noche reflexionar en quién tuvo la culpa iba a ser en vano porque tenía la cabeza caliente. Le habría dado mil vueltas al asunto y, al final, mi respuesta hubiese sido la misma: Arián se exaltó porque quiso.

Sin embargo, hoy esa versión, desde mi punto de vista, no me convence. ¿Por qué? Porque mientras más recuerdo la discusión y evoco en cada palabra, me doy cuenta de que la insistente fui yo y Arián me advirtió varias veces.

«Eso no te incumbe, Celeste».

«Celeste, basta...».

«Celeste...».

Hasta que explotó.

«¡Celeste, suficiente!».

Entonces, ¿eso me convierte en egoísta? Mmm... se podría decir que sí. Porque dentro de mi concepto de «egoísta» están las personas que no saben escuchar. Es decir, Arián trató de detenerme muchas veces porque ese tema no le trae tan gratos recuerdos y yo, cegada por mi curiosidad, no fui capaz de entenderlo. No fui capaz de escucharlo, porque sí, en vez de ponerme a pedir como loca que me explicara lo que ocurrió, debí hablar con él a solas y no hacer tremendo escándalo cuando perdí la paciencia.

ARIÁN © [Completa ✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora