Capítulo 14

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MELISSA

Si no lo estuviera viendo no lo creería. Caio estaba realmente de pie frente a mí. Parecía diferente, pero ni siquiera eso impidió que la ira que sentía por él, se extendiera por todo mi cuerpo. Como una droga cuando actúa en el organismo.

Ni siquiera le dejé hablar y salí corriendo de allí, sin siquiera detenerme a hablar con Juan Lucas. Estaba ciega de rabia.

Después de tomar una distancia considerable, sentí un peso en el corazón y un malestar como de un dolor lacerante. Sabía que estaba actuando como la antigua Melissa, pero no podía perdonarlo, no en ese momento. Cuando me di cuenta, las lágrimas ya estaban descendiendo por mis mejillas.

Me senté en la acera y solo lloré, saqué todo lo que estaba guardado dentro de mí. Cuando acepté a Jesús pensé que conseguiría perdonar a Caio, pero aún no lo he hecho y no sé si podré. Sólo Dios podía ayudarme en esta decisión.

Pasé muchos minutos sentada allí, viendo que no conseguiría resolver mis dilemas así, me limpié las lágrimas, me levanté y me fui a casa. Mi celular no dejaba de sonar, pero yo sólo quería estar a solas con Dios. Necesitaba poner mi cabeza en su sitio y pensar en cómo iba a perdonar a Caio.

(...)

Llegué a casa destrozada, el maquillaje estaba desecho, los tacones en las manos y el corazón hecho pedazos. Aunque estuviera feliz por estar con Juan Lucas, mi reencuentro con Caio estremeció mis estructuras.

Ana Julia casi me derriba cuando me vio, parecía afligida.

—¡Que bueno que llegaste! Juca me llamó desesperado. ¿Qué pasó? Mel, por favor, di algo.

Sólo la abracé. Mi llanto era tan compulsivo que tuvimos que sentarnos en el sofá. No sé cuándo, pero me dormí nuevamente en el regazo de mi hermana. Sabía que esa noche sería la más difícil que tendría.

(...)

Me desperté en mi habitación, pero recuerdo vagamente a mi padre llevándome hasta allí. Mi cabeza me palpitaba y los recuerdos del sueño que tuve, aún me perturbaban. Caio estaba en él y hasta parecíamos amigos, al menos en una pequeña fracción, en la otra era yo huyendo y él persiguiéndome.

Me arrodillé e intenté orar, por lo menos comencé, porque después sólo pude llorar. Mi alma gritaba por ayuda y el único que podía ayudarme era mi Abba.

Cuando me calmé, tomé un baño demorado y, sólo entonces, fui a mirar mi celular. Había 30 llamadas de Juan Lucas, mi deseo era estar sola, pero no podía hacer eso. Mientras marcaba el número para hablar con él, me llamó.

—Gracias a Dios, Mel —lo oí suspirar y me sentí mal por haberlo dejado preocupado—. Necesito que vengas al hospital del centro, hay alguien que necesita verte.

—¿Qué ha pasado? —sentí que un nudo se formaba en mi garganta, pero antes de que él me respondiera, Ana Julia entró en la habitación acompañada de Maya, que parecía inconsolable.

—Juca, nos vemos en un rato, besos —colgué el teléfono sin esperar una respuesta, y mi amiga me abrazó.

—Mi hermano Mel, está muy mal. No puedo perderlo, ya perdí a mi padre. No puedo perderlo a él también —su cuerpo temblaba debido a los sollozos.

—Ey, oye, cálmate. Dios se encargará de todo —cuando terminé de hablar, sentí nuevamente el mismo malestar que la noche anterior. Oré en el espíritu, pidiendo al Padre sabiduría y discernimiento para poder tomar la decisión correcta, y poder ayudar a Maya.

(...)

Después de estar más tranquila, Maya me contó lo que aconteció con su hermano y fuimos al hospital, era el mismo hospital donde se encontraba Juca. Ya me había puesto en contacto con él y nos estaba esperando en el estacionamiento.

Un Largo ViajeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora