—Hola, Mel. ¿Cómo estás hoy? —Ana me pregunta, en cuanto abro la puerta de la enfermería. Todos los días vengo a "visitarla" desde que ella llegó. Ana es una mujer joven, que trabaja en la prisión, es cristiana y mi única amiga.
—Hoy por increíble que parezca, sólo tengo un rasguño. Ellas finalmente soltaron mi pie —hablo con una sonrisa débil. Ella me mira con aquella mirada de cariño, la misma de siempre.
—Dios tiene tantos planes para ti, cariño.
Pongo los ojos en blanco. Ella siempre dice aquello.
Si Él tiene tantos planes, entonces ¿por qué permitió que me encarcelaran por tanto tiempo por un crimen que no cometí?
Aunque tengo esa duda, confieso que ya he estado en las reuniones que se celebran aquí. Siempre me emociono, pero no tengo ganas de entregarme a Jesús como algunas reclusas ya lo han hecho.
—Aunque pongas los ojos en blanco sabes que tengo razón —ella está seria como pocas veces la he visto—. Espero que no tardes en reconocer que Jesús es tu Salvador, mi bien.
Siento que cada vello de mi cuerpo se eriza con sus palabras. Ella pasa los dedos delicadamente por el corte de mi brazo y suspira.
—Estas chicas necesitan tanto de ti, Señor —susurra mientras recoge las gasas del armario. Ella siempre sigue el mismo camino, y toma los mismos instrumentos con una delicadeza extrema.
Ana es el tipo de persona a la que le gusta cuidar de los demás. ¡Debería haber más personas así en el mundo!
Mientras ella camina por el pequeño centro de salud, fijo mis ojos en el reflejo del espejo, y observo las marcas de esos cuatro años y medio.
He cambiado, he madurado y me he hecho más fuerte. Antes me encogía y me golpeaban hasta que no podía soportarlo. Hoy las enfrento como iguales. No estoy orgullosa de eso, pero fue la forma que encontré para defenderme.
Después de que Ana llegó aquí a la prisión, las cosas mejoraron un poco, porque al menos, empecé a tener a alguien que me hiciera las curaciones.
No soy más la Melissa dependiente y tímida. Recuerdo mi primer año en este lugar, nunca había pasado por tanto. La culpa y el resentimiento, se apoderaron de la mayor parte de mi corazón. Estaba enfadada con las internas, con Caio y conmigo.
Mis padres siempre venían a verme y se horrorizaban con los hematomas. Ojos morados, labios hinchados, cortes en las cejas. Eso era lo que ellos veían. Incluso tuve dos costillas rotas.
Después de un tiempo, fui aprendiendo a defenderme, lo malo es que sólo era yo contra ellas. Son el grupo de reclusas que simplemente hacen de esto un infierno, convirtiendo lo que ya es malo en algo peor.
—Vamos a limpiar esto —despierto de mis pensamientos, con Ana pasando el algodón con alcohol sobre el corte.
—Gracias Anita —sonrío de forma extraña a causa de la mueca que hago.
—De nada, mi ángel. Hoy habrá reunión, ¿irás? —pregunta, como quien no quiere la cosa. Ana ni siquiera sabe cómo disfrazar su ansiedad.
—Por supuesto que voy. Sabes que allí es mi refugio —ese momento, es el único en que Lurdes no se mete conmigo. Ahora fue su turno de poner los ojos en blanco.
—Vas para oír el mensaje y no para huir de alguien —sólo asiento con mi cabeza. No es buena idea discutir con ella sobre eso.
No hablamos más hasta que ella terminó. Voy de regreso a mi celda feliz. Hoy me libraré de las bravuconas. Me acosté en el viejo colchón y me quedé dormida.
*******
Escucho la voz de una niña en mi oído y me levanto asustada.
Una pequeña de cabello castaño y ojos azules me miraba con bastante intensidad, y mi corazón se llenó de algo inexplicable. Parecía ser amor.
—¡Mamá, papá ya te está esperando para que tomemos el desayuno! —mis ojos están borrosos y sólo asiento.
¿Qué es eso que estoy sintiendo?
Me levanto, y finalmente me doy cuenta de mi ropa. Un vestido blanco y sin ninguna mancha.
La niña me extiende su mano y yo la sostengo con fuerza. Salimos de la habitación, y caminamos por un largo pasillo, en el cual había varias fotos mías con un chico al que no conseguí verle el rostro.
Estoy tan entretenida mirando todo, que sólo me doy cuenta que nos detenemos, cuando la niña suelta mi mano y corre a los brazos de un hombre que está frente a mí, al cual llama papá.
Me fijo bien en su rostro, pero no consigo identificarlo, y tampoco tengo la más mínima idea de quién es.
—¿Ya le has dado el mensaje a tu madre? —le pregunta a la pequeña. Su voz está llena de amor. Ella niega con la cabeza y él le susurra algo al oído.
—Mami, Papi Celestial te ama mucho, y nunca te ha abandonado. Él está contigo en todo momento y tiene lindos planes para ti.
*******
Me despierto súbitamente, con la carcelera golpeando la barandilla avisando el inicio de la reunión. Me levanto todavía aturdida por el sueño. Miro mi ropa y todavía llevo el mono gris y sucio, pero la sensación de haber vivido esa escena onírica me quema el corazón, así como el amor por la niña.
¿Qué fue eso?
Paso las manos por mi rostro y suspiro. Salgo de la celda y sigo el pasillo que lleva al patio.
Un pequeño grupo de reclusas observan atentas a un chico alto de cabello castaño, mientras él organiza unos papeles sobre la silla. Cierro mis ojos intentando recordar de dónde lo conozco, pero desisto.
¿Cómo puedo conocerlo si he pasado los últimos años aquí?
Sigo hasta la última silla, la que está más lejos del círculo dispuesto allí. Mantengo la cabeza baja todo el tiempo. Y fue así, como permanecí hasta el final.
Esta vez fue diferente, sentí que mi corazón ardía y clamaba por Jesús, pero me quedé sentada y quieta. Agarré la silla como si mi vida dependiera de ello. Esperé a que él terminara la oración y salí prácticamente corriendo.
La sensación en mi pecho no se iba y las palabras del chico aún resonaban en mi cabeza: —"Dios no deja pasar nada, ni siquiera las cosas malas. Tal vez te preguntes, por qué tanto sufrimiento, o por qué sigo de la misma manera. Dios sólo está esperando tu primer paso. Él está con los brazos abiertos para recibirte y curar todas tus heridas. Listo para limpiar tus vestiduras nuevamente. Sólo necesitas entregarte de todo corazón al Padre".
Caí de rodillas y, allí en ese momento, sola con mi llanto compulsivo, recordé las palabras de Ana, recordé el sueño. Entonces hice lo que entendí era lo correcto.
—Hoy te reconozco Jesús, como mi Señor y Salvador.
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Un Largo Viaje
RomanceTraducción de la historia en portugués titulada: "Uma Longa Jornada". Autora: Janiele Gomes. La vida de Melissa dio un giro cuando fue condenada por algo que no cometió. Después de cinco años, ella recibe su libertad y decide reemprender su vida, lo...