Capítulo 6

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Atmósfera familiar. Aire puro y felicidad. Entrar en mi antigua habitación y ver todo exactamente de la misma forma, hace que me dé un fuerte deseo de llorar. Mi madre dijo que Julia quería cambiar de habitación, pero que ella no se lo permitió. 

Yo me había acostumbrado a vivir en lugares pequeños.

Abro mi armario, y paso la mano por la ropa nueva que mi mamá me compró. No me merezco todo esto, y aun así, mis padres me recibieron con los brazos abiertos. Cierro los ojos y agradezco a Dios por todo el cuidado que Él ha tenido conmigo.

Cuando termino mi oración, veo a Ana Julia de pie en la puerta con los brazos cruzados. Mi deseo es abrazarla, pero ella se va antes de que yo pueda dar el primer paso, sin siquiera darme la oportunidad de hablar. Me quedo allí, mirando hacia la puerta, intentando entender lo que acaba de suceder.

Salgo de mi ensueño cuando escucho a mi madre gritar para que baje. Tardo un poco, pero luego voy a encontrarme con ellos.

El señor Roberto y doña Catarina son las personas más maravillosas y bondadosas que conozco, nunca me miraron de forma indiferente, ni siquiera cuando los llamaron de la cárcel, siempre me ayudaron y cuidaron de mí. Y así, lo están haciendo en este momento.

La mesa está puesta con toda la comida que más me gusta y, exactamente, de la forma como recuerdo; cuatro sillas, un jarrón con rosas en el centro y la vajilla más cara de mamá, el típico almuerzo de domingo llevado a cabo un viernes.

Julia continua mirándome como si yo fuese una intrusa, mientras mamá parlotea sin parar, sobre el evento que va a organizar. Papá la observa con una mirada de enamorado, y la sonrisa feliz está de vuelta.

De repente, la risa de Julia resuena en el ambiente y todos miramos hacia ella, tengo la sensación de que es por mi causa.

—Hasta parece que somos una familia feliz —habla en un tono de ironía y yo me mantengo alerta.

—¿Qué crees que estás diciendo, jovencita? Pensé que estabas feliz de que tu hermana esté en casa nuevamente —la voz de papá suena firme y autoritaria, sin inmutar ni un poco, a la mujercita que lo encara con la ceja enarcada.

—¿Dime por qué estaría feliz de que ella haya vuelto? Melissa siempre fue una piedra en mi zapato —tiró la servilleta sobre la mesa, y salió del comedor pisando firme y sin mirar atrás.

Papá y mamá intercambiaron una mirada cómplice, y luego me miraron como si me pidieran disculpas.

Estaba reprimiendo el llanto, les pedí permiso y subí a la habitación. Tan pronto como entré, las lágrimas comenzaron a rodar. Le pedí a Dios que me diera fuerza para lidiar con las tribulaciones que tendría que enfrentar. Me acosté en la cama y me quedé dormida.

...

Di un salto en la cama, asustada. Miré a mi alrededor y respiré aliviada, cuando recordé que estaba en casa de mis padres.

Despertarme todos los días en la cárcel con una persona golpeando la barandilla de la celda, me dejó temerosa.

Respiré profundo, oré, y luego me dirigí al baño a tomar una ducha para empezar bien el día. Hoy mismo empezaré a buscar empleo, no quiero vivir dependiendo de mis padres.

Tomo un vestido blanco, ropa interior y unas zapatillas, y me visto sin prisa. Hace mucho tiempo que no puedo ducharme así, y tampoco vestir con ropa limpia. Termino de vestirme y retiro la toalla de mi cabello, el cual quedó sedoso como hacía mucho no lo tenía. Lo peino y lo dejo suelto para que se seque de forma natural. Organizo todo y salgo de la habitación, esperando la regañina por no haberme despertado para tomar la cena.

Un Largo ViajeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora