Capítulo 9

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Si me hubiesen dicho que me convertiría en la mujer que hoy soy, no lo creería. Mi vida está dividida entre el antes y el después de prisión. Hace algún tiempo era una persona rota, carente, sin siquiera un poco de madurez. Hoy miro atrás y veo, que lo que sentía por Caio, era sólo un apego emocional.

Mis padres me han apoyado mucho y, Anajú, ya me trata mejor. Hablé con ella sobre las dos chicas de la entrevista, se disculpó conmigo y dijo que habló en un momento de furia.

Después de un tiempo, finalmente, puedo decir que soy independiente; aunque, todavía vivo con mis padres, lo que será por poco tiempo, ya que estoy detrás de un apartamento para mí. Tengo un empleo, me congrego en una acogedora iglesia y tengo amigos, ¡amigos de verdad!

Juan Lucas y yo tenemos una conexión diferente; aún no quiero dar nombre a lo que siento, pero es intenso y se está haciendo fuerte cada vez más. Oro todos los días pidiéndole a Dios que guarde mi corazón y que quite ese sentimiento de mí, pero este sólo aumenta. Tengo miedo de sufrir nuevamente, pero confío en un Dios asombroso. Y espero en Él.

Jonás, es el amigo alborotador que hace bromas sobre todo, pero también sabe dar buenos consejos. Y está Carmen, que aunque se ha ido, llama todos los días por videollamada y conversamos por horas. Junto con ellos, vinieron también los hermanos de la iglesia que siempre son muy amables.

Todavía no consigo identificar donde encajo, dónde tengo que servir, por eso hago de todo un poco. Estoy feliz como hace mucho no lo estaba y todo eso es obra de Dios.

Pasé el sábado en casa revisando algunos contratos, aproveché para almorzar con mis padres y vi una película con Julia. Ella parecía estar disfrutando de mi compañía y yo estaba amando demasiado aquel momento de hermanas.

—Te gusta él, ¿no es así? —Anajú interroga de la nada y me quedo medio perdida con la pregunta, ella se da cuenta de la situación y hace la aclaración—. ¿Te gusta Juan Lucas, eh? —enarca su ceja, y junta las manos en una evidente señal de ansiedad por la respuesta. Siento mis mejillas sonrojarse. Ni siquiera he admitido ante mí, esos sentimientos. Pero, si tengo en cuenta todo lo que hablamos y la forma como me siento cada vez que estoy con él; sí, me gusta y mucho—. Responde Mel o me quedaré sin uñas —sus ojos brillaban con tanta curiosidad y me reí, recibiendo un buen golpe de desaprobación en el brazo por mi actitud.

—Puedes sacar tus propias conclusiones mañana —le guiñé el ojo y me llevé otro golpe de su parte.

—Eso no es justo. Sólo quiero saber si voy a tener un cuñado —ella cruza los brazos fingiendo una falsa molestia  y yo sólo sonreí.

—Yo tampoco sé la respuesta, pequeña; pero si alguna vez, vas a tener un cuñado, espero que sea él —ella tiene lágrimas en los ojos y, sólo entonces, me doy cuenta de que la llamé por el apodo que usaba cuando aún éramos niñas.

—Te he echado de menos, Mel. Sé que fui muy fría contigo al principio, pero tenía miedo de perderte de nuevo —sin decir una palabra, la atraje para darle un abrazo algo torpe y terminamos cayéndonos de la cama, intercambiamos una mirada cómplice y reímos a carcajadas. Nuestros padres se detuvieron en la puerta asustados, pero pronto se unieron a nosotras. Ese sábado no podría haber sido mejor.

(...)

El domingo llegó, y con él la ansiedad. Parece una locura, pero estoy con los nervios a flor de piel porque voy a ver a Juan Lucas y a conocer a su hermana.

—Terminarás perforando el piso —dijo papá, mientras yo caminaba de un lado a otro esperando a Anajú. Sentí mis mejillas sonrojarse. ¡Eso es extraño! No es propio de mí avergonzarme de esa manera.

—Lo siento ­—dije, y me senté a su lado. Papá sólo balanceo la cabeza y volvió a su lectura. Anajú no demoró en prepararse y salimos hacia la iglesia, hablamos y nos reímos todo el camino. Parecíamos dos adolescentes tontas.

Llegamos a la iglesia riendo y llamamos la atención de Jonas, quien casi me da un susto.

—¿Quién es la pequeña que está contigo? —él pregunta, mirando muy interesado a Ana Júlia, quien pone los ojos en blanco. A ella no le gusta ser llamada de esa manera, excepto por mí. Sólo le doy una sonrisa, y le digo de buen humor, buena suerte, cuando ella toma la palabra y responde, dejando al chico desconcertado.

Salgo de allí buscando los ojos azules que tanto admiro. Desde lejos, veo a Juan Lucas, hablando animadamente con una hermosa chica tan sonriente como él. La escena de ella saliendo de la oficina enojada, viene a mi mente con mucha fuerza, y siento una empatía inmediata por ella. Una necesidad de cuidarla me embarga y, sin poder contenerme, voy hasta donde se encuentran los dos.

Cuando me ven, él me da una linda y encantadora sonrisa, ella cambia el semblante y me dirige una mirada inquisitiva.

¡Me sentí una intrusa!

—Hola, Mel. Me alegro de que hayas venido, a propósito te ves hermosa —no sé qué ocurre conmigo cuando estoy cerca de este hombre, me sonroja todo lo que dice.

—Gracias, Juca —agradezco con una sonrisa tímida y él ríe. De un vistazo, veo a su hermana cambiando el peso de una pierna a la otra, impaciente. Él también se da cuenta y pone los ojos en blanco.

—Mel, esta es mi hermana Lorena. Lore, esta es mi amiga Melissa... —extiendo mi mano en su dirección, y ella sólo me mira cruzando los brazos frente a su cuerpo, en una clara señal de incomodidad al conocerme.

—¿Así que eres tú la que está en el lugar de Carmen? —me mira de pies a cabeza y me siento contrariada. Escucho el suspiro de Juca, y respiro profundo para no volverme loca, ella continúa su charla—; no me gusta la gente como tú. Perdí a mis padres por culpa de seres humanos despiadados como tú —siento las lágrimas acumularse en mis ojos y salgo de allí antes de llorar delante de ellos.

Paso por donde está mi hermana con Jonas y no me detengo, ni siquiera, cuando escucho a Juan Lucas llamándome; salgo de la iglesia y corro hacia la plaza que se encuentra allí cerca; sé que él me está siguiendo, así que decido detenerme.

Cuando lo veo no escondo mis lágrimas. Juca, solo me acoge en un abrazo reconfortante.

No dijimos nada, solo nos quedamos abrazados durante un largo tiempo; las palabras no eran necesarias en ese momento. Me sentí protegida allí e imaginé lo que sería tenerlo siempre a mi lado. Mi corazón se aceleró sólo con ese pensamiento y sentí sus latidos acelerarse también.

—Quiero hablar contigo, pero creo que aún no es el momento —dice Juca, y me estrecha más con su abrazo.

—También necesito hablar contigo —digo aún acogida en sus brazos. Me aparta un poco y pone sus manos en mi rostro, quitando con sus pulgares los rastros de lágrimas que aún estaban allí.

—Espero que sea el mismo asunto, porque estoy convencido de lo que siento, sólo necesito la confirmación de Dios —sus ojos tenían un brillo diferente, era como si me viera en él. Sólo asentí con la cabeza, y él sonrió. Soltó mi rostro y tomó mi mano dejando un beso demorado y, luego, me llevó de nuevo a la iglesia.

Ya no recordaba el motivo, por el cual salí de aquella forma; sólo podía pensar en las palabras de Juan Lucas, y agradecer a Dios, por encaminar todas las áreas de mi vida.


Espero que te haya gustado el capítulo, si así fue por favor no olvides dejar tu voto. Y me encantaría también conocer tu opinión.

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