Capítulo 0

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No quedaba ni rastro. Ni un cabello perdido, ni un hilo suelto ni mucho menos una gota de sangre.

La cuna era mecida bruscamente por el fuerte huracán, que se encontraba a las puertas del castillo, al no haber bebé en su interior.

A un lateral se encontraban tendidos los reyes de Etherum, cuyas almas habían sido arrancadas de sus cuerpos. El culpable quizá era el mismo que se había llevado a la criatura.

Una huesuda mano se posó en la sábana de seda que los cubría y cabeceó murmurando una escueta disculpa.

—Ha sido mi hija... —confesó mirando de reojo al capitán de la Guardia Real—Ya lo avisé. Lo llevo avisando años. Nadie me creyó, y mirad a donde nos ha llevado eso.

El capitán miró con horror a aquel viejo. Si bien era el padre de la archimaga y consejera de los difuntos reyes, también era bien sabido que él mismo lo había sido de las tres generaciones anteriores. Era famoso por su gran poder, por sus buenos consejos y por la sangre fría que decían que corría por sus venas. Ahí mismo el capitán fue capaz de comprobar que así era, pues acababa de delatar a su propia hija.

Si la sangre es más espesa que el agua para este hombre su deber debía ser miel pura. Pues ni su propia familia había ocupado nunca un lugar más importante en la mente de ese anciano.

—Llevaba tiempo planeándolo—prosiguió el hombre—Tenía ideas enfermas en la cabeza. Ambición de gran poder. No se conformaba con el que tenía, anhelaba todavía más.

Un silencio se hizo en la estancia durante un par de minutos, el capitán no se atrevió a romperlo. Pese a que sabía que necesitaba dar la orden de búsqueda con urgencia tampoco era capaz de moverse. El frío de la noche se le había enredado en los huesos y no le permitía moverse.

—Los engañó, ostentó a más poder del que le correspondía, secuestró al príncipe. ¿Hay acaso más traición posible? Buscadla. Encontradla. Traedla ante mi.—El anciano paseó por la estancia y la misma mano que antes estaba apoyada en la sabana de seda detuvo el vaivén de la cuna—Deberíais apresuraos, capitán. El tiempo de gracia se nos acaba...

Este último asintió sintiendo ese frío paralizador desaparecer por completo de su cuerpo. Al instante, y con su voluntad férrea recuperada, recorrió el castillo. No sólo avisando a todos los guardias de lo ocurrido, si no buscando a su vez si por ahí se encontraba la traidora o su príncipe

Pese a eso, ya muy lejos de allí, al otro lado del inmenso huracán, se encontraba aquella a la que tanto buscaban. Un bebé berreaba en sus brazos, y por más que lo meciera este no cesaba su protesta.

—Te llevaré a un lugar seguro... —La mujer besó la frente del chiquitín con ternura—No va a encontrarte. Voy a protegerte.

Pero si el frío dentro del palacio era implacable fuera de él no tenía piedad, y se agarraba a lo más profundo del bebé, dejando ahí una marca de las que cualquiera tarda en desprenderse.

El Consejo de marfilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora