Capítulo 15

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El anciano se colocó bien su túnica marrón tierra y se arrodilló junto a unas cuantas víctimas y sus desoladas familias. La persona querida que había perdido la vida en este caso era una niña pelirroja de apenas 6 o 7 años. Su padre, pelirrojo también y con la cara muy manchada de ceniza, abrazaba con fuerza a su esposa y la mecía levemente, como si así alguno de los dos fuese a encontrarse mejor. Tomando una de las frías y pálidas manos de la niña se encontraba un pequeño de su misma edad aproximadamente y que le comentaba lo que harían juntos cuando se despertase.

Tuan murmuró unas disculpas por molestar, pero no fue oído. Lo entendía a la perfección, así que sin darle muchas vueltas impuso las manos sobre la niña.

—Que Gaughgel te tenga en su gloria—murmuró tratando de ser discreto—Ojalá que cuando tu alma se reponga regreses a este mundo a darnos luz y guía

Al ser una niña lo normal sería que su enterramiento se hiciera honrando a Dalilia, diosa que amaba a los niños y que se representaba como una de ellos. Se vestía de blanco al niño o niña y se rezaba para que dicha diosa protegiera el alma de la criatura, tan influenciable  y moldeable, de la corrupción y desaparición.

Lamentablemente ninguno de los niños que habían perdido la vida serían capaces de recibir algo así.

—Gracias...—Susurró el padre mirando fijamente al anciano

—...¿Quien provocó todo esto?—manteniendo el tono de voz bajo no tuvo mas remedio que preguntar

El hombre negó al no saber la respuesta, y besando la frente de su esposa volvió a cerrar los ojos. El niño en cambio se puso de pie y se aproximó más.

—¡T-tuvo que ser la señora de rojo!—el chiquilló señaló los escombros de lo que había sido su hogar—¡llegó hace unos meses y lo arruinó todo!

—Dime más de ella—Tuan tomó la manita del niño para calmarlo un poco

—E-era mala con todos...en cuanto empezó a arder la posada se fue...Siempre tenía algo rojo de ropa—Aseguraba el niño bajando la mirada.

Pequeñas gotitas mojaron la ceniza que cubría todo el suelo, por lo que Tuan supo que el chiquillo lloraba. No era de extrañar, estaba viviendo algo muy dificil de afrontar hasta para adultos. Tuan asintió y murmurando unas condolencias se acercó a otros familiares velando por su fallecido. Uno por uno fue haciendo lo mismo. Imponía la manos sobre el que ya no estaba entre ellos, rezaba por él o ella y tras aquello preguntaba si sabían de alguien que hubiera convivido con ellos que puedira ser sospechoso.

Fue tremendamente dificil ser capaz de unirse a esas familias afligidas y sentir cuanto cariño y desespero sentían al mismo tiempo por esa persona que no volvería a abrir los ojos. Muchas de esas personas no tenían ni idea de cómo había sucedido algo así. Bien porque eran muy jóvenes o bien porque eran clientes y no sabían quién se alojaba allí con ellos. Dos personas que sí que colaboraron mucho fueron dos adolescentes que velaban por quien parecía una muchacha desfigurada por completo a causa de las llamas.

—Sospechosos hay muchos—Aseguraba uno de ellos apretando los puños con gran fuerza.

—Una mujer llegó hace un par de meses con toda su prole. Molestaban como nadie más. Desde que llegaron había algo en ellos que me causaba una rabia...—Respondió el otro.

—Luego un chico  pretencioso y su madre llegaron también. Se creían los reyes del lugar y maltrataban a todo el servicio—El primero en haber hablado se sentó al lado de la chica sin apartar la vista de ella—Un hombre con armadura llegó también esta misma mañana y exigió hacer una inspección de toda la posada. Quiso saber donde guardábamos las provisiones y todo lo demás.

El Consejo de marfilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora