Capítulo 1

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Alaric tomó de la sala de armas un arco cualquiera. Le hubiera gustado pensar su elección un poco más, pero no había mucha diferencia entre unos y otros. Se giró a la estantería para tomar un carcaj, y detuvo su mano tras tener ya uno de ellos. ¿Con ese puñado de flechas sería suficiente? ¿Cuánto estaría fuera?

Sacudió la cabeza y disipó así sus dudas. Si encontraba a la traidora esta era una poderosa archimaga, no es como si sus flechas fueran a ser las más útiles.

Se puso el carcaj a la espalda y salió de la estancia justo encontrándose de frente a un hombretón con una cara de enfado incomparable. Tuvo que alzar la vista para verlo bien, pues era algo más alto que él. Su semblante era duro y afilado, y sus ojos eran diminutos y negros como la plata sin pulir.

—Ulgor te salve—dijo casi gruñendo esa mole de carne

Alaric abrió los ojos confundido de pronto, y musitó esas mismas palabras de vuelta al corpulento guerrero.

—Ulgor te salve

El hombre rió de forma tosca y desapareció dentro de la sala de armas. Alaric se mantuvo con la mirada hacia arriba, en la misma posición que había adoptado para ver bien a ese hombre. Nunca había visto alguien tan grande en su reino, pero antes que sus músculos había algo más que le había parecido tremendamente extraño. Ese señor no tenía ni un solo cabello en la cabeza. Y por el aspecto que tenía esa calva parecía ser intencional. Quizá para otros no sería el detalle más importante del mundo, pero en la cultura de la que venía Alaric el cabello de una persona era lo que más merecía cuidados, aquello que conectaba al ser humano con el mundo, con sus antepasados, con los dioses.

Que aquel guerrero no tuviera ni uno solo y que fuera algo buscado...hablaba mucho de quien era. Una persona sin ningún tipo de lazo, sin ninguna conexión a nada, para bien o para mal. Era un hombre libre, pues no existían ataduras que lo conectasen con familiares o espíritus de los ya caídos que llevaron su sangre. Pero por otro lado era excluido de la mismísima tierra, madre de todos.

Pese a eso Alaric tenía ese pequeño presentimiento de que no era por eso por lo que ese hombre cortaba su cabello, si no por ese último enlace que hace el cabello de una persona. El enlace con los dioses. Ese guerrero presumiblemente buscaba no ser visto por los dioses, para cometer quién sabe qué atrocidades.

El joven sintió la necesidad de tocar su propio cabello, su hermana menor lo había trenzado con destreza mientras admiraba su color miel, y solo con volver a verlo sonrió denuevo.

¿Qué más daba lo que ese hombre hiciera?

Tenía la costumbre de preocuparse mucho por los demás y poco en sí mismo. Si no se apresuraba no llegaría a tiempo a su reunión con el rey en funciones, y eso si sería un desastre a ojos de los dioses. Agarró su arco con fuerza y empezó a correr por el terreno, dejando bien atrás la torre de los centinelas. Al llegar a la parte principal del castillo los soldados apartaron sus lanzas dejándole pasar, y una adorable sirvienta le sirvió de guía hasta la sala del trono.

Tratando de aparentar buena confianza en sí mismo se acercó con decisión a la puerta de la sala, sólo para que su paso fuera bloqueado por más soldados que se encontraban ahí custodiándolo.

—El señor Enós me mandó llamar. Mi nombre es Alaric, el campeón del reino de Gronvind—esperaba una reacción de los soldados que no recibió, esperaba que reconociéndolo le abrieran paso, pero se encontró con gran indiferencia

—Cuando se nos den las órdenes de dejarle pasar pasará. Hasta entonces quieto ahí

Alaric fijó sus ojos marrones en ambos soldados y suspiró dejándolo estar. No iba a lograr nada más, y en el fondo retrasar la vista con el rey en funciones lo aliviaba. Por lo tanto, como no tenía sentido montar una escena, se recostó contra una enorme columna de mármol gris a esperar un cambio de órdenes.

El Consejo de marfilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora