Capitulo 14

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La vida en una posada no era para nada sencilla, y Lacie no tardó mucho en darse cuenta. Su vida empezó a ir entorno a la cocina de dicho lugar, llegando hasta el punto de ser nombrada jefa de cocineras. Toda comida que ella ponía en la mesa dejaba satisfecho al mas sibarita de los nobles y al mas glotón de los soldados. Por estas cosas se hizo una parte básica de la comunidad de la posada, y muchos mas clientes llegaban tras correrse la voz de las asombrosas capacidades de la cocinera.

El hecho de vivir en una comunidad tan grande pero tan cerrada permitió que Lacie se relajase un poco más en cuanto a las compañías de Aziz y en donde podía o no podía estar. Con el tiempo la confianza entre los miembros del equipo y sus familias crecía con gran facilidad. El trabajo era muy duro y se precisaba de confiar precisamente en el trabajo que estaba haciendo tu compañero de al lado, pues habiendo tan poco tiempo no había forma posible de hacer tu trabajo y revisar el de los demás. Nada mas amanecer, Tales, un joven que rozaba los 17, iba llamando habitación por habitación para despertar a los trabajadores y que empezasen con sus labores. Lacie compadecía al joven chico. El muchacho de cabellos anaranjados y el rostro salpicado de pecas no paraba en todo el día, pues era el que llamaban como recadero o chico de los cacharros. Tenía un trabajo muy demandante, pues era el comodín de todo el servicio. Si había que pedir ayuda a alguien era a Tales, y si él no podía ayudar era el encargado de buscarte a alguien que sí pudiera hacerlo.

Una vez todos despiertos Lacie debía ponerse en marcha y asegurarse de que todo el equipo de la cocina tenía una labor asignada para asegurarse de que no sólo los clientes, si no todos los trabajadores, tenían algo delicioso que llevarse a la boca de buena mañana.

Si llegaba cargamento de provisiones los hombres que no tuvieran que estar atendiendo caballos o reparando algo importante debían encargarse de transportar los pesados sacos y cajas de madera con lo que fuera que les hubiesen traido. Entre esos hombres se encontraba el propio Declan. Y una vez esa labor estaba terminada volvian al mantenimiento de la posada, a vigilar a los mas pequeños o a servir y entretener a los clientes.

Cuando llegaban clientes nuevos era el hijo de Gideon, Héctor, el que se encargaba de abrirles las puertas y guiarles hasta el interior, donde los gemelos Milo y Kalim eran los más prestos en quitarles a los caballo riendas y ornamentos de forma muy meticulosa. Después, con la ayuda de Hevonen daban de beber y de comer a los caballos y los dejaban a punto para que sus amos se marchasen con ellos cuando precisasen y en un mejor estado que con el que llegaron en primer lugar. El resto de niños, que no eran pocos precisamente, se encargaban de que el patio estuviera en buen estado, y aquellos mas juguetones ayudaban a sus padres y abuelos a divertir a los clientes.

Era una vida muy ajetreada y demandante sin duda, pero Lacie la disfrutaba a su modo. Unos meses después de estar viviendo ya en esa rutina tuvo que abandonar esa idea de control absoluto que pretendía tener sobre su niño, pero sorprendentemente no le fue del todo dificil. Siempre había un adulto bueno y de su confianza vigilando, y además el niño estaba cumpliendo la promesa que le había hecho a su tía el día que llegaron. Avisaba cada vez que se iba a algún sitio lejos de su tía. Como si de un reporte se tratase le explicaba a donde se iba, con quién y le confirmaba que volvería de vez en cuando para que su tía estuviera tranquila. La pobre mujer ya tenía mucho de lo que encargarse como para estar persiguiendo a Aziz, pues tenía sus labores en la cocina más las labores de enfermera. Siempre que alguien salía herido haciendo su trabajo o tenía algun malestar o dolencia sabían que podían acudir a la cocina de tía Lacie y esta les daría alguna hierba, un té o similar para aliviarles de inmediato.

Ahora Aziz tenía la libertad de jugar con cualquiera de los niños que había por allí, pero precisamente con quienes mas tiempo pasaba era con los gemelos y con una jovencita de cabello rubio siempre trenzado llamada Marlene. Los cuatro tenian una edad muy cercana, y eran bastante enérgicos. Cuando no había caballos que atender o cuando de eso se encargaba Hevonen los cuatro marchaban felizmente a jugar por el patio. Regaban las plantas o se encargaban de las malas hierbas junto al resto de niños. Y si eso también estaba hecho entonces quedaban a merced de la niña que los utilizaba para complacer sus caprichos. Por supuesto los chicos no se negaban, y mucho menos si alguno de esos caprichos era la peligrosa misión de entrara la cocina de tía Lacie a robar algún dulce sin recibir un golpe de cucharón.

El Consejo de marfilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora