Capítulo 5

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Cuando Mellea se despertó obviamente seguía viva, y por lo tanto Eleanor no la había matado.
Por si acaso tocó todo su cuerpo para comprobarlo aún más. Suspiró aliviada y se incorporó para mirar por la ventana. Pese a que ni su cabeza pasaba por ella sí que dejaba entrar la brisa gélida de la mañana, y permitía ver el cielo de un color claro perfectamente limpio. En él volaban aves que en su pueblo natal jamás había visto.
Se quedó mirando un buen rato hasta que con un quejido escuchó a su compañera de habitación despertarse. La miró una vez más con cierto horror, pero Eleanor al ver a esa chiquilla asustada como una cría de animal sonrió con cierta perversión.

—Buenos días preciosa~— como si lo que estuviera viendo fuera una presa y no una joven se relamió los labios buscando provocar una respuesta en la chica de cabello anaranjado.

Mellea tembló nuevamente y se apresuró en salir de la cama y comenzar a ponerse ropa más decente. Se quitó el camisón a toda prisa mientras mordía su lengua para evitar mediar palabra con esa mujer que tenía delante. Recogió con gran prisa todo lo que había dejado sobre la cama y tomando el libro de debajo la almohada avanzó corriendo hacia las escaleras. En la mente de la jovencita se repetía una y otra vez el deseo de no querer morir. El miedo se agarraba en lo más profundo de su pecho y arañaba con gran insistencia todo su interior. Mallea se apoyó en la pared para no caer, pues el miedo que había pasado sólo con despertar ante aquella mujer le hacía marearse. Se llevó la otra mano al pecho, pensando que así podría aliviar su pesar, pero aquella emoción empezó a subir por su garganta y se atascaba ahí.
Maldijo esa debilidad que sentía y se forzó a seguir bajando las escaleras. Cuando llegaba ya al piso que se encontraba justo debajo de su habitación se encontró a Alaric.

—Buenos días, compañera—canturreaba el hombre de cabellos miel —¿Qué tal despertaste hoy?

Mellea  se limitó a asentir, pues sabía que con palabras no sería capaz de mentirle. Alaric sonrió creyéndola aún adormilada y entró a esa sala común dispuesto a tomar, de entre las cosas que trajo, un cepillo para peinarse. Llevó la mano a su mochila y empezó a buscarlo. No tardó en notar la suave y contundente madera del cepillo, y tras sacarlo comenzó a desenredar su largo cabello.
Siempre que lo hacía le venía a la mente su hermanita pequeña. Desde antes de irse de su hogar ya sabía que la iba a añorar muchísimo. Sabía que la vería en cada pequeño detalle del mundo que iba a explorar. En las ardillas pequeñas, glotonas y juguetonas, en las flores sacudidas por el viento, en los ríos frescos y llenos de vida acuática, y en la inocencia de cualquier niño, como Mellea.  Esbozó una sonrisa llena de recuerdos mientras se esforzaba por tener todo su cabello brillante y sin ningún tipo de enredón. Para su pequeña Dalia siempre había sido más sencillo, ella estaba más cerca del suelo que él, así que llegaba sin esfuerzo a la parte más baja. Además trenzaba el cabello con gran destreza y agilidad, cosa que a él se le escapaba.
Aún así hizo su mejor esfuerzo para trenzarlo de la forma adecuada y que no molestase al caminar. Guardó su cepillo en su mochila, y tras eso fue cuando volvió a vivir en el momento presente y pudo fijarse en la joven que tenía delante. No era su hermana somnolienta pero alegre, era Mellea, y parecía muy angustiada. Alaric se sentó a su lado y colocó una mano en su espalda.

—¿Tuviste alguna pesadilla?—le dijo con cierta ternura—Sé que apenas nos conocemos pero...quiero que sepas que estoy aquí—recibió como respuesta la mirada de unos ojos que parecían temblar, pero seguia sin mediar palabra—Cuando en mi aldea alguien sufría una pesadilla salía de su cama e iba a la plaza, fuera la hora que fuera. Ahí siempre había un anciano haciendo guardia. Éste interpretaba tu sueño, y decía que si había sido muy aterrador significaba que te estabas enfrentando a tus miedos, creciendo. Entonces contaba un cuento con una moraleja conveniente y entonaba una canción.

Mellea esbozó una pequeña sonrisa sólo con imaginarse estando en esa situación. Las aldeas de GronVind tenían fama de encontrarse integradas en la naturaleza, el reino es un único bosque inmenso en el que sus habitantes conviven en pequeñas aldeas en comunión con su bosque. Podía imaginarse teniendo terrores nocturnos y saliendo de una adorable casita en un árbol. Su manos rozaron el tronco que, en su imaginación, daba cobijo a su hogar. También se vió a sí misma corriendo por la aldea en busca de la plaza y en busca del anciano sabio que la iba a salvar. Sus pies descalzos sentían la hierba fresca crujir bajo ellos, y su piel la humedad del viento yendo en su contra. Y justo cuando encontraba las luces de la plaza y creía divisar al anciano salvador su padre aparecía. La agarraba del brazo con tanta fuerza que con pocos segundos podía ver su brazo morado, y él mientras chillaba como si la vida le fuese en ello.
Mellea tembló y con un quejido salió de su ensimismamiento.

El Consejo de marfilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora