Capítulo 4

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Lacie sirvió dos tazas de té. Las mezclas de hierbas eran elegidas por ella personalmente. Desde pequeña le fascinaba todo tipo de plantas, y a medida que se hizo mayor y aprendió más de ellas se aventuró a utilizarlas para haces sus preparaciones de té, que posteriormente evolucionarían a medicinas caseras.

A día de hoy siempre que salía a hacer algún recado tenía por costumbre desviarse y estar atenta a cualquier planta o recursos natural que pudiera serle de utilidad.

Y esta vez, si los dioses querían, las plantas le ayudarían a hacer entender a ese anciano que las decisiones que tomaba respecto a Aziz eran las más adecuadas.

Se sentó delante de Declan, pero sus ojos, azules claros y en calma como un lago imperturbable seguían fijos en las tazas que acababa de poner en la mesa. No sabía por donde empezar. ¿Cómo hacer valer su opinión como la adecuada sin faltar a la autoridad de Declan?

Ahí estaba su error principal, pues Declan en ningún momento pretendía imponer su forma de pensar haciendo uso de esa relativa autoridad que tenía. En su mente solo quería hacer entender a su querida hija que no debe temer en dejar al pequeño Aziz algo más libre.

—El chico está seguro aquí, la gente es buena, hija—Comenzó a decir Declan

—No ha visto lo mismo que yo me temo...

—Y agradezco a los dioses por ello, sin duda. Pero debes entender que conozco a estas gentes. Y conozco como deben estar criando a sus hijos—las manos seguras del anciano tomaron la taza aún ardiendo y bebió un sorbo como si nada— Aziz estará seguro haciendo amistad con ellos. Aprenderá a relacionarse con los jóvenes. Y quizá es una oportunidad de que se nos abran oportunidades de ventas...

—Padre por favor... no mezcle el vinagre con el vino. Una cosa no tiene nada que ver con la otra...

—Ahí te vuelves a equivocar. Si nos hacemos más accesibles a estas buenas gentes y Aziz entabla amistades nos comprarán con más prioridad que si somos desconocidos—Declan sonrió simplemente al imaginarse al pequeño Aziz jugando como él lo hacía a su edad.

También pensó con detenimiento lo feliz que sería él mismo por extensión al ver a su nieto tan sumamente feliz.

Ya lo visualizaba correteando por el valle, rama en mano, jugando a ser un caballero o el rey malvado. O tumbado en la hierba en una competición para ver cual es la más veloz. Esperaba verlo el próximo invierno, quizá en una batalla de bolas de nieve. Deseaba con mucho fervor poder enseñarle a construir un buen fuerte para que fuera la envidia de sus amigos.

—Cuanta más gente lo conozca más peligroso se hace el lugar...

La voz de su hija lo sacó de sus fantasías y lo trajo de vuelta a esa casa en la que su nieto se encontraba arriba en su habitación. Arriba. Siempre arriba. Y con suerte si su hija se marchaba a recados el chiquillo podía jugar con el canalla de Bren, el único niño que no le teme a la Lacie y por extensión tampoco a la muerte.

—¿Por qué consideras a todo el mundo tu enemigo, Lacie? ¿Quién te causó tanta desdicha como para que todos sean sospechosos de alta traición contra ti o contra Aziz? —con gran determinación los ojos color carbón del anciano se focalizaron en la mujer.

Esta lo miraba de pronto con cierto horror. Como si miles de sensaciones, pensamientos y recuerdos estuvieran pasando por su mente todas a la vez.

La mandíbula de la mujer de cabello castaño empezó a temblar, como dudando de si debía decir algo o no. Pues si hablaba quizá empezaría a llorar ahí mismo, y debía mantener toda emoción no provechosa lejos de ella. No podía dejar suceder algo de tal calibre.

El Consejo de marfilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora