Capítulo 19

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Mellea no podía dejar de mirar hacia el caballo de Kalet. La fuerza de dicho corcel debía ser titánica, pues estaba soportando el peso del caballero y la de Piero, su padre. Este último estaba reclinado sobre el cuerpo del de cabellos castaños mientras permanecía inconsciente.
No estaban yendo a un ritmo como para alcanzar a alguien que les llevaba horas o días de ventaja, pero era mejor eso que el no avanzar.
Detrás de ellos se reunían varias nubes que avecinaban lluvia. A la pelirroja le recordaban a esas reuniones nocturnas de brujas que había leído que existían. En los aquelarres las mujeres con poderes y ambiciones malignas se juntaban con otras de su misma condición, y todas juntas creaban los maleficios y maldades del mundo.
Al menos eso era lo que se decía. Por esa definición la mujer que estaban buscando bien podría considerarse una bruja. Mujer. Con poderes mágicos. Ambiciones malignas. Y bueno, había secuestrado a un niño y asesinado a sus padres. Si eso no entra en la categoría de bruja ¿qué otra cosa entraría?

La esperanza del grupo era de llegar a algún pueblo con posada antes de que las nubes de tormenta les alcanzaran. Ahí Piero podría descansar hasta recuperarse y podrían retomar la persecución a un ritmo más adecuado. Además, así no se arriesgarían a que alguno enfermase por cabalgar bajo la lluvia.
Lo que preocupaba a Kalet es que había gran posibilidad de que los rastros de la mujer de rojo dejasen de ser rastreables, pero no se podía hacer mucho más. De todas formas el caballero tampoco confiaba en que el arquero realmente fuera capaz de reconocer, concretamente, el rastro del medio de huída de la señora. El que no quedasen rastros le evitaba a Kalet el incómodo momento de tener que demostrar lo poco que se fiaba del pequeño hombre.

Consideraba el grupo que le habían adjudicado como una gran carga. No creía que ninguno de ellos tuviera algo de valor que ofrecer al equipo. De esto se salvaba Piero, pues era una mole de carne bastante útil en la batalla. Quizá otra excepción era Tuan. Era una molestia tener que cargar con un viejo por todas partes como si fuera un paquete, y el anciano hablaba hasta por los codos de cosas banales. Pero había que valorar que al haber conocido a la archimaga sus conocimientos podían ser de utilidad. Además, Kalet tenía la sospecha de que el hombre sabía algo de magia. Los grupos que habían sido formados por el rey con anterioridad todos contaban con un mago. Daba igual el propósito del grupo, siempre había uno o dos soldados y un mago.
Tuan era el único que reunía las características que el rey buscaría en un mago. Siendo la primera subordinación, característica que por completo descartaba a Eleanor como hechicera.

Si era el viejo, que era lo que creía Kalet, aún le daba más motivos para sentir desagrado hacia él. Una sacudida de manos y podría evitar esa lluvia tan molesta. Un golpe con el pie y podría despertar a Piero. Si este no lo estaba haciendo debía ser sólo por puro egoísmo. ¿Para qué quería magia si no la iba a poner a servicio propio o al de los demás? Sobre todo en una situación como en la que se encontraban.

El sol ya estaba a punto de desaparecer por el horizonte cuando llegaron a la población más cercana. El castaño hubiera preferido mil veces empezar ya con la búsqueda, pero sabia que no podía pedirle eso a sus compañeros.

—¿Esa de ahí no nos sirve?—Alaric señaló una posada cualquiera

—"El tocino de oro" ¿eh? Jodo, tú eres de esos de morro fino—respondió Kalet—baja de la nube chico.

Kalet espoleó su caballo para ir más adelantado y poder encontrar una posada más adecuada.
Por supuesto tenían dinero de sobra como para pedir una habitación de la posada que había señalado el arquero, pero no podían estar derrochando dinero que les podrían servir para algo mucho más valioso. ¿Para qué hospedarse en "El tocino de oro" cuando se podrían conformar perfectamente con "El barco errumbroso"?

Hizo una señal a sus compañeros para que se acercasen a ese sitio, y una vez todos detenidos disfrutó sobremanera de las caras que estos pusieron. Algunas estaban llenas de decepción, otras dudaban de la salubridad del lugar. Mellea era la que más desagradada parecía estar, por lo tanto Kalet no pudo evitar intentar meter el dedo en la llaga un poco más.

El Consejo de marfilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora