Capítulo 2

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—¡Abuelo! ¡Abuelo mira! —un joven de cabellos negros como las moras que consumía reía enseñando sus dedos manchados a su abuelo.

Declan, el abuelo, reía de buena gana mientras admiraba como la simples cosas de la vida hacían tan enormemente feliz a su nieto. A menudo se paraba a pensar cuando fue que él perdió eso mismo, esa capacidad de hacerse feliz con todo lo que tenía cerca.

Antaño se habría amargado ahogándose en esos pensamientos, pero hoy día tenía a su pequeño nieto, que era tan generoso como para compartir esa ingenua felicidad con su querido abuelo.

—Ay, Aziz, Cuando tu tía vea eso se va a poner como una fiera~—le advirtió el anciano ya sabiendo lo que iba a pasar después—Y creo que ninguno quiere eso ¿verdad? sería mejor que te limpiemos antes.

Al pequeño Aziz le dió un escalofrío sólo pensando en la reacción de su tía si llegaba a ver esas manos suyas tal y como estaban. Cuando se enfadaba tía Lacie los ojos parecían salirsele de las órbitas, su frente se arrugaba de formas que nadie más podía imitar, y la expresión al completo de su cara asustaría a la muerte misma.

Se acercó a su abuelo con las manos por delante, alejándolas de sí mismo para evitar mancharse más y con suerte esquivar el baño que parecía que se le avecinaba.

—E-espera, Az, ¡Quieto!—una de las manitas del niño tocó la camisa del abuelo dejando una mancha morada que por más que frotó no hizo más que hacerse mayor

Abuelo y nieto se miraron a los ojos durante unos minutos y estallaron en carcajada.

—Ya soy rata muerta, chico. —Sin severidad en su voz Declan cargó a Aziz y lo llevó hacia el barreño—Pero podemos salvarte a ti~

El niño asintió sin rechistar y sumergió las manos en agua mientras que el otro frotaba sus dedos con un cepillo más bien áspero.

Fue entonces cuando se comenzó a percibir el sonido de la valla que delimitaba la granja. Se encontraba bastante lejos de su hogar, pero cuatro oídos aterrorizados de una mujer hacen lo imposible para oír lo difícil de oír y así tratar de librarse de una buena reprimenda.

Por lo tanto el abuelo empezó a frotar con más fuerza, y el pequeño Aziz, sin saber que hacer, empezó a trotar en el sitio como si eso fuera a acelerar la salida de las manchas de sus dedos. Pasaron varios minutos así hasta que más o menos el color había desaparecido. Declan dejo el cepillo al borde del barreño, muy despacio, para hacer el menor ruido posible y no cubrir el sonido que debería estar haciendo su hija Lacie mientras se acercaba a casa.

Congelados abuelo y nieto en la misma posición de antes ninguno era capaz de escuchar nada. Ni el sonido de pisadas en la tierra ni el de la puerta de madera que siempre chirriaba al ser abierta.

Volvieron a mirarse ambos, pero desconcertados esta vez.

—Apúrate, ve a sacarte esas manos, y ponte una túnica, muchacho—Declan pretendía susurrar, pero más bien le salió un grito dicho como un susurro.

Pese a eso Aziz no dudó en obedecer y subió las escaleras hasta su habitación dispuesto a tratar de ponerse algo encima más allá de las calzas que llevaba. Desde ahí arriba escuchó finalmente la puerta de roble abrirse y a su tía Lacie entrar al hogar.

—¿Padre?¿Aziz?—La mujer llegó a la cocina y dejó ahi la cesta con todo lo que había comprado. Justo entonces se asomó su padre por la puerta—Oh, ahí está. ¿Y Aziz?

-¿El chico? En su habitación tramando algo. Es todo un diablillo

Lacie asintió pesadamente mientras sacaba de su cesta un cuarto de queso y varios tarros de miel.

El Consejo de marfilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora