Capítulo 6

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Aziz abrió los ojos tras escuchar la puerta de roble mazizo cerrarse tras su abuelo. Mirando hacia la ventana se dió cuenta de que había anochecido, y que a juzgar por la postura que tenía al despertar y aquel juguete sobre el que estaba tumbado, se había quedado dormido jugando.
Estiró sus pequeños brazos al cielo para despejarse del todo, levantándose a su vez para acercarse más a la ventana. Desde ahí podía ver con total claridad como su abuelo, espada en mano, se acercaba al establo para acariciar a Galeo. Era el caballo más bonito que había visto Aziz en su vida, en cierto modo también era porque era el único que había visto. Sus crines eran suaves, tan suaves como las manos de su tía Lacie. Los ojos los tenía negros como los del abuelo, y cuando Aziz se acercaba no dudaba en bajar de altura, invitándole siempre a montar.
Por supuesto tía Lacie lo tenía más que prohibido desde aquella primavera en la que cayó de cabeza contra el abrevadero justo por atreverse a montar. Estuvo una semana en cama con un buen resfriado y un dolor de cabeza a medida, pero había tenido los cuidado de su tía para él solo todo el tiempo, lo cual era un punto positivo. Nada se equiparaba a esa sensación que lo rodeaba cuando su tía acariciaba su mejilla con dulzura y le decía lo mucho que lo iba a cuidar.

No es que le gustase especialmente enfermar, pero cuando lo hacía entendía que tenía sus partes buenas. El abuelo iba al pueblo y le traía algún juguete, y mientras su tía lo ahogaba en amor maternal.
La manta más caliente se ponía junto a la chimenea, y cuando toda ella estaba a una temperatura agradable lo envolvía con ella. Acariciaba su cara y cabello lentamente mientras casi susurrando le cantaba una de esas melodías de otras tierras.
Y al despertar ahí estaba su tía aún, no se marchaba nunca a por recados, siempre estaba al alcance de esa manita suya para pedir un abrazo, un beso o más caricias. Quizá a veces tenía un cuenco de caldo, o sus deliciosas gachas con miel, y si era así con la misma ternura con la que le ayudaba a dormir le ayudaba a comer. Mientras lo hacía solía contarle cuentos de los reinos que existían más allá de su granja, y Aziz solía cuestionarse como sabía eso su tía.
Recordando las gachas con miel el estómago de Aziz comenzó a rugir exigiendo algo de ese estilo para cenar. Decidió bajar a la cocina de la forma más silenciosa que pudiera y tratar de persuadir a su tía de que si no sabía que hacer para cenar esa era la mejor opción. Metió los juguetes que tenía esparcidos por el suelo debajo de la cama, dando una falsa imagen de que todo estaba en orden. Abrió la ventana para dejar entrar el aire fresco y se acercó a la puerta.
Esa no era ni la mitad de pesada de lo que era la que daba a la calle, lo cual se agradecía para alguien de tan pequeña estatura y fuerza física. Todas las de la casa eran así. Algunas más rotas, otras más ruidosas. Pero al menos fáciles de abrir.

El niño de cabellos negros avanzó dando saltitos por el pasillo de la segunda planta y cuando llegó a la escalera se detuvo para poner oído.
Según alcanzaba a oir la tía ya se encontraba cocinando algo, el crepitar del fuego hacía al menos eso bastante evidente. Solo por ello podría pensar que estaba llegando ya tarde para hacer su petición, pero aún así merecía la pena intentarlo de todas formas. Aziz creía en la magia, y él aseguraba tener una, pues cuando pedía algo o buscaba que alguien estuviera de acuerdo con él solía lograrlo sin tener que batallar mucho. Con todos menos curiosamente con su tía Lacie, con ella no funcionaba, no siempre que él quería al menos. El niño le daba explicación en que aún era pequeño y no había practicado lo suficiente en esa magia que estaba seguro que tenía. Quizá solo debía entrenar un poco más. Desearlo un poco mas fuerte. Pero volviendo a sus gachas ¿quién sabía? quizá si no las hacía para cenar las podría hacer mañana por la mañana.
Esa idea le sacó una pícara sonrisa, y se dispuso a bajar a la planta inferior y a
husmear un poco por esa cocina.

Tía Lacie se encontraba sentada en una banqueta, con las piernas cruzadas y la mirada fija en un cuaderno. El chiquitín se quedó unos segundos observándola, embelesado. Sentía cariño viendo a su tía, pues de ella había recibido gran parte del amor que lo había ayudado a crecer hasta ahora. Él por supuesto no llegaba todavía a esa reflexión, solo sentía amor puro y desinteresado por ella, sin más explicación. No había mejor mujer en toda la tierra que se le equiparase. Era dulce, cariñosa, bondadosa, inteligente y preciosa también. Para Aziz ninguna otra chica podría robarle el puesto de la mas bonita. Su cabello castaño siempre lucía en su mas absoluto esplendor, y sus ondulaciones largas como ningunas caían sobre el resto de su cuerpo como cae de la jarra la leche que le sirven en la mañana.
Tampoco importaba que ropa luciera, siempre parecia quedarle como si estuviera hecha a medida. Es más, a todos en esa casa les pasaba similar. Cuando entraba alguna prenda de ropa la primera puesta siempre hacía parecer la ropa enorme, y en terribles condiciones. Horrorosa. Pero a la segunda puesta esa imagen estaba del todo ya obsoleta, pues de pronto era un buen atavío que llevar en cualquier situación.

El Consejo de marfilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora