Capítulo 18

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El joven abrazaba la espada de su abuelo con tanta fuerza que nadie hubiera sido capaz de quitársela de las manos. Una vez llegó a la planta baja se percató del humo negro que inundaba toda la estancia, y con los ojos aún anegados por las lagrimas se tambaleó hasta dar contra una pared. Sentia que estaba a punto de desfallecer. El chico había respirado mucho humo sin haberse dado cuenta, y con eso en su organismo no estaba muy seguro de si sería capaz de salir del lugar.

Tampoco tenía ganas de salir. La idea de permanecer ahí con su abuelo, en su hogar de tantos años, con todas sus memorias felices almacenadas era tremendamente atrayente. Cerró los ojos satisfecho, y hasta de sus labios se escapó una sonrisa. 

Mas no mucho después creyó escuchar la voz de su abuelo gritando su nombre. Un temblor sacudió su cuerpo de punta a punta.

Al principio creyó que lo que acababa de escuchar era su abuelo gritando agonozante mientras ardía, pero la voz sonaba lejos de estar en agonía. Parecía enfadado, pero no sufriendo.  Mientras trataba de darle una explicación a porqué oía a su abuelo una pequeña idea empezó a tomar fuerza en su mente.

Le había hecho una promesa. Hacía un par de minutos que su abuelo se la había recordado ahí arriba. Prometió cuidar de tía Lacie.

Abrió los ojos una vez más y prosiguió dando un par de pasos hasta la puerta trasera, la que se encontraba en la cocina. La cocina de Tía Lacie. Casi podía ver su figura ahí, arrodillada como cuando él era pequeño. Esperando un abrazo. Y Aziz deseaba tanto llegar... abrazar a su tía, que siempre fue su lugar seguro, y llorar como nunca lo había hecho. Quedarse ahí y desaparecer del mundo con ella. Sin miedo, sin culpa, solo sintiendo el cariño de la mujer todo el tiempo. Pero lo mas propable es que esa figura que creía que era su tía no fuera mas que un espejismo. Una manifestación de su deseo de verla ahí delante.

Por supuesto la mujer se encontraba en la misma situación. Su niño no salía, y el corazón le dolía profundamente, tanto que cuando Aziz se asomó por la puerta de la cocina Lacie no se podía creer que él estuviera ahí de verdad. El chico tenía la cara en una expresión desencajada, y nada mas verlo Lacie sabía que estaba agotado, vencido.  Tanto que se dejó caer al suelo, casi como si la vida se le hubiera escapado del cuerpo.

—¡Aziz!— gritó Tía Lacie mientras trataba de incorporarlo con desespero.

La de cabellos castaños se imaginaba ya parte de lo sucedido en ese piso de arriba. Hacía un par de minutos que había sentido a Declan desvanecerse del plano terrenal. Sin duda lo que mas le importaba era Aziz, lo unico vital e imprescindible para ella, pero la pérdida de Declan, que llevaba años siendo su padre, dolía más que cuando perdió a su padre de verdad.

Y si para ella estaba siendo algo dificil de gestionar, no se podía ni imaginar lo dificil que estaría siendo para Aziz.

El chico se escondió en su pecho y sollozó con amargura. Tía Lacie lo abrazó con fuerza arrullándolo como cuando era pequeño. Debían marcharse con urgencia del lugar, pero por unos minutos más le iba a permitir quedarse así y drenar algo de emoción.

—Señorita Lacie...está todo listo—Hevonnen se acercó a ambos y colocó una mano en su hombro—debemos irnos, o perderemos el rastro.

Le hubiera gustado reirse y asegurar que no iban a perderder el rastro de nadie, pero no estaba de humor. Con dulzura acarició el cabello negro de Aziz y le besó la frente varias veces.

—Aziz...chiquitín...—le murmuró pausadamente—Debes levantarte, tenemos que irnos.

El chico trató de secarse las lágrimas, sin mucho exito, y se abrazó aún mas a la mujer negando rápidamente. Era en momentos como esos cuando ella desearía poder cargarlo como cuando era pequeño e ir con él a donde necesitase.

El Consejo de marfilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora