Capítulo 20

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Tal y como Lacie le había indicado, Hevonnen se detuvo en la segunda población más cercana cuando cayó la noche.
Sacó de su pequeño zurrón un par de monedas y las hizo bailar en su mano.
Podía costearse dos habitaciones sin problemas, pero no sabía cuanto iba a durar el viaje, ni por cuantas posadas tendrían que pasar. Lo más previsor sería pedir solo una habitación. Le dejaría a la señorita y a Aziz la cama y él con una silla y una manta cualquiera podría dormir con tranquilidad.

—Vamos chico, baja. —le indicó a Aziz mientras bajaba él mismo de los mandos del carromato—yo llevaré a tu tía hasta la posada. Tú lleva las cosas por favor.

Aziz asintió, parecía estar recién despertado, pero no había nada más lejos de la verdad. No había pegado ojo en todo el viaje.

La espada la tenía sin ningún tipo de funda, así que para evitar problemas la envolvió con parte de las ropas que llevaba Lacie en su bolsa, y con este apaño en los brazos y la bolsa a los hombros se acercó a la puerta para abrirsela al hombre que cargaba con su tía.
Avanzaron por el recibidor de la posada y llegaron al mostrador.

—Una habitación, por favor—dijo el mayor deslizando unas monedas.

—...No aceptamos que hombre y mujer duerman juntos antes del matrimonio.— el hombre alzó la vista sólo un segundo para mirarlos y la volvió a bajar— Nuestro pueblo es fiel a las enseñanzas de Galeth. Deben ser dos habitaciones.

—¿¡Que!?—Dijo Aziz abriendo los ojos con sorpresa e indignación.

Hevonnen le dió un pequeño golpe con el zapato al adolescente. El de ojos dorados dirigió la mirada hacia su compañero, y el que mantuviera la calma así sólo le hacía pensar que tenía un plan.

—¿Le vas a negar una habitación a una pareja casada y a su hijo? Me sorprende que esas sean las enseñanzas de Galeth.—comentó Hevonnen haciendo ademán de dar media vuelta.

El gerente de la posada, que tenía pinta de ser bastante anciano, alzó la vista otra vez para mirarlos. Las gafas se le deslizaban por la nariz a cada rato, y parecía no tener más remedio que subirselas cada vez.

—No veo anillo—declaró.

—Pues aprenda a mirar—dijo Aziz tomando la mano de su tía dejando ver que esta tenía numerosos anillos.

Ninguno de ellos era una alianza de matrimonio. De hecho Aziz ni sabia de donde habían salido tales anillos, pero lo importante es que para esto servirían.

El anciano se incorporó para asomarse por la mesa. Era increíblemente bajito, más de lo que Aziz había visto u oído que alguien podría ser.

—Están casados...¿y ese chico es su hijo?

Hevonnen asintió con decisión, y el hombre dejó escapar un sonido que bien denotaba su duda.

—Está bien...supongo. —de su cajón sacó unas llaves y las tiró, sin mucho interés, hacia la mesa.— quinta puerta, piso superior.

—Gracias—Aziz tomó las llaves como pudo y empezó a seguir a sus supuestos padres escaleras arriba.

Hevonnen no soltó prenda durante todo el trayecto, y el chico sabia que era más que probable que no fuese a decir nada mientras estuvieran en esa posada. Ambos sabían que las paredes son más finas de lo que parecen en sitios como estos, no en vano habían trabajado en uno. Lo mas sensato que podrían hacer era precisamente no destapar la mentira mientras se encontrasen en ese pueblecito.

Una vez en la habitación, Hevonnen acostó a Lacie en la cama y la cubrió con una sábana.

—Duerme si quieres—le dijo a Aziz mientras se sentaba en una silla de madera con pinta de ser incómoda.

El Consejo de marfilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora