Capítulo 17

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Tal y como Kalet pensó las gentes del lugar no pusieron demasiada resistencia en cuanto a los caballos. Quien se los pedía era la hija del valeroso Piero, que los había ayudado en su momento de más necesidad, cuando todos los demás los habrían abandonado. Y además esos caballos ya no tenían un establo en el que alojarse, por lo que ya que iban a perderlos de igual forma, mejor que le sirvan a alguien más.

Al hombretón de cabellos castaños sólo le quedaba terminar de escuchar al viejo charlatán y esperar a que el arquero regresase con los destinos trazados. Con eso tomarían la decisión que mejor les conveniese y partirían.

Estaba deseando alejarse de ese lugar tan lúgubre. Todo lo que se oía eran llantos y quejidos de heridos y familiares, y era algo desesperante para oir. Por supuesto entendía que eran familias sufriendo y que no les podía ordenar que guardasen silencio ante una tragedia así, pero de igual forma, como no tenía nada que ver con él, seguía sintiendo incomodidad y hasta verguenza ajena. En las guerras se veían cosas peores todos los días, y los únicos gritos que se escuchaban eran los de las personas que estaban ya a dos pasos de la muerte. Ahí no tenía sentido quejarse, sollozar o lamentar.

Pensaba con gran convicción que lo que necesitaba todo el mundo era experimentar una guerra. Estar en un campo de batalla. Ahí donde se aprende lo que es sufrimiento, sacrificio y miedo por perder la vida. Presenciar como a un compañero, que se encontraba dos centimetros a la derecha más que tú, era abatido con un dispado certero en la cabeza. Pensar constantemente que todos esos compañeros caidos podían haber sido tú, que podrías estar ahí mismo siendo pasto de los insectos.

Los primeros días en un conflicto bélico sí que se escuchaban quejidos y demás, pero pronto la gente aprendia que, cuando entre la vida y la muerte hay apenas un centimetro, sólo hay tres cosas que te pueden salvar, matar, no hacer ruido, y contener la respiración. Contener la respiración ayuda a concentrarse a la mayor parte de las personas, y el tener los pulmones llenos de aire es lo único que te da la certeza de que estás vivo. El aliento se guarda hasta cuando tienes al alcance al enemigo y te encuentras en una situación en la que tu única forma de sobrevivir es matando al que hay delante, para que este no se convierta en tu verdugo. Sólo puedes estar muerto cuando tus pulmones están vacíos, si aún hay aire en ellos aún hay vida y aún hay posibilidad de luchar un poco más.  Y si por casualidad te llegaba la muerte debías tener bien aceptado que había sido tu culpa, por no ser silencioso, por haber soltado el aire, por no haber matado a tu asesino, y por haberte metido en una guerra sin estar preparado.

Kalet estaba seguro de que en la guerra el ejército no se movía por el patriotismo, como algunos aseguraban. Ni por el odio. Ahí no había rey que valiera. El que reinaba era el instinto de supervivencia. Y el que sobrevivía era el mas bravo guerrero o el cobarde más perspicaz.

Aún así eso no quitaba que la gente del lugar estaba pasando algo dificil, y que no parecía justo. Pero por supuesto nada en este mundo es justo, ni si quiera los dioses. Lo más cerca que había de considerarse justo era la muerte. Es equitativa, igualitaria. Algo que no atiende ni entiende de edad, clase social o de moral. Llegaba a todos por igual antes o después. Y dentro de todo lo que hay en este mundo eso era lo más cerca de la justicia que se podía estar.

—¡Creo que sé a donde ir!—Alaric llegó sacudiendo el mapa con alegría. Se acercó a Kalet y Tuan, y no tardó en acercarse Eleanor a cotillear.El joven comenzó a señalar los trazos que había hecho en el mapa— Había varios rastros, pero los que podrían corresponder a las dos mujeres que buscamos, por sospechosas, tienen que ser estos dos de aquí. El de la señora rica con muchos hijos es el del norte, que toma rumbo a la cuidad costera de Lumghack. Sé que por ahí fueron ellos porque los rastros de carruaje son algo mas profundos, que indica que el carruaje pesaba más, por lo que tenía más personas. Todos sus hijos.  Sería un buen lugar para intentar perdernos de vista. PERO yo estoy seguro de que precisamente nuestro objetivo son los del otro camino.

El Consejo de marfilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora