Capítulo Tres

221 20 9
                                    

- ¡Estoy en casa! - grité a mi hermano una vez que entré por la puerta.

- Aquí, enana - gritó desde afuera.

Jadeé con pereza y me acerqué para hablar con él.

- Eh, ¿qué diablos haces lavando ropa? ¿Al fin te convenciste de que eres todo un ceniciento? - me burlé.

- Ja, ja - respondió sin humor - muy graciosa, enana. No. Tendré una cita y toda mi ropa está sucia. Y tú no estabas en casa, mamá tampoco, por lo tanto, me tocó lavar a mí.

Gruñí.

- No seas machista, Kepler - amenacé - las mujeres no nacemos para esto.

- No - dijo y cargó la cesta de ropa - pero las hermanas menores y las madres, sí.

Posteriormente me dejó sola peleándome con el aire.

- Menudo idiota - murmuré al viento.

Me regresé a casa y lo miré mientras organizaba la ropa.

- Maldición, necesito ropa nueva - masculló.

- ¿Sí? ¡Te puedo ayudar! - sonreí con un as bajo la manga.

- ¿Cuál es la trampa, Meredith? - cuestionó él.

- Eh... - pensé - Shay Robertson vendrá en unos meses a la ciudad. Y necesito que me lleves. ¿Puedes?

- ¿Quién diablos es Shay Robertson? - inquirió - da igual. Anda. Trato hecho.

Gemí entusiasmada.

Saqué el teléfono y marqué un número.

- ¿Abby? Por dios, chaparra. Te acabo de ver y ya estás buscándome otra vez.

- Cierra la boca, Doyon. Escucha con atención.

**

- ¡Hey! Es genial el conjunto, debo admitirlo - sonrió para sí mismo. - te has salvado, Abby.

Me encogí de hombros y sonreí con inocencia.

- ¿Qué puedo decir? - sonreí para mí - (1) tengo que besarme a mi misma, soy tan linda.

- Pff, cálmate, Mars (1)- reprendió - Hey, gracias.

- Por nada - respondí - no te olvides del favor.

- Vale, vale - bufó - bueno, se hace tarde. Debo irme.

- Adiós, te huelo luego - sonreí mientras le abría la puerta.

En cuánto la cerré, solté un suspiro.

- Desafortunada la que haya accedido a salir con él - me burlé.

- Eres todo un caso, Kepler - se rió Frank saliendo de la cocina - ¿Cuándo le dirás que la ropa es mía?

- Frank, tú te ves feo de cualquier manera. Sin embargo, calladito, no te ves tan mal.

Frank rió.

- ¿Y mi paga? - cuestionó.

Bufé.

- Vale, dime que es lo que quieres.

- Eh... - pensó - mira, Maddie me lo ha pedido, ¿sí?

- Ayúdame, Jesucristo - murmuré para mí.

Frank rió.

- Mañana Maddie y yo iremos a un restaurante que queda en el centro de la ciudad - dijo - y mi primo viene de visita, también mañana y no quiero que esté solo viendo como Maddie y yo nos comemos la cara, por lo tanto...

Si fuera verdad. (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora