Sorpresa ¿Agradable?

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Diana miro a aquel rubio extraño con curiosidad, quien se encontraba de espaldas a ella mirando a esa mujer vestida de colores estridentes, cantando y animando a todos en aquel comedor. Adria, curiosa, miro en su misma dirección y le susurro - ¿Qué miras tanto?
- Nada. Es solo que....parece un señor bueno, como la chica de colores fuertes.

Diana se despertó con la respiración entrecortada, sin entender nada de aquel extraño sueño, ¿Qué mierda había sido eso? ¿Y quien carajo era el?

Entre el tumulto de sus propios pensamientos y el martilleo de su propio corazón, no se dio cuenta que el castaño parecía estar despierto, mirándola con la preocupación reluciendo en sus ojos ámbar.
- ¿Paso algo? ¿Tuviste alguna pesadilla? - le pregunto con ansiedad.
- No, solo...fue un sueño muy extraño. - explico ella y confeso - Es mas, no lo recuerdo muy bien...
- Entonces, ¿Por que estas despertaste así? - le interrogo el con interés.
- No tengo ni idea. - le contesto ella y aclaro - Solo recuerdo la sensación de haber vivido ese momento...como si hubiera estado allí.
- No sos la única. - le dijo el. Al ver su incomprensión, el le confeso - Acabo de tener un sueño de lo mas extraño también. Parecía...una especie de recuerdo, pero no estoy seguro ya que era muy confuso.
- Que extraño. - dijo diana, con una ceja alzada. El ojimiel asintió con seriedad, sintiéndose culpable de haberle mentido en parte, ya que estaba seguro que ese era uno de sus recuerdos perdidos durante su estancia en el mas allá. Pero, ¿Por que no se acordaba? Por mas que lo intentara, solo conseguia dar con una pared, como si estos momentos se hubiesen borrado.
Ajena a la lucha interna del castaño, este mismo sintió como ella le acariciaba las mejilla. El cerro los ojos al sentir la caricia, sintiendo la dulzura y ternura en esta misma. Parecía curioso que, una chica tan ruda como diana fuera capaz de transmitirle un montón de sensaciones con tan solo una caricia.
Perdido en aquel mar de sensaciones, el la miro y vio esa oscuridad, la cual estaba empezando a ser imprescindible para el y su vista se enfoco en aquellos labios llenos, los cuales se moría por besar. La respiración de la morena se entrecorto y, salvando la distancia que los separaba, se adueño de esos labios finos que la volvían loca. El le devolvió el beso, con el corazón martilleándole en el pecho y colocándose arriba de ella. Diana lo observo y metió sus manos debajo de su pijama, recorriendo los músculos de su espalda y presionando su cuerpo contra el suyo. En tanto, fede se detuvo un momento, subió la parte superior del pijama de la morena con actitud hambrienta, sacándole aquella molesta prenda y dejando sus pechos expuestos ante el. La chica observo como sus ojos se oscurecían ante la vista de sus senos y procedió a besarle el cuello, bajando lentamente hasta llegar a aquellos montes que ansiaba besar y tocar desde hace rato, tocando uno con su mano para luego besar el otro, succionando la aureola con la punta de su lengua. La muchacha soltó un grito de éxtasis y arqueo la espalda de forma instintiva, rodeándole la cabeza con sus manos y tirando de su cabello. Satisfecho de escuchar los alaridos de la ojinegra, siguió bajando lentamente, sumiendo a la morena en un delicioso tormento.

- Por favor, fede...- imploro ella, sumergida ante ese mar de excitación.

- ¿Si? - pregunto el servicial con voz ronca, besando y succionando cada rincon de su vientre.

- Quiero...- hizo amago pedir algo, pero no llego a completar la frase cuando sintió la mano del ojimiel dentro de su pijama, deslizando sus dedos entre sus muslos, tocando y explorándola por arriba de su ropa interior en busca de algo que, ella sabia, terminaría encontrando. En respuesta, la periodista abrió sus piernas, dándole un acceso mejor al castaño. El volvió a conectar su vista con la de ella para encontrarse con una mirada puramente de deseo, de que la tocase y la sumergiese en aquel mar de placer que ambos no navegaban desde hacia mucho tiempo. Ante esto, el alemán enloquecio y la volvió a besar a la vez que internaba su mano debajo de su prenda intima y comenzaba a tocar aquel botón que nadie, ni siquiera ella, habían tocado en años.

Si no fuera FlorenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora