15. Está mal

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Estaba hipnotizado por el perfecto cuerpo de la mujer que tenía en frente. Sus piernas, sus brazos, sus pechos que se marcaban a través de la camisa, todo en ella era perfecto. Mi corazón bombeaba con fuerza, podía jurar que ella lo estaba escuchando.

—Señor Steele —levanté la vista hacía su rostro—, gracias por traerme.

—No tienes que agradecer —me acerqué a ella—, pero ya estás grande cómo para que te cuiden.

—Yo no le pedí que me cuidara —retrocedió hasta tocar la pared.

—Pero parece que lo necesitaras —me acerqué hasta quedar a centímetros de sus labios.

—Aún si fuera así, no tiene porqué ser usted quién me ayude —su ojos se desviaron a mi boca.

—Pero necesito hacerlo.

No podía más. Pegué mis labios a los suyos esperando algún tipo de rechazo, pero me era irresistible estar así con ella, con esos dulces labios que tanto me provocaban, y que estaba decidido a probar. Esperé que me alejara, pero en vez de eso empezó a mover sus labios y acercarse más a mí. Puse una mano en su cintura y otra en su nuca, me atreví a apretarla contra mí. No quería que se fuera cuando estaba tan cerca.

Mi cuerpo hervía al sentirla junto a mí, mis latidos se aceleraban al probar sus dulces labios y el deseo me envolvía al escuchar su respiración tan agitada. Descendí con mis labios hasta su cuello, quería probar cada parte de ella. Y en un susurro la escuché pronunciar mi nombre, ese simple gesto me encendió aún más. La necesitaba ya, la deseaba sólo para mí.

Subí nuevamente a sus labios, pasé mi mano debajo de su camisa y le acaricié la espalda provocando que soltara un gemido, el cuál aproveché para explorar su boca con mi lengua. Hizo lo mismo, y lentamente la conduje hasta la cama, no puso resistencia, era algo que quizás ambos necesitábamos.

Estaba tumbada en la cama, yo sobre ella, y con urgencia fui quitándole los botones de la camisa sin despegar nuestros labios. Mi pulso estaba acelerado, y para ese entonces ya había perdido el sentido. Cuando le quité todos, examiné a la mujer de mi cama. Tenía los labios hinchados, el cabello revuelto, sus pechos estaban descubierto pero todavía tenía puesta la parte inferior de su ropa interior. Es que era simple y deliciosamente perfecta, tan hermosa. Empecé a deshacerme de todas las prendas que se interponía entre nosotros, las mías y la poca de ella.

Recorrí todo su cuerpo con mis labios y manos, su cuello, sus pechos, su abdomen, sus muslos, su espalda. Todo. Quería grabar cada parte de ella. Era excitante sentir cómo se estremecía en mis manos, cómo se arqueaba y vibraba con mi tacto. Y yo gozaba sentir sus cálidas manos en mi espalda, en mi pecho, en mi nuca. A mí también me gustaba su tacto.

Me coloqué sobre ella apoyado de mis codos, no podía estar otro momento sin tomar a aquella mujer, así que entré a su cuerpo, a ese lugar que tanto reclamaba, y al instante escuché un fuerte gemido proveniente de la garganta de la mujer que tenía en mis brazos. Sentí cómo sus uñas se incrustaban en mi espalda trazando ligeras líneas, deslizó una de sus manos hacía mi pecho y cuándo me moví dentro de ella, volvió a rasparme la espalda y el pecho con sus uñas. Me importaba muy poco si dejaba marcas en mi cuerpo, el placer que me proporcionaba era mucho mejor. Incomparable.

Aunque la lluvia seguía cayendo, sólo podía escuchar nuestras respiraciones agitadas y los latidos de mi corazón acelerado al compás del de ella, aislados del resto del mundo. Mientras nuestros cuerpos estaban unidos, no dejé de besarla, de acariciarla, no dejé de sentirla temblar en mis manos, y ella estaba tan aferrada a mi cuerpo que era imposible que no sintiera el mismo placer que yo.

Cuándo terminó nuestro encuentro, observé su delicado rostro que ahora estaba bañado de un pequeña capa de sudor, tenía sus ojos abiertos y miraba fijamente a los míos, pero sentía que tras de ellos se ocultaba un sentimiento que no podía distinguir. Muy cuidadosamente salí de su cálido cuerpo, me coloqué a su lado y la envolví con mis brazos mientras depositaba pequeños besos en su cabello, agradeciendole por el excelente momento.

***

Desperté debido al ruido de mi celular, me levanté sin ganas y lo revisé. Era otro mensaje de Allison diciendo que estaba cerca y qué estuviera listo para irme. Lo dejé nuevamente dónde estaba, busqué mi pantalón y me lo puse. Al voltear hacía la cama, vi que estaba vacía, sin Elizabeth. ¿Había sido un sueño? No, las marcas en mi pecho demostraban que había sido real. Caminé hasta la pequeña sala de la suite y allí estaba ella, con la mirada pérdida en algún lugar de la ciudad qué estaba a nuestros pies. Avancé hasta colocarme a su lado y en lugar de observar el panorama la observé a ella, estaba perfectamente arreglada con su pantalón puesto, seguía con mi camisa y tenía sus zapatos en la mano.

—Linda vista —dije observándola.

—Sí, está ciudad se encarga de recibir a europeos que vienen en busca de nuevos sueños y metas —su rostro reflejaba tristeza, igual a cuándo la encontré en la lluvia—. Señor Steele, esto no debió haber pasado —susurró.

Por un segundo sentí el suelo abrirse a mis pies. ¿No debió haber pasado? Si lo que pasó fue increíble.

—¿De qué hablas? —pregunté confundido, incluso herido.

—Usted es mi jefe y su empleada, no fue correcto.

—¿No te gustó lo que hicimos? —coloqué mi mano sobre su mejilla, sin pensarlo.

—Yo no puedo estar con usted, está mal —dijo con la voz quebrada.

—No, no está mal —iba a acercarme a ella pero retrocedió.

Quería tenerla en mis brazos y decirle que todo estaba bien, quería protegerla y sacarla de su error. Necesitaba calmar el dolor en mi pecho.

—Si lo está, además ya obtuvo lo que quería, no tengo nada más que hacer aquí.

Caminó deprisa hacía la puerta con sus zapatos en la mano. No sabía si detenerla pues era verdad, ya había conseguido lo que quería pero había pasado tan bien esos días con ella que no sabía si era sólo eso lo que en realidad deseaba. En el fondo sabía que no, que un simple capricho no desataba esas sensaciones... esos sentimientos.

La vi salir, avancé hasta la puerta y me topé con Allison en el trayecto sin embargo seguía observando a Elizabeth correr por el pasillo.

¿Debía seguirla?

Corazón Antibalas © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora